Porque, cuando resucitan de entre los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo.
De las dos frases usadas por los saduceos para referirse a la resurrección (v. 23: En la resurrección, cuando resuciten), Jesús omite la primera: no hace suya la idea de que haya un día final en que se verifique la resurrección de todos; retoma solamente la segunda, aunque con valor temporal diferente, esta vez de presente (cuando resucitan), no de futuro. Afirma así de nuevo que existe la resurrección y, para que no quede duda de su sentido, añade de entre los muertos. No habla de resurrección del cuerpo, dice solamente que la muerte no es un estado definitivo, que el destino del ser humano no es permanecer para siempre en el reino de la muerte, sino salir de él.
Al mismo tiempo, corrige Jesús la idea, común a los fariseos y a otros grupos religiosos judíos, de una resurrección remota al final de los tiempos. Mientras los saduceos, ateniéndose a la doctrina farisea, hablaban de ella en futuro (v. 23: En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos va a ser mujer...?), Jesús cambia bruscamente al presente (cuando resucitan, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles). La resurrección no acontecerá en un futuro lejano, es simplemente la vida personal que continúa, exaltada, eso sí, después de la muerte, y se está verificando ya desde ahora. Ahí está la fuerza de Dios que ellos no conocen.
Luego precisa que la vida de los resucitados no es, como pensaban los fariseos, una mera prolongación de la vida terrena de los hombres. En la vida resucitada no hay matrimonio ni procreación (ni los hombres ni las mujeres se casan, lit.; "ni [ellos] toman en matrimonio, ni [ellas] son tomadas en matrimonio"), porque esa vida no se transmite por generación humana; es la participación de la vida de Dios. A una concepción material de la vida resucitada, opone Jesús otra, siempre de tipo personal, pero no regida por las categorías de la existencia terrena.
Por eso la describe con la comparación son como ángeles, que indica el estado propio de los que están en la esfera divina (del cielo). Afirma que el concepto de "ángel" es aplicable a los resucitados, que moran con Dios. Ahora bien, el estado angélico tiene por característica principal la inmortalidad, y la vida que Dios comunica a los resucitados es inmortal: ahí está el núcleo de la comparación con los ángeles. Por eso es absurdo el planteamiento saduceo: esa vida no puede ser objeto de transmisión, es donación directa de Dios.
Se trata, pues, de una condición nueva, en la que no hay diferencia entre hombre y mujer, sino igualdad entre ambos. La mujer ya no es un objeto que se tiene para satisfacer el instinto sexual o para la propagación de la especie (v. 23: los siete la han tenido por mujer). En la esfera divina no rige ninguno de los condicionamientos del orden actual.
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