Entonces se puso a hablarles en parábolas: <<Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una atalaya, la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero>>.
Sin interrupción (Entonces), Jesús se dirige a sus adversarios utilizando un lenguaje parabólico: se puso a hablarles en parábolas. "Hablar en parábolas" es el modo como Jesús se había dirigido a "los de fuera" cuando trataba del reinado de Dios (cf. 4,2.11.33). Aunque en esta ocasión no se habla expresamente del Reino, como se verá en la exposición que sigue, la parábola de "los viñadores homicidas" tiene una estrecha relación con él.
En el episodio anterior (11,27-33), Jesús ha puesto en evidencia la mala fe de los dirigentes, al preguntarles sobre la misión de Juan Bautista; su respuesta interesada ("No lo sabemos") los incapacita para juzgar el caso de Jesús. Ahora, con la parábola que sigue y su aplicación, va a responder a la cuestión sobre su autoridad que le habían planteado los representantes del Sanedrín (11,28), mostrándoles que son ellos los que, por su infidelidad a Dios, no tienen autoridad divina; es él, el Hijo amado de la parábola, el que la tiene.
En la parábola alegórica que les propone, Jesús empieza citando el conocido pasaje de Is 5,1-2. La cita es libre; elige los trazos principales de Isaías, pero introduciendo cambios. El texto del profeta es el siguiente: "Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: Mi amigo tenía una viña en fértil collado; la entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Esperó que diera uvas, pero dio agrazones".
El enfoque de Mc es distinto al de Isaías. En el texto profético, junto al propietario ("mi amigo"), aparece sólo la viña, objeto de todos sus desvelos, pero que, en vez de responder a ellos, produce un fruto inaceptable (agrazones). La viña lo es todo: objeto, primero, de amor y, luego, de rechazo. Ella es la culpable de la mala calidad del fruto, por eso su destino final será la destrucción (cf. Is 5,5-6).
Mc, en cambio, desdobla el contenido del símbolo, separando el aspecto positivo (la viña plantada y cuidada) del negativo (los malos frutos) que, en Isaías, estaban concentrados en la viña misma. La parábola no dice que la viña no produjera frutos apropiados, sino que el dueño no los percibe, porque los arrendatarios se niegan a dárselo. La culpa de esta situación no es achacable a la viña, sino a los labradores, que so los responsables de ella; por eso, al final, el castigo recae sobre éstos. En Mc, la viña es objeto únicamente de la solicitud del propietario, quien la planta y no escatima nada para que prospere y produzca fruto; con relación a ella, no se habla de rechazo o destrucción.
Para Isaías, el propietario ("mi amigo") representa a Dios y la viña, como era tradicional, a Israel: "La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantel preferido" (Is 5,7a). Para Marcos, también el dueño (cf. v. 9) designado primero como un hombre, representa a Dios, pero la viña no se identifica, sin más, con el pueblo de Israel. Por dos razones: porque Mc, como ya se ha indicado, al distinguir entre la viña y los arrendatarios, hace de ella una realidad enteramente positiva; y porque, en la aplicación de la parábola, la viña se trasfiere a otros (v. 9).
Teniendo esto en cuenta, puede decirse que, para Mc, la viña es figura del Israel fundado sobre la elección divina y la alianza con Dios (plantó una viña), y, como tal, llamado a constituir una sociedad modélica para todos los pueblos de la tierra. En efecto, esa elección y esa alianza estaban en función de un proyecto: hacer de Israel un pueblo ejemplar, en el que reinara el derecho y la justicia (cf. Is 5,7b), y a través del cual los demás pueblos pudieran llegar al conocimiento del verdadero Dios, estableciendo unas relaciones humanas acordes con su designio. Apuntaban, por tanto, a la implantación del reinado de Dios no sólo sobre Israel, sino sobre la humanidad entera. Por eso, cuando el proyecto divino fracasa con Israel, Dios no desiste de él, sino que lo ofrece a otros para que sean ellos los encargados de realizarlo. Esto explica que, al final, la viña no sea destruida por el dueño (Dios), sino trasferida a otros (12,9).
Como en Isaías, también en Mc el propietario se desvive por su viña (la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una atalaya). Las atenciones y los cuidados que ésta recibe de él son, en Isaías, la prueba del amor de Dios para con su pueblo, Israel; en Mc, la muestra de que el proyecto divino de vida y plenitud para todos (la viña), empezando por Israel, expresa el amor de Dios no sólo por este pueblo, sino también por toda la humanidad.
Un rasgo peculiar de Mc respecto a Isaías es que el dueño arrendó la viña a unos labradores. Éstos no son los propietarios de la viña; hay un dueño (Dios) que está por encima de ellos y al que tienen que rendir cuentas. El desarrollo de la parábola hará ver que "los labradores" representan a todo Israel, aunque de manera particular a los dirigentes, encargados de conducir al pueblo para que produzca el fruto que Dios espera de él. Es decir, Dios ofrece su proyecto (la viña), primero, a Israel (los labradores), pero no a título de patrimonio, sino para que éste responda a su don dando el fruto adecuado.
La marcha del dueño a otro país (y se marchó al extranjero), innecesaria para el desarrollo de la parábola, significa que Dios reconoce y fomenta la libertad y responsabilidad de los hombres en su conducta y destino.
La parábola refleja una práctica corriente en Palestina y, en particular, en Galilea: la de un propietario que arrienda una finca (un viñedo) a unos labradores, estableciendo las condiciones del arriendo: que le entreguen una parte de la cosecha. Lo deja todo en manos de los labradores; ellos serán responsables de cultivar la viña para que produzca sus frutos, en conformidad con la voluntad del arrendatario.