Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados: <<¿Por qué razón no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen ese pan con manos profanas?
Se reanuda la narración, interrumpida por el paréntesis explicativo (vv. 3-4) y que continúa en presente histórico (lit. <<le preguntan>>), indicio de la actualidad que tenía en tiempo de Mc la cuestión que en ella se plantea. Los fariseos y letrados se dirigen a Jesús con el mismo tono exigente usado por los discípulos de Juan y los fariseos discípulos en 2,16 (<<¿Por qué razón ... tus discípulos no ayunan?>>).
En el relato de Mc han aparecido dos encuentros de Jesús con los fariseos (2,23-28; 3,1-7a) y otro con los letrados bajados de Jerusalén (3,22-30); en los dos primeros casos se trataba de la observancia de la Ley y de la promoción del hombre, en el tercero, de su liberación de los fanatismos (<<demonios>>). Fueron los letrados llegados de Jerusalén quienes difamaron a Jesús afirmando que estaba poseído por Belcebú y que era un agente del jefe de los demonios (3,22.30). El hecho de que ahora vuelven a tratar con él parece indicar que no han encontrado una acusación aún más grave.
En el caso presente, los letrados no actúan basándose en referencias, como sucedía en 3,22, sino que parten de un conocimiento inmediato. La causa de que fariseos y letrados se acerquen a Jesús es lo que han visto, y protestan contra ello. Posiblemente los fariseos habían avisado al centro, que ha mandado una comisión investigadora; ésta ha constatado la veracidad de la denuncia. Se alían los dos grupos y van a centrarse en censurar el modo de proceder de los discípulos.
Ellos han visto a algunos discípulos, pero la pregunta los engloba a todos (<<tus discípulos>>) reprochando a Jesús que sus seguidores actúen al margen de las tradiciones judías, cosa tan grave como vivir al margen de la Ley. Aunque sólo les consta de <<algunos>> discípulos, piensan que eso es lo que Jesús quiere de todos ellos.
La primera cuestión es de principio y consiste en que los discípulos no se atienen a <<la tradición de los mayores>>, ya mencionadas antes (v. 3) al describir los minuciosos ritos de purificación practicados por los fariseos antes de comer. Como se ha dicho, ellos atribuían autoridad divina a esta tradición, equiparándola a la Ley escrita, y los letrados eran sus guardianes. No seguir la tradición de los mayores equivalía, por tanto, para los fariseos, a ignorar la voluntad de Dios mismo.
Esa falta de fidelidad a la tradición se muestra en que los discípulos comen el pan <<con manos profanas>>. No respetan la distinción entre lo sagrado y lo profano, sobre la que se fundaba la religión judía. Los fariseos y los letrados se dirigen a Jesús, pues piensan que los discípulos actúan así por su culpa: él no enseña esa distinción ni que la cercanía a Dios exija condiciones particulares. Para ellos, el pueblo es profano, además de impuro; no es parte de Israel, el pueblo consagrado, porque no observa la Ley, que es el único medio de mantenerse en la esfera de lo sacro; ese pueblo es ajeno a la alianza, al espacio divino, como los paganos. En el momento en que se pone en tela de juicio esa distinción, piensan los fariseos que la religión judía cae por su base.
Interpelan a Jesús como maestro, responsable de la conducta de los suyos. Él les permite libertad frente a las tradiciones (cf. 2,18); es causa de que sus discípulos vivan como si no fueran judíos, pues no se atienen a <<la tradición de los mayores>>, cuyas prescripciones, transmitidas oralmente y desarrolladas con el tiempo, circundaban la Ley como un cerco protector y tenían la misma autoridad que ella.
En este lugar, los fariseos y letrados no hablan ya de <<comer los panes>> (v.2), sino <<el pan>>, desprendiendo la acción de la circunstancia concreta y elevando la cuestión a principio.
Al comer <<el pan>> con manos profanas, los discípulos manifiestan no creer que el trato con personas o el contacto con objetos de la vida ordinaria sea causa de impureza. No admiten, por tanto, la marginación religiosa dentro de Israel ni que el acceso del pueblo a Dios necesite de tantas observancias, requisitos y precauciones. Para los fariseos y letrados esto es motivo de gran escándalo, pues invalida según ellos el principio de que la observancia de la Ley escrita y oral (tradiciones) es condición para pertenecer al pueblo <<santo>>.
En este modo de obrar se refleja un aspecto del mensaje expuesto por Jesús en Cafarnaún a partir de la curación del leproso (1,45-3,7a) y que luego sintetiza en la expresión <<el secreto del reino de Dios>> (4,11 Lect.). Este secreto, ahora ya conocido, es el del amor universal de Dios, que quiere comunicar vida plena a todos los seres humanos, sin distinción de pueblos y razas. Fue en el episodio del leproso donde Jesús tiró abajo la primera barrera, afirmando que también el leproso, prototipo de los marginados de Israel, era objeto del amor de Dios. Al menos algunos discípulos han captado este aspecto, por eso no consideran que el pueblo despreciado por los fariseos sea <<profano>>, es decir, esté fuera del ámbito divino. El contacto con ese pueblo (la multitud alimentada con los panes) no <<hace profano>> ni impurifica. Es un primer paso en la línea del amor, aunque compatible aún con el exclusivismo judío que los discípulos profesan.
Los fariseos y letrados, por el contrario, que excluyen de su interés a ese pueblo, que establecen cada vez más separaciones respecto a los demás seres humanos, actúan contra el amor universal de Dios, y cuanto más pretenden subrayar su separación por medio de purificaciones más se alejan de él.
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