1,1
- 1,1
- 1,2-5
- 1,6-8
- 1,9-13
- 1,14-15
- 1,16-21a
- 1,21b-28
- 1,29-31
- 1,32-34
- 1,35-38
- 1,39-45
- 2,1-13
- 2,14
- 2,15-17
- 2,18-22
- 2,23-26
- 2,27-28
- 3,1-7a
- 3,7b-12
- 3,13-19
- 3,20-21
- 3,22-30
- 3,31-35
- 4,1-9
- 4,10-25
- 4,26-32
- 4,33-34
- 4,35-5,1
- 5,2-10
- 5,11-17
- 5,18-20
- 5,21-24a
- 5,24b-34
- 5,35--6,1a
- 6,1b-6
- 6,7-13
- 6,14-16
- 6,17-20
- 6,21-29
- 6,30-33
- 6,34-46
- 6,47-53
- 6,54-56
- 7,1-13
- 7,14-15
- 7,17-23
- 7,24-31
- 7,32-37
- 8,1-9
- 8,10-22a
- 8,22b-26
- Mc 8,27-30
- 8,31-33
- 8,34-9,1
- 9,2-13
- 9,14-27
- 9,28-29
- 9,30-33a
- 9,33b-37
- 9,38-40
- 9,41-49
- 9,50
- 10,1-12
- 10,13-16
- 10,17-22
- 10,23-30
- 10,31
- 10,32-34
- 10,35-41
- 10,42-46a
- 10,46b-52
- 11,1-11
- 11,12-15a
- 11,15b-19
- 11,20-27a
- 11,27b-33
- 12,1-12
- 12,13-17
- 12,18-27
- 12,28-34
- 12,35-37
- 12,38-40
- 12,41-44
- 13,1-2
- 13,3-4
- 13,5-8
- 13,9-13
- 13,14-23
- 13,24-27
- 13,28-31
- 13,32-37
- 14,1-2
- 14,3-9
- 14,10-11
- 14,12-16
- 14,17-21
- 14,22-26
- 14,27-31
- 14,32-42
- 14,43-50
- 14,51-52
- 14,53-54
- 14,55-64
- 14,65
- 14,66-72
- 15,1
- 15,2-15
- 15,16-20
- 15,21
- 15,22-32
- 15,33
- 15,34-41
- 15,42-47
- 16,1-8
- Apéndices-Evangelio de Marcos.
domingo, 31 de marzo de 2024
Mc 10,32-34
Mc 10,33-34
Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.
Introducido con una llamada de atención (Mirad), Jesús dirige a los Doce este tercer y definitivo anuncio de su pasión, que completa y desarrolla los dos anteriores (8,31; 9,31). Solamente en esta predicción se nombra a Jerusalén, se señala una doble entrega de Jesús (a las autoridades judías y a los paganos), se habla de su condena a muerte y se consignan los ultrajes y la violencia física que va a padecer antes de ella.
El hecho de que este anuncio vaya dirigido sólo a los Doce (v. 32b) indica que el otro grupo de seguidores que también acompaña a Jesús en la subida a Jerusalén (v. 32a: los que seguían) no comparte las expectativas triunfalistas de ellos. Sus miembros no proceden del judaísmo oficial ni profesan sus ideales. Son los que han renunciado a la ambición de poder y han hecho suya la propuesta de Jesús de ser "último de todos y servidor de todos" (9,35).
Contrasta el plural inicial estamos subiendo, que asocia a Jesús al grupo de los Doce, que sube con él, con el destino que aguarda al Hijo del hombre. Se insinúa así que los Doce/los discípulos no van a correr en la capital la misma suerte que Jesús; es decir, que no van a ser capaces de seguirlo hasta el final.
Como en las predicciones anteriores (8,31; 9,31), también en ésta Jesús se autodesigna "el Hijo del hombre", pero esta denominación no tiene, como en aquéllas, valor inclusivo (Lect.); aquí se refiere sólo a Jesús, como él mismo lo afirma expresamente (10,32b: se puso a decirles lo que iba a sucederle) y lo confirman los minuciosos detalles sobre la Pasión que se incluyen en este dicho. Se explica así que Mc no considere este anuncio como una enseñanza, sino como una afirmación.
Jesús describe con detalle lo que va a sucederle. Señala, en primer lugar, que va a ser entregado a las autoridades judías (a los sumos sacerdotes y a los letrados). No especifica quien lo va a entregar, pero el lector de Mc ya conoce su identidad: Judas Iscariote (3,19).
En la primera predicción (8,31) se hablaba de que Jesús iba a ser rechazado por los tres grupos que componían el Sanedrín: los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados. En ésta, en cambio, entre los que condenan a muerte a Jesús no se menciona a "los senadores", representantes de la aristocracia laica de Jerusalén y detentadores del poder económico. Aunque parecen ser los principales instigadores de la hostilidad hacia Jesús (3n 8,31 se les nombra en cabeza), su omisión aquí posiblemente se deba a que Mc los considera el poder en la sombra. Cuando se trata de actuar directamente contra Jesús, lo hacen por medio de los otros dos grupos del Sanedrín: los sumos sacerdotes, máximos responsables del templo y del culto que se celebra en él, y los letrados, celosos intérpretes y custodios de la Ley de Moisés y modelo de observancia. Son los exponentes de las dos realidades que constituyen el orgullo del pueblo judío, el templo y la Ley, quienes van a condenar a muerte al Mesías de Dios. Se perfila así el fracaso de la antigua alianza.
El término "condenarán" es nuevo respecto a los otros anuncios de la Pasión. Jesús afirma que las autoridades judías no se desembarazarán de él de cualquier forma; habrá un proceso judicial y en él se determinarán claramente las responsabilidades.
Ni el sistema religioso judío ni el legal toleran la figura del Hombre pleno (el Hijo del hombre); no soportan su libertad, su rechazo de toda discriminación social y religiosa, su superación de la Ley, su universalismo, su tarea emancipadora con el pueblo. El mensaje y la actividad de Jesús encuentran en los dirigentes judíos, deseosos de conservar sus privilegios y su dominio sobre el pueblo, una oposición total, que desembocará en su condena a muerte.
La mención de Jerusalén y del papel que van a desempeñar las autoridades judías mira directamente al nuevo Israel (= los Doce). Éste no puede ya sentirse atraído por el centro del judaísmo (Jerusalén), en donde Jesús va a encontrar la muerte; ni vinculado al templo, regido por la jerarquía sacerdotal (los sumos sacerdotes), enemiga de Jesús; ni tampoco a la Ley, en manos de intérpretes deshumanizados y rigoristas que han hecho de ella un absoluto (los letrados). Ante los acontecimientos que anuncia, Jesús espera que los Doce abandonen definitivamente sus ideales triunfalistas y rompan con una institución religiosa y legal que es capaz de llegar al asesinato para defender sus intereses, en contra de toda justicia. Los Doce deberían desligarse de un sistema que, al condenar a Jesús, va a hacer patente su traición a Dios.
Pero, además de anunciar que va a ser condenado a muerte por los dirigentes judíos, Jesús predice que éstos, a su vez, lo entregarán a los paganos, último vilipendio para un judío, quienes, después de escarnecerlo y flagelarlo, lo ejecutarán. Mc señala, por tanto, que los paganos actuarán por instigación de las autoridades judías.
En la predicción anterior (9,31) se decía que el Hijo del hombre había de ser entregado "a [ciertos] hombres"; ahora, con el doble "entregar", se especifica que esos hombres serán judíos y paganos. Mc quiere así poner de relieve la responsabilidad de "todos" en la muerte de Jesús.
Por primera vez se describen los ultrajes y la violencia física que va a padecer Jesús antes de su muerte. Aquel que los discípulos consideran el glorioso Mesías (cf. 8,29), será objeto de mofa (se burlarán de él) y del máximo desprecio (le escupirán) y, después de ser castigado con el látigo (lo azotarán), será ejecutado (lo matarán).
Aunque no se precisa la clase de muerte que va a sufrir, el hecho de que sean los paganos los ejecutores de la condena insinúa ya la crucifixión. Un condenado a muerte por las autoridades judías y ejecutado por los paganos es la antítesis del Mesías esperado por Israel y de toda expectativa humana de un Salvador.
El panorama que traza Jesús en este anuncio no puede ser más trágico: las autoridades de Israel, por medio de los paganos, le harán sufrir humillaciones y tormentos y conseguirán acabar con él. Pero, a pesar de todo, su fracaso histórico no será definitivo: a los tres días resucitará. Si el propósito de los dirigentes es arrebatarle la vida, para borrar así definitivamente de la historia la memoria de Jesús, no se saldrán con la suya: la vida va a vencer a la muerte. Ahí está el triunfo del verdadero Mesías, no en derrotar por la fuerza a sus adversarios, imponiéndose sobre ellos, sino en demostrar con su resurrección que su camino de servicio y entrega a los demás desemboca en una vida nueva que va a durar para siempre.
Al revés de las dos predicciones anteriores (cf. 8,32b-33; 9,32), tras este anuncio no se menciona la incredulidad o incomprensión de los discípulos; lo que sigue la hará patente.
Hay que notar, además, que en este anuncio no aparece ninguna causalidad divina. El destino que aguarda a Jesús se debe a hombres enemigos del proyecto de Dios. Ni siquiera el verbo "ser entregado" puede interpretarse como pasiva con agente divino, pues Mc deja bien claro que es Judas Iscariote el que entrega a Jesús a los sumos sacerdotes (cf. 14,10s.42). No en vano ha previsto el evangelista esta acción de Judas al nombrarlo en la lista de los Doce: "Judas Iscariote, el mismo que lo entregó" (3,19).
Otro punto que conviene resaltar es que, como en ningún otro pasaje, se acentúa el contraste entre la figura de "un hijo de hombre de Dn 7,13 y "el Hijo del hombre" Jesús. Si aquél iba a triunfar y a recibir autoridad sobre todas las naciones (Dn 7,14), Jesús, en cambio, va a ser humillado y condenado a muerte por las autoridades judías y ejecutado por los paganos.
Las notables diferencias entre esta última predicción y las dos anteriores se deben, sin duda, al hecho de que los Doce/los discípulos, aferrados a la idea del Mesías davídico y al deseo de triunfo terreno, no reaccionaran favorablemente a los otros dos anuncios de la muerte-resurrección (cf. 8,32b-33; 9,32). Por eso, al emprender la subida a Jerusalén, que puede suscitar falsas esperanzas mesiánicas, Jesús quiere dar la última batalla contra esa mentalidad, para ver si los términos de la tercera predicción, mucho más detallada que las anteriores, hacen comprender por fin a los discípulos que su idea del Mesías y sus expectativas de éxito son erróneas. Sin embargo, los episodios siguientes pondrán de manifiesto que el propósito de Jesús se verá nuevamente frustrado.
Mc 10,32b
Esta vez se llevó con él a los Doce y se puso a decirles lo que iba a sucederle.
La última vez que Jesús tomó consigo a un grupo de seguidores fue antes de la escena de la transfiguración, cuando se llevó con él a Pedro, Santiago y Juan (9,2). Ahora (Esta vez) separa de los demás al grupo de los Doce (se llevó con él a los Doce), es decir, a los representantes del nuevo y definitivo Israel, incluidos a su vez en el círculo más amplio de los discípulos de Jesús procedentes del judaísmo. En este momento en que emprenden la subida a Jerusalén, va a exponerles de nuevo lo que ya les ha anunciado, anteriormente, en dos ocasiones (8,31; 9,31): el trágico destino que aguarda al Hijo del hombre (se puso a decirles lo que iba a sucederle).
Sin embargo, al contrario que en las dos predicciones anteriores, no usa Mc esta vez el verbo "enseñar" (8,31: "empezó a enseñarles"; 9,31: "iba enseñando a sus discípulos"), sino simplemente el verbo "decir" (se puso a decirles). "Enseñar" supone exponer algo que el discípulo debe asimilar y aplicar a su propia vida; en cambio, "decir" implica solamente información. Esta tercera predicción es, pues, informativa. En ella anuncia Jesús, clara y detalladamente, la suerte que va a correr (lo que iba a sucederle).
Mc 10,32a
Estaban en el camino, subiendo a Jerusalén. Jesús iba delante de ellos y estaban desconcertados; los que seguían sentían miedo.
Continúa el itinerario de Jesús, ahora en su recta final hacia Jerusalén, el centro político y religioso del judaísmo, que aparece por primera vez como meta del camino. <<Subir a Jerusalén>> era una fórmula estereotipada que se usaba, cualquiera que fuera el punto de partida geográfico, para indicar la ida a la ciudad santa y al templo. Mc, sin embargo, al designar una vez más a la ciudad con su forma helenizada y no hebrea, la despoja de su carácter sacral: Jerusalén es la ciudad en donde a Jesús le espera la muerte.
Jesús va en cabeza (iba delante de ellos), a cierta distancia, marcando el camino. Va con resolución, dispuesto a enfrentarse a su destino y como animando a los suyos a ir tras él. Con Jesús suben sus discípulos (ellos), incluidos en el plural inicial (Estaban en el camino), que han sido los protagonistas del episodio anterior (10,23-31); van con él, señal de compañía, pero con relación a ellos no se habla de seguimiento. Junto a los discípulos, se menciona un segundo grupo: los que seguían.
Se reconocen de nuevo los dos grupos de seguidores de Jesús que han ido apareciendo a lo largo del evangelio: los que proceden del judaísmo (llamados los discípulos o los Doce) y los que no provienen de él (que no tienen una denominación fija). La disposición de ánimo de cada grupo no es la misma: los discípulos estaban desconcertados; "los que siguen" sentían miedo. El uso de dos verbos con matiz diferente (gr. thambeô y phobeô) confirma que se trata de dos grupos distintos.
La diferente reacción de los dos grupos se debe a las expectativas de cada uno de ellos. Los discípulos, que siguen pensando en el éxito que aguarda a Jesús como Mesías, manifiestan el mismo estado de ánimo (estaban desconcertados) que mostraron en el episodio anterior (10,24), cuando Jesús anunció la dificultad que iban a tener los ricos para entrar en el reino de Dios (10,23). El desconcierto, por tanto, proviene de la falta de recursos de todo tipo (que proporciona el dinero) con la que Jesús se dirige a Jerusalén. En su deseo de triunfo, no comprenden cómo, desprovistos de esos medios, puede Jesús hacerse con el poder en la capital.
"Los que siguen", en cambio, que no tienen aspiraciones de poder, son conscientes del peligro que entraña la subida a Jerusalén y sienten miedo, pues, aunque no han oído las anteriores predicciones de la pasión y muerte de Jesús (8,31; 9,31), dirigidas sólo a los Doce/los discípulos, la segunda condición del seguimiento, que Jesús ha propuesto a los dos grupos, (8,34: "cargue con su cruz", Lect.), y su invitación a que estén dispuestos a dar la vida por él y por la buena noticia (8,35), les hace comprender que la subida a la capital va a representar una amenaza para él y los suyos. No se trata, por tanto, de gente enardecida por la perspectiva de llegar a Jerusalén con Jesús como líder. No muestran entusiasmo alguno ante la subida, sólo temor. Pero, a pesar del miedo, no por eso abandonan a Jesús. Ellos, como lo indica la denominación los que seguían, son para Mc los verdaderos seguidores de Jesús.
Es notable cómo Mc subraya en este pasaje la distinción entre los dos grupos, insinuando abiertamente que los discípulos no seguían a Jesús, mientras que el otro grupo sí. La falta de seguimiento de los discípulos quedará patente en los episodios que siguen.
Mc 10,31
Pero todos, aunque sean primeros, han de ser últimos, y esos últimos serán primeros.
En este versículo hace Jesús un resumen de todo lo anterior en forma de apotegma, El primer miembro del dicho enuncia como principio la condición que Jesús había propuesto al rico, despojarse de todo lo que tenía. No podía entrar en la comunidad como <<primero>>, como rico e importante en medio de pobres, tenía que entrar como <<último>>, es decir, sin rasgos de superioridad respecto a los demás. De este modo, Jesús pretende formar una comunidad de <<últimos>>, de gente sin relieve social ni copiosos recursos. Pero no se trata de una exigencia ascética, sino de una condición necesaria para instaurar nuevas relaciones humanas, basadas en la igualdad, que lleven a un cambio de sociedad.
Resalta así, en primer lugar, la importancia que tiene para Jesús la persona humana. No cuentan en su comunidad el rango ni la riqueza, que no garantizan la calidad del hombre, sino la persona misma. Ésta debe despojarse de todo lo que le impide crecer en el amor, factor de su desarrollo; y como, por ser expresión de la adhesión a Jesús, es indispensable la propagación de la buena noticia, la del amor universal del Padre, cada uno ha de eliminar en sí mismo todo lo que se oponga al mensaje de igualdad y solidaridad que ha de transmitir.
En segundo lugar, esto implica que la subsistencia y el progreso de la comunidad no pueden depender de la existencia de mecenas o protectores que, desde una posición de privilegio, compartan su riqueza con ella, creando una humillante dependencia y una inevitable jerarquía; dependerá de la labor común de iguales, sin estridentes diferencias de nivel, construyendo así entre todos una comunidad fraterna plenamente solidaria y próspera. Se ve la importancia que tiene la igualdad para Jesús; sin ella, no hay sociedad nueva, y los medios para construirla son el servicio mutuo y la solidaridad que inspira el amor.
El segundo miembro expresa el resultado de esta opción: esos <<últimos>> serán <<primeros>>; es decir, todos estarán cercanos a Jesús por la solidaridad y el servicio de unos a otros, que los identifica con él.
En otras palabras: el hacerse último no es para quedarse en ese lugar, sino para, mediante el amor de todos, llegar a ser primero, es decir, a tener una calidad humana próxima a la de Jesús. Y <<ser primero>> está ofrecido a todos, no a algunos en particular, pues la comunidad cristiana no puede estar compuesta por una mayoría de mediocres, sino que debe ser el grupo de personas donde todos y cada uno aspiren y tiendan a la plenitud humana.
Termina así la sección con un colofón que da remate a los episodios anteriores: no se puede pertenecer al Reino o comunidad de Jesús conservando un protagonismo o superioridad social basados en el poder y prestigio de la riqueza. Pero la renuncia al brillo mundano no supone resignarse a la mediocridad personal; al contrario, esa renuncia es el primer peldaño para alcanzar una verdadera talla humana, según el modelo de Jesús.
Mc 10,23-30
Mc 10,23
Mc 10,29-30
Jesús declaró: <<Os lo aseguro: No hay ninguno que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras, por causa mía y por causa de la buena noticia, que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras -entre persecuciones- y, en la edad futura, vida definitiva>>.
La respuesta de Jesús empieza con una fórmula enfática (<<Os lo aseguro>>) que afirma la certeza de lo que va a prometer, pero sin referirse en particular al grupo de discípulos (seguidores procedentes del judaísmo). De hecho, Jesús no responde al <<nosotros>> de Pedro con un <<vosotros>>, sino que enuncia un principio general válido para cualquier seguidor (<<No hay ninguno, etc.>>). No decide en qué situación se encuentran los discípulos; ellos verán si realmente han cumplido esas condiciones y si lo han seguido; si no experimentan la ayuda de Dios, ellos deben preguntarse por qué. Ya antes se imaginaban estar identificados con Jesús (cf. 9,38: <<no nos seguía>>), cuando en realidad no aceptaban su programa. Jesús no les reprocha su infidelidad, les expone el principio para que ellos mismos saquen las consecuencias.
La declaración de Jesús se enuncia en forma negativa (<<No hay ninguno que>>), de modo que no admite excepciones.
En la primera enumeración que hace Jesús, los miembros están unidos por la disyuntiva <<o>>, que indica diversas posibilidades o alternativas. No hay que dejar todo lo que la enumeración contiene para obtener el principio de cien veces más; pero hay que abandonar cualquier bien material o romper cualquier vinculación familiar que sea obstáculo para responder a la invitación de Jesús: cualquier apego que limite la libertad, impida o dificulte la adhesión a él y la dedicación a proclamar la buena noticia. Es lo opuesto a la negativa del rico.
Este abandono es voluntario, no forzado; no se debe a la persecución, de la que aún no se ha hablado, sino a una exigencia personal de fidelidad al llamamiento de Jesús y al deseo de asumir su proyecto de vida, que sería inviable en determinadas circunstancias personales.
La renuncia se hace <<por causa mía y por causa de la buena noticia>>. Su motivo es, pues, en primer lugar, la persona de Jesús, la adhesión a él, el modelo de Hombre; así se empieza el camino de la plenitud humana. En segundo lugar, la propagación del mensaje: la renuncia deja libre al seguidor para practicarlo y proclamarlo. No son dos motivos independientes: la adhesión a Jesús es inseparable del compromiso con su misión. Se consideran así los dos aspectos, ser y actuar, incluidos en el verbo <<seguir>>, que significa cercanía y camino: recorrer el mismo camino, es decir, tener una actividad como la de Jesús, es lo que hace posible estar cerca de él y ser como él. No se puede ser sin actuar: es el actuar lo que va determinando el ser.
No hay que restringir el segundo motivo de la renuncia (<<por causa de la buena noticia>>) a la dedicación a una actividad misionera itinerante. La difusión de la buena noticia no se hace sólo por la predicación, sino también por la forma de vida y la presencia en la sociedad.
La renuncia se ve sobradamente compensada por la promesa del céntuplo que hace Jesús. En la enumeración de lo que el hombre abandona, la <<casa>> (gr. oikia) no significa sólo el lugar de habitación, sino también el hogar, la familia, especificada a continuación por los hermanos y los padres: Jesús afirma que el que deja una familia encuentra cien. <<Hermanos suyos, hermanas y madres>> son para Jesús los seguidores que realizan el designio de Dios (3,34), y él acaba de llamar a los discípulos <<hijos>> (10,24). Aparecen así los vínculos de afecto que reinan entre Jesús y los suyos y dentro de la comunidad; será una comunidad de amor profundo y cordial, que constituirá una nueva familia. Nótese la presencia de personajes femeninos (hermana, madre) en paralelo con el masculino (hermano). No se menciona la esposa; según el ideal contenido en el proyecto de Dios (10,8-9), ese vínculo no puede romperse ni puede ser obstáculo para el seguimiento. El <<padre>> se abandona, pero no se recupera; siendo en la sociedad de aquella época una figura autoritaria, no podía estar presente en la comunidad de Jesús.
El que abandona bienes para dar la adhesión a Jesús y por la propagación de la buena noticia va a encontrar en esta vida cien veces más, también casas y campos: este dicho confirma que en la comunidad de Jesús los miembros de posición modesta han conservado lo que tenían, pero poniéndolo a disposición de los demás; eso no perjudica la igualdad dentro del grupo ni crea dependencia, pues los que ayudan no se ponen por encima de los que ahora no tienen; lo que hay está disponible para todos. Es la comunidad de los pobres que comparten unos con otros y así obtienen su independencia y se emancipan de la opresión. En lugar de vivir del trabajo de otros (el rico), según el sistema injusto, trabajan (campos) y comparten el fruto.
Lo primero que encuentra el que deja algo para poder ser libre y dar la adhesión a Jesús es, por tanto, amor, acogida, calor humano (familia); lo segundo, medios de subsistencia para poder vivir con dignidad. No es lo primero el dinero, sino el amor; donde hay amor, no hay penuria. Esta solidaridad que se encuentra en la nueva familia es lo que Jesús expresaba al decir que <<con Dios todo es posible>> (v. 27). Se pone la confianza en el amor que comparte, no en el dinero acumulado.
En el Reino o sociedad nueva habrá afecto y abundancia para todos, pero sin desigualdad ni dominio. Es la situación que Jesús describe para la vida presente (<<ahora, en este tiempo>>): una vida próspera por la solidaridad de todos. Éste es el reino de Dios en la tierra, constituido por los grupos humanos que viven con este amor; es el reino en el que hay que entrar, el lugar donde Dios ejerce su reinado, y que los ricos encuentran tanta dificultad en aceptar.
La promesa de prosperidad responde a la pregunta <<¿quién puede subsistir?>> (v. 26), cuyo trasfondo era la decepción e inseguridad de los discípulos porque la ausencia de gente adinerada en el grupo ponía en cuestión el sustento de todos. De este modo, ante el temor que ellos han expresado, Jesús asegura que el reinado de Dios excluye toda miseria, es más, que multiplica los bienes por cien; sólo que esto no se hace acaparando, sino compartiendo.
Sin embargo, la sociedad cuyos fundamentos se niegan, cuya injusticia se denuncia y cuya insatisfacción se pone de manifiesto ante la realidad del amor mutuo, desaprueba el estilo de vida de las comunidades de Jesús y lo manifestará de diversas maneras, pudiendo llegar a perseguirlas (<<entre persecuciones>>).
La abundancia es fruto de la renuncia al egoísmo expresada antes por Jesús en la primera condición del seguimiento (8,34: <<reniegue de sí mismo>>); la persecución corresponde a la hostilidad de la sociedad expresada en la segunda condición (8,34; <<cargue con su cruz>>). El discípulo debe dar esto por descontado.
Además, esos seguidores heredarán, por supuesto, la vida definitiva, superarán la muerte, pero después de una vida plena en este mundo.
Mc 10,28
Pedro empezó a decirle: <<Pues mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos venido siguiendo>>.
La construcción <<Pedro empezó a decirle>> recuerda 8,32, cuando <<Pedro empezó a conminar>> a Jesús. Este discípulo se hace de nuevo representante y portavoz del grupo (<<nosotros, etc.>>), aquí para aducir sus méritos e, implícitamente, para reivindicar sus derechos. No se conforma con el principio enunciado por Jesús; quiere saber lo que les va a tocar a ellos y espera que no sea la miseria, según los temores expresados en la pregunta anterior de unos a otros (v. 26: <<Entonces, ¿quién puede subsistir?>>).
Atribuye al grupo dos méritos: haberlo dejado todo, que responde a la verdad (1,18-20) y haber seguido siempre a Jesús, que, como se ha ido viendo a lo largo de los episodios precedentes, no responde a la verdad: los discípulos acompañan a Jesús materialmente, pero sus actitudes están muy lejos de las de él (8,32; 9,10.32.34; 10,13). Afirma Pedro que los integrantes del grupo (<<nosotros>>) han cumplido las condiciones que Jesús ha exigido al rico, es decir, las condiciones para entrar en el Reino. La afirmación es un desafío a Jesús, quien acaba de decir que la subsistencia no será problema. Pedro espera una aclaración, un compromiso concreto de Jesús respecto al porvenir del grupo.
Mc 10,27
Jesús, fijando la mirada en ellos, les dijo: <<Humanamente, imposible, pero no con Dios; porque con Dios todo es posible>>.
Jesús mira fijamente a los discípulos, como había hecho con el rico, subrayando la comunicación personal, antes de proponerle un nuevo planteamiento para su existencia. También los discípulos necesitan un nuevo planteamiento. La mirada de Jesús prepara, como en el caso del rico, una invitación.
De hecho, la declaración que hace Jesús cambia el enfoque: ellos ven la cuestión de la subsistencia desde el punto de vista puramente humano y la juzgan según la experiencia de su sociedad: con ese enfoque, el problema de la subsistencia no tiene más solución que el dinero. Pero subsistir es también posible de otro modo alternativo: mediante la solidaridad que existe en el reino de Dios.
La declaración es importante: Ateniéndose a los principios de una sociedad egoísta, para los que no tienen medios materiales es imposible subsistir; pero no al lado de Dios, en el reino donde existe el amor que comunica el Espíritu. La frase: <<con Dios, todo es posible>>, está en paralelo con la que dijo Jesús al padre del niño epiléptico: <<todo es posible para el que tiene fe>> (9,23). Estar con Dios equivale, por tanto, a tener fe, es decir, plena adhesión y confianza en él. Los miembros de la comunidad de Jesús son los que creen los que se fían de Dios. Hay así dos sociedades contrapuestas: la construida a partir de los principios egoístas, y la que se construye a partir del vínculo con Dios, que es la fe. <<Todo es posible>> es una afirmación muy fuerte, que subraya las posibilidades que se abren al hombre cuando éste se apoya en Dios.
No es que Dios vaya a hacer continuos milagros; la subsistencia será fruto de la actitud de los creyentes, de la fe en Dios, del vínculo con él. La adhesión a Dios establece una comunicación del Espíritu, que potencia al hombre (<<un tesoro del cielo>>), y lo lleva a renegar de sí mismo para entregarse a los demás (8,34); cuando existe este ambiente de entrega de unos a otros por amor, la subsistencia deja de ser un problema.
Es notable la frecuencia de presentes históricos en el relato (vv. 23.24.27), todos ellos introduciendo dichos de Jesús sobre la riqueza o sobre la confianza en la acción de Dios. Esto es indicio de la dificultad que se experimentaba en las comunidades del tiempo de Marcos para aceptar las exigencias de Jesús.
Mc 10,26
Ellos, enormemente impresionados, se decían unos a otros: <<Entonces, ¿quién puede subsistir?>>
El segundo dicho de Jesús hace gran impresión en los discípulos, que no se explican su exigencia: se preguntan si es posible que el grupo subsista sin el apoyo de la riqueza material. Tienen miedo a las consecuencias de la renuncia que Jesús exige a los ricos: si Jesús no admite que la riqueza entre en el grupo, no ven horizonte para el futuro y temen que el reino de Dios vaya a ser una sociedad de miserables. También ellos ponen su confianza en el dinero. No perciben las implicaciones del <<tesoro del cielo>> (10,21).
Los discípulos esperaban que la comunidad tuviese asegurada su subsistencia gracias a los pudientes que fueran admitidos en ella. No se dan cuenta de la dependencia que esto crearía para muchos de sus miembros: la igualdad entre todos y, en consecuencia, la libertad serían imposibles o ilusorias.
sábado, 30 de marzo de 2024
Mc 10,24-25
Los discípulos quedaron desconcertados ante estas palabras suyas. Jesús, reaccionó y les dijo de nuevo: <<Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios para los que confían en la riqueza! Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios>>.
Las palabras de Jesús siembran el desconcierto entre los discípulos: en el judaísmo se consideraba la riqueza señal de la bendición divina, y ellos piensan que en el reino de Dios (la nueva sociedad) continuará existiendo la riqueza individual, sin pensar en la dependencia que ésta crea. Por eso, la afirmación de Jesús es para ellos algo insólito e inesperado.
Esta reacción al dicho de Jesús muestra de nuevo que el inconformismo de los primeros llamados, que los movió a seguir a Jesús, era en realidad un deseo de reforma respetando las estructuras sociales, no de un cambio de sociedad.
Jesús no se retracta de lo que ha dicho, pero, para hacer comprender a los discípulos que sus exigencias, aunque parezcan duras, nacen del amor, los llama cariñosamente <<hijos>>. Este apelativo lo ha usado antes para dirigirse al paralítico (2,5), figura de la humanidad pagana, y a la mujer con flujos (5,34: <<hija>>) figura representativa de los marginados en la sociedad judía; en el diálogo con la sirofenicia, ha hablado del pan <<de los hijos>> (7,27), refiriéndose a los judíos. La variedad de los destinatarios del término (paganos, judíos y discípulos) muestra la extensión universal del amor de Jesús.
Insiste Jesús en la misma idea de antes, aunque añade un matiz: el rico no sólo tiene riquezas, sino que confía en ellas, cree que son el mejor medio de asegurar la propia existencia. Jesús ha intentado convencerlo de que hay una riqueza y una seguridad superior (10,21: <<un tesoro del cielo>>), pero no lo ha conseguido.
Con una frase hiperbólica (<<Más fácil es que un camello pase...>>) acentúa Jesús la práctica imposibilidad de que un rico renuncie a la seguridad que el da su riqueza para entrar en su comunidad (el reino de Dios) y contribuir a la creación de una sociedad nueva.
Mc 10,23
Jesús, mirándolos en torno, dijo a sus discípulos: <<¡Con qué dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!>>
Los discípulos no preguntan a Jesús, él toma la iniciativa. Su mirada se detiene en cada uno afectuosamente (cf. 3,34), subrayando la importancia de lo que va a decir y preparándolos para su novedad.
Jesús resume lo sucedido con el rico, poniendo de relieve el obstáculo que constituye la riqueza para entrar en el Reino. El rico que había acudido a Jesús era un propietario de tierras (<<tenía muchas posesiones>>, gr. ktêmata); ahora Jesús habla de los ricos en general (<<los que tienen el dinero>>, gr. khrêmata, riquezas). Para un rico, la entrada en el Reino depende de la renuncia a los bienes. Aparece aquí la diferencia entre la <<vida definitiva>> a la que aspiraba el rico y que puede alcanzar si cumple los mandamientos referentes al prójimo y <<el reino de Dios>>, en el cual no entra, por haber rechazado la invitación que Jesús le ha hecho; <<el Reino>> no puede referirse en concreto más que a la comunidad de Jesús, y éste prevé que lo mismo va a pasar en lo sucesivo con los que poseen riquezas (<<van a entrar>>).
El tema del reino de Dios aparecía en la primera perícopa del tríptico, a propósito de los <<chiquillos>> (10,15), figura de los que se hacen <<últimos de todos y servidores de todos>> (cf. 9,35-37). El rico no estaba dispuesto a ser último, por eso no ha aceptado la invitación de Jesús. El apego a la riqueza ha sido el obstáculo.
Jesús enuncia un principio general (<<¡Con qué dificultad, etc.!>>). No excluye del todo la posibilidad de que un rico entre en el reino de Dios, pero ésta es muy exigua; la esclavitud de la riqueza es muy fuerte y para los ricos la opción es muy difícil, pues no quieren renunciar a la seguridad que da el dinero.
Jesús, por tanto, no viene a proponer el camino de la salvación final, ya conocido por la ética expresada en los mandamientos de Moisés y común a otras culturas; no viene a ser un maestro de moral, sino a establecer ya desde ahora el reinado de Dios sobre los hombres, que ha de desembocar, por supuesto, en la vida definitiva. Pero Jesús no pretende solamente que el hombre pueda superar la muerte, sino que exista una sociedad nueva que ayude a cada uno a alcanzar la plenitud humana. No entrar en el reino de Dios significa, pues, excluirse de la comunidad de Jesús, primicia de la nueva sociedad, y de la vida que Dios comunica con su Espíritu y que abre la puerta a la plenitud.
Mc 10,17-22
Mc 10,17
Mc 10,22
A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó entristecido, pues tenía muchas posesiones.
La invitación de Jesús no le gusta al rico, le extraña y le desagrada: no se esperaba semejante propuesta. Lo muestra su semblante: <<frunció el ceño>>; luego, se marcha triste. Ambas reacciones tienen por causa la riqueza. Se especifica ahora que el individuo es un rico propietario. Tiene que elegir entre el amor a la humanidad y el amor a sus posesiones, pero es esclavo de ellas. El amor de Jesús podría darle la fuerza necesaria para la opción, pero no tiene en cuenta o no aprecia la promesa de Jesús, y la renuncia le parece puramente negativa.
Aunque personalmente no ha sido injusto, este hombre está implicado, por su riqueza, en la injusticia de la sociedad. Su amor a los demás es relativo, no llega al nivel requerido para seguir a Jesús. No está dispuesto a trabajar por un cambio social, por una sociedad justa; con la antigua le basta. Tenía que optar entre el amor a la humanidad y el amor a la riqueza. Prefiere el dinero al bien del hombre. Tampoco aspira a la plenitud humana.
Ante el rechazo de su invitación, Jesús no insiste ni dirige al hombre ningún reproche; respeta su decisión.
Como en otros episodios, Jesús expresa su exigencia usando una formulación extrema: la renuncia a todo es figura del amor incondicional a la humanidad y del deseo de evitar toda complicidad con la injusticia. No propone Jesús un modelo (cf. 8,34), quiere indicar ante todo que el amor no tiene límite: si en algún caso fuera indispensable ese despego total para ser fiel a la justicia, no se excluye. La última seguridad del hombre no está en el dinero, sino en <<el tesoro del cielo>>, es decir, en el amor y la solidaridad comunicados por el Espíritu.
Mc 10,21
Jesús, fijando la vista en él, le mostró su amor diciéndole: <<Una cosa te falta: márchate; todo lo que tienes, véndelo y dáselo a los pobres, que tendrás un tesoro del cielo; entonces, ven y sígueme>>.
<<Fijar la vista en alguien>> acentúa la comunicación personal y subraya la importancia de lo que Jesús va a decirle. De hecho, le demuestra su amor invitándolo a seguirlo, a darle su adhesión, aceptando su mensaje y colaborando con su actividad; con esto le propone que se incorpore al grupo de sus seguidores.
El individuo es un hombre cabal, su modo de proceder es intachable: está preparado para dar el paso decisivo. Por eso, Jesús no le dice <<si quieres>> (cf. 8,34), su invitación es directa: <<márchate>>, <<vende>>, <<dáselo>>, <<ven y sígueme>>. La llamada está en la misma línea que la hecha al principio a los pescadores (1,16-21a) y a Leví (2,14). La observancia de los mandamientos éticos de la Ley ha sido un primer paso en el amor a los demás. Jesús le propone llegar hasta el fin.
<<Una cosa te falta>>, no para heredar la vida definitiva, a lo que ya ha contestado Jesús y cuya manera ha enseñado Dios mismo. Una cosa falta a este hombre para realizar en sí mismo el proyecto de Dios, para encontrar la felicidad que no posee y la plenitud a la que está llamado. Le falta el amor pleno: su amor a los hombres, hasta ahora manifestado solamente en la observancia de los mandamientos negativos (<<no matar>>, etc.), esto es, en no hacer daño, no supone preocupación real por el bien de los otros ni lleva a comprometerse con la justicia. Ese mínimo de amor debe convertirse en amor activo, en solidaridad efectiva con sus semejantes.
Para ello, le propone Jesús el seguimiento; pero antes el hombre tiene que salir de su conformismo con la situación y mostrar su deseo de una sociedad justa. Este hombre, que es rico, muestra insensibilidad ante la indigencia de los desposeídos; no es un hombre inquieto que desee mejorar las condiciones de los que sufren. Mientras no muestre su deseo de contribuir al cambio social, no es apto para entrar en la comunidad de Jesús. El rico está preocupado solamente por el más allá, pero existe un más acá lleno de dolor e injusticia, y su conducta no contribuye a remediarlos.
También su amor a sí mismo es deficiente: hasta ahora se ha conformado con practicar unos mandamientos que, por prescribir un <<no hacer>> no ayudan a su crecimiento ni elevan su calidad como persona. Le falta aspirar a la plenitud humana.
La propuesta de Jesús va más allá de la pregunta del hombre. No se trata sólo de alcanzar vida definitiva después de la muerte, sino de tener vida plena en este mundo y de ayudar a otros a alcanzarla.
Jesús señala el obstáculo que puede impedir al rico decidirse a seguirlo: el apego a la riqueza. El hombre tendrá que desprenderse de <<todo lo que tiene>>, para no estar entre aquellos que por la posesión o el ansia de dinero, posición social y dominio crean la desigualdad y la injusticia en la sociedad y la infelicidad de los seres humanos. Debe eliminar toda complicidad con esos modos de proceder, demostrar con las obras su amor sin reservas a la humanidad; solamente así podrá contribuir a crear una sociedad que favorezca el pleno desarrollo del hombre.
De hecho, no hacer daño personal a los demás, como prescriben los mandamientos de la Ley, era compatible en la sociedad judía con el apego a la riqueza y a la posición social, que se consideraban incluso como una señal de la bendición divina, pero que creaban desigualdad, pobreza y dependencia. Aunque en otros términos, Jesús le pone delante al rico la primera condición de seguimiento: <<renegar de sí mismo>> (8,34), es decir, renunciar a toda ambición egoísta de dinero, posición social y poder, que son los factores de la injusticia. La ética propuesta en los mandamientos promulgados por Moisés no basta para suprimir la desigualdad ni lleva a una sociedad verdaderamente justa.
A los primeros llamados, de clase humilde, Jesús no les puso condiciones para el seguimiento, los invitó directamente (1,17.20; 2,14), y ellos, gente inconformista, dejaron espontáneamente sus magras posesiones para seguir a Jesús, en quien veían un líder capaz de acaudillar un cambio social. Por el contrario, al rico Jesús le pone una condición previa: vender todo lo que tiene y darlo a los pobres, esto es, desprenderse definitivamente de todos sus bienes, sin exceptuar nada (<<todo>>) y sin esperanza de recobrarlo (<<dáselo a los pobres>>). Dar sus bienes a los pobres sería su aportación personal para reparar la injusticia social que crea la riqueza, contribuyendo a aliviar la condición de los desposeídos. Demostrando con ese gesto su libertad respecto al dinero y su amor incondicional a la justicia, estaría preparado para entra en la comunidad de Jesús.
Esa renuncia, por otra parte, era también indispensable para hacer posible la igualdad dentro de la comunidad y evitar la ocasión de alcanzar en ella preeminencia y ejercer dominio sobre los otros.
La acumulación de bienes proporciona una seguridad para esta vida en el plano material, pero no en el plano del espíritu, como lo muestra la angustia del rico. Éste se ve invitado a perder toda su seguridad humana, pero se le promete que así tendrá otra, en este caso no humana sino divina. De hecho, un amor a la justicia y a la humanidad como el que demuestra la renuncia que se le pide pone en armonía con Dios, cuyo amor a los hombres resplandece en Jesús. La verdadera riqueza, el <<tesoro del cielo>>, es el amor de Dios al hombre, expresado en el don del Espíritu, que es vida. Su efecto, respecto al que lo recibe, es la seguridad del amor que Dios le tiene; respecto a los otros, la solidaridad y el amor mutuos propios de la comunidad de Jesús, que fundan la nueva seguridad en el plano humano. El <<tesoro del cielo>> es así una nueva expresión para designar el reinado de Dios; la renuncia que Jesús pide al rico equivale a <<acoger el reinado de Dios como un chiquillo>> (10,15), haciéndose <<último de todos y servidor de todos>> (9,35).
Se contraponen así dos escalas de valores: la de la sociedad que tiene por valor supremo la riqueza, con sus secuelas de prestigio y poder, y la de Dios, para quien los valores supremos son la generosidad y la solidaridad, expresiones del amor a todos, que llevan al hombre a la plenitud de vida.
El rico aspiraba a la vida después de la muerte; Jesús le ofrece ya desde ahora la comunicación de la vida de Dios. Ser rico no lo ha hecho crecer en su calidad humana, pues su amor al prójimo ha sido mínimo, ya que no ha sido solidario ni ha tomado ninguna iniciativa para procurar el bien de los demás. El desarrollo humano se realiza solamente por el amor activo, y el obstáculo para practicarlo es el deseo de conservar su riqueza sin compartirla.
Renunciar por renunciar no tendría sentido. El motivo de la renuncia es el amor a todos los seres humanos, que se traduce en la sensibilidad ante la injusticia. La costosa renuncia a los bienes sería la respuesta al amor que Jesús le muestra; al mismo tiempo, le daría la posibilidad de obtener <<el tesoro del cielo>> que Jesús le promete: lo que parece pérdida sería en realidad ganancia y vida. Esa renuncia, que contribuye a eliminar la injusticia, es también condición para el amor pleno: Jesús lo invita a pasar de un mínimo de amor, en intensidad y en extensión, a un máximo, sin límite en la entrega y ofrecido a todos los hombres.
Jesús, que está para continuar <<su camino>>, expresa su amor a este hombre invitándolo a seguirlo, es decir, a recorrerlo con él. Espera que, con un gesto de total generosidad, responda al amor que se le brinda.
Mc 10,20
Él le declaró: <<Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven>>.
Al dirigirse de nuevo a Jesús, el hombre repite el apelativo <<Maestro>>; acepta, por tanto, su doctrina. Declara a continuación haber cumplido desde joven todos los mandamientos enunciados por Jesús referentes al prójimo; es decir, no haber hecho nunca daño a nadie. Aparece así como un modelo de observancia de lo esencial de la Ley. Esto hace ver que Mc describe una figura ideal, el rico honrado y perfecto cumplidor de la Ley de Dios, para mostrar hasta dónde llegan las exigencias éticas de la Ley y crear el contraste con las del mensaje de Jesús.
Mc 10,18-19
Jesús le contestó: <<¿Por qué me llamas insigne a mí? Insigne como Dios, ninguno. Los mandamientos, los conoces: no mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre>>.
Jesús responde al hombre que no es necesario consultarle a él, pues en esta cuestión los judíos han tenido el mejor de los maestros, Dios. Es inútil buscar otros cuando Dios mismo ha enseñado el modo de obtener la vida futura. Por tanto, toda dependencia de los letrados es innecesaria; sus interpretaciones sólo engendran confusión, y la inacabable lista de observancias fariseas carece de utilidad para obtener esa vida. La enseñanza de Dios es clara y no necesita de intérpretes ni de añadiduras humanas.
En el Decálogo propuso Dios el modo de obtener la vida definitiva, de superar la muerte. Pero hay que notar los cambios que hace Jesús: de los diez mandamientos, omite los tres primeros, los que se refieren a Dios, característicos de Israel, que fundaban su diferencia y privilegio respecto a los demás pueblos; recuerda al hombre solamente varios mandamientos éticos. En la enumeración que hace Jesús no hay un solo elemento religioso ni se menciona el nombre de Dios: expone un código de conducta común a la humanidad entera, cifrado en el respeto y la honradez con los demás; muestra así que lo que lleva a la vida a cualquier ser humano es portarse bien con el prójimo, igualando a los judíos con los demás hombres. La única preocupación de Dios es el bien de la humanidad, y él enunció en esos mandamientos los principios elementales que garantizan la convivencia básica entre los seres humanos.
En sustitución del noveno y décimo mandamientos: <<no desearás, etc.>> (cf. Éx 20,17), Jesús inserta uno que no está en las tablas de la Ley: <<no defraudes>>, es decir, no prives a otro de lo que se le debe. Esta inserción es apropiada al tipo de persona que le pregunta, un rico; habría sido incongruente proponer este mandamiento a un pobre.
El último lugar, invirtiendo el orden del Decálogo, menciona el cuarto mandamiento (<<sustenta a tu padre y a tu madre>>). El cambio de orden muestra que el vínculo con la humanidad tiene más valor que el vínculo familiar. La actitud hacia los padres es un caso particular de la actitud ante los hombres; la segunda abarca a la primera. Insinúa con ello Jesús que ciertas obligaciones familiares no pueden servir de pretexto para eximirse de la obligación hacia la humanidad en general. El primer motivo de la conducta justa no son, por tanto, los vínculos de sangre, sino la pertenencia común al género humano.
Las condiciones mínimas para obtener la vida definitiva se resumen, pues, en un comportamiento que no haga daño al prójimo, en evitar la injusticia personal aun dentro de una sociedad injusta; las convicciones religiosas no son decisivas. Por eso, el código ético que propone Jesús no es específicamente judío, sino universal, válido para todo ser humano en toda cultura.
Mc 10,17
Cuando salía del camino, he aquí que un rico se le acercó corriendo y, arrodillándose ante él, le preguntó: <<Maestro insigne, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida definitiva?>>
Jesús no se encuentra con este hombre en la casa-comunidad, sino fuera, cuando va a reemprender su camino hacia Jerusalén. El individuo está caracterizado como <<rico>>; no se menciona su nombre ni se indica su origen, como suele hacer Mc con las figuras representativas, aunque de su pregunta se deducirá que se trata de un judío. En la escena no aparecen los discípulos.
El hombre se acerca <<corriendo>>, lo que muestra la urgencia del problema que quiere consultar a Jesús. Además, <<se arrodilla ante él>>, como lo había hecho el leproso (1,40), haciendo patente la angustia que siente; reconoce la superioridad de Jesús y ve en él su último recurso.
Este hombre rico busca solución para un problema crucial: cómo evitar que la muerte sea el fin de todo, qué hacer para conseguirlo. La <<vida definitiva>> por la que pregunta es la propia del mundo futuro (cf. 10,30), que garantiza la superación de la muerte. La pregunta refleja la angustia del hombre acomodado que tiene resuelta su subsistencia, pero a quien la riqueza no le da la última y decisiva seguridad.
El hombre llama a Jesús <<Maestro>>, no <<Rabbí>> (cf. 9,5; 14,45), mostrando que no lo asimila a los rabinos, meros comentadores de la Ley; reconoce la excelencia de Jesús como Maestro (<<insigne>>) y cree que puede resolver su problema. La enseñanza oficial no ha conseguido calmar su angustia y recurre a Jesús, aunque está excluido del sistema judío, esperando de él una solución nueva, diferente de las que propone su tradición.
Aparece aquí la confusión a que había llegado en el judaísmo la doctrina sobre la obtención de la vida futura, dado el cúmulo de observancias y mandamientos que, según los letrados fariseos, había que cumplir. La cuestión fundamental quedaba en la mayor oscuridad.
La pregunta: <<¿Qué tengo que hacer?>> se refiere a un modo de obrar, no a un cambio personal, y alude a las prescripciones de la Ley mosaica y, sin duda, a las muy numerosas de la doctrina farisea.
Mc 10,13-16
Mc 10,13
Mc 10,16
Y, después de abrazarlos, los bendecía imponiéndoles las manos.
Como había hecho antes Jesús con un <<chiquillo>> (9,36), también ahora abraza a éstos, mostrándoles su identificación y afecto. Mc describe así la relación que instaura Jesús con todos sus seguidores, la más opuesta a la distancia y la severidad; no toma la actitud de <<Señor>> de los suyos, sino la de amigo y familiar. Como se ha explicado antes (9,37), esta efusión de Jesús se corresponde con lo que afirmó él mismo cuando, estando rodeado de seguidores no israelitas, fueron a buscarlo su madre y sus hermanos: <<¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien quiera que lleve a efecto el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre>> (3,35).
Bendecir equivale a comunicar vida, que en el contexto evangélico se identifica con la comunicación del Espíritu. El contacto con Jesús que se pretendía (v. 13: <<para que los tocase>>) queda sobrepasado por el abrazo y por la imposición de manos, gesto de bendición, pues no se trata de una bendición cualquiera: el verbo griego (kateulogeô), de valor intensivo, expresa la efusión o la ternura de la bendición de Jesús. Se verifica así la abundante comunicación de vida que anunciaba Jesús a los que han producido el fruto del mensaje (4,24: <<la medida que llenéis la llenarán para vosotros, y con creces>>). Éstos entran en el Reino, la comunidad humana donde Dios reina infundiendo su Espíritu/vida.
Mc 10,15
<<Os lo aseguro: quien no acoja el reinado de Dios como un chiquillo, no entrará en él.>>
Jesús termina con un dicho solemne (<<Os lo aseguro>>). Afirma que la actitud de estos seguidores es indispensable para entrar en el Reino, cuya primicia es la comunidad cristiana. Como Mc ha expuesto antes (4,11: <<el secreto del reinado de Dios>>), Dios manifiesta su amor universal ofreciendo a todos los hombres sin distinción la plenitud de vida; cuando el hombre acepta el ofrecimiento, recibe la vida de Dios y así Dios reina sobre él. Los <<chiquillos>>, que lo han aceptado dando plena adhesión a Jesús, son modelo de aceptación de ese reinado. Para ellos, el reinado de Dios ya no está cerca (1,15), sino presente; su opción ha colmado la distancia que lo separaba y entran así en el ámbito donde reina Dios.
<<Acoger/aceptar>> el reinado de Dios como un chiquillo significa cumplir las condiciones del seguimiento expresadas por Jesús (8,34) y, en particular, la primera (<<reniegue de sí mismo>>), explicitada en 9,35: <<hacerse último de todos y servidor de todos>>.
Puede apreciarse que en este contexto usa Mc dos veces la misma palabra griega (basileia) en dos sentidos diferentes. La primera vez va asociada al verbo <<acoger/aceptar>>, que se usa para personas, para un mensaje o para un don, pero no para un lugar; por eso, en esta ocasión la palabra basileia significa <<reinado>>: lo que se acoge es el reinado de Dios, aceptando la vida que él ofrece. La segunda vez va asociada al verbo <<entrar>>, que ha de referirse a un lugar, lo que confiere a basileia el significado de <<reino>>, es decir, el ámbito donde se ejerce el reinado.
La frase de Jesús supone que puede haber diversas maneras de acoger o aceptar el reinado de Dios, ofrecido a todos, pero una sola de ellas es válida, la representada por <<los chiquillos>>, es decir, la que hace suyo el ejemplo de Jesús.
También los discípulos desean el reinado de Dios, pero en términos de poder, prestigio y gloria. Sienten que el reinado llega con Jesús, pero no aceptan el modo como él lo propone. Jesús desmonta de nuevo la mentalidad de los discípulos, haciéndoles ver que lo que esperan es falso; no se puede tener la expectativa del reinado de Dios y abrigar ambiciones de dominio individuales o nacionales de cualquier tipo. <<La idea de Dios>> no es <<la de los hombres>>, que ellos mantienen (9,33). El reinado de Dios exige la igualdad entre los hombres y los pueblos, y excluye todo dominio de unos sobre otros.
Mc 10,14
Al verlo Jesús, les dijo indignado: <<Dejad que los chiquillos se acerquen a mí, no se lo impidáis, porque sobre los que son como éstos reina Dios.>>
La reacción de Jesús es fuerte; es la única vez en Mc que se muestra indignado y, para colmo, con miembros de su comunidad. El comportamiento de los discípulos le resulta intolerable y les prohíbe que sigan obstaculizando el acceso de los <<chiquillos>>.
La prohibición de Jesús <<no se lo impidáis>> relaciona esta perícopa con la del que expulsaba demonios (9,38), figura de un seguidor no israelita; nueva indicación de que el término <<los chiquillos>> designa a esos seguidores. Por otra parte, el texto mismo pone en paralelo a estos chiquillos con el de la escena en la casa de Cafarnaún (9,36-37); en 9,37, Jesús decía: <<uno de éstos>> (gr. tôn toioutôn) chiquillos>>; aquí, <<los que son como éstos>> (gr. tôn toioutôn)>>, indicando así que tienen la misma actitud. <<Los chiquillos>>, gracias a su opción, tienen abierto el acceso a Jesús; así sucede con todos los que se hacen últimos de todos y servidores de todos (<<los que son como éstos>>).
El reinado de Dios se ejerce sobre ellos mediante el don del Espíritu-vida; gozan así del especial amor y protección de Dios; son los ciudadanos del Reino. El reinado de Dios no es algo futuro, sino presente; se ejerce sobre los que responden a su amor siendo fieles a Jesús y siguiéndolo.
Indirectamente, la frase de Jesús excluye del reinado de Dios a los discípulos, que no acepten este mensaje. Es un aviso y una nueva invitación a dar el paso.
Mc 10,13
Le llevaban chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a conminarles.
Como la escena anterior (10,10), también ésta se desarrolla en la casa, figura de la comunidad de Jesús, formada por dos grupos de seguidores: el de los discípulos/los Doce, procedentes del judaísmo, y el otro grupo, el de los que no proceden de él; sólo en la perícopa siguiente (10,17) se indicará que Jesús sale de la casa. Mc hace ver que es la comunidad el lugar donde se puede encontrar a Jesús.
Hay un intento de llevar chiquillos a Jesús; Mc no precisa quién se los lleva, indica solamente la finalidad que pretenden: que Jesús los toque. Los individuos anónimos que llevan a los chiquillos no son ciertamente los discípulos, que se oponen a este acercamiento; son hombres, que, por tener acceso a la casa-comunidad, han de ser seguidores de Jesús y se identifican sin duda alguna con los que no proceden del judaísmo; estos seguidores llevan los <<chiquillos>> a Jesús para que tengan contacto con él.
El término <<chiquillo>> viene cargado de sentido figurado a partir de 9,36. Es decir, también aquí designa Mc como <<chiquillos>> a individuos que han dado la adhesión a Jesús aceptando plenamente su mensaje y adoptando su actitud: a los que se hacen <<últimos de todos y servidores de todos>> (9,35). Son <<los pequeños>>, que quieren acercarse a Jesús para expresarle su adhesión (9,42).
El verbo <<llevar>> (gr. prospherein), usado en esta frase, se ha encontrado en Mc solamente en 2,4, a propósito del paralítico, figura de la humanidad pagana, llevado a Jesús por cuatro portadores. Este paralelo confirma que los <<chiquillos>> representan a individuos no judíos o excluidos de Israel, y ajenos, por tanto, al grupo de los discípulos/los Doce.
Llevarlos a Jesús <<para que los tocase>>, la misma frase que se ha usado en el episodio del ciego (8,22b), supone el deseo de que Jesús les comunique su fuerza. De hecho, como ha aparecido a propósito de la mujer con flujos, el contacto con Jesús transmite una fuerza de vida (5,30) que se identifica con el Espíritu. La denominación <<chiquillos>> implica que cumplen las condiciones de seguimiento (cf. 9,34: <<ser últimos de todos y servidores de todos>>, pero les falta aún que, como respuesta a su adhesión, Jesús les infunda esa fuerza de vida. Es decir, tienen la disposición necesaria para encontrarse con Jesús, pero aún no han recibido el Espíritu (cf. 1,6).
Hay un fuerte contraste entre los que llevan a los chiquillos a Jesús y la actitud de los discípulos. Éstos, que deberían acoger a los chiquillos como a Jesús mismo (9,37: <<el que acoge a uno de estos chiquillos, etc.>>), en lugar de eso los rechazan, conminan a los portadores como si tuviesen un mal espíritu, al modo como Pedro había conminado a Jesús (8,32). Esto muestra que los discípulos continúan en la misma actitud manifestada entonces por Pedro y que valió a éste el apelativo de <<Satanás>> (8,33).
Aunque Mc no lo explicita, el significado de la figura de <<los chiquillos>> hace ver la razón que mueve a los discípulos para oponerse a los que los conducen. Los discípulos, cuyo ideal es la gloria de Israel, pretenden monopolizar el seguimiento (cf. 9,38) e impedir que los que hacen suyo el mensaje universalista se acerquen a Jesús, es decir, sean integrados en la comunidad. Aparece de nuevo la tensión entre los dos grupos.
Los discípulos actúan como superiores, pretenden establecer un cerco en torno a Jesús. No toleran que otros le den su adhesión sin aceptar los ideales del judaísmo. Lo mismo que han intentado impedir que un seguidor del otro grupo liberase, identificado con Jesús en su acción (9,38), ahora intentan impedir que los que se identifican con Jesús en su actitud tengan acceso a él. Ven una amenaza para su nacionalismo en la afluencia a la comunidad de nuevos miembros que renuncian a toda ambición de gloria, no aceptan el dominio de unos sobre otros ni creen en el privilegio de Israel; por eso intentan oponerse. Los que deberían hacer presente a Jesús, se hacen obstáculo, se interponen entre Jesús y los que desean acercarse a él. Pretenden que toda relación con Jesús pase por ellos; sostienen que la comunidad de Jesús ha de hacer suyos los ideales judíos; no aceptan la universalidad.
Parece reflejarse aquí un conflicto de tiempos posteriores. Los judaizantes procuran impedir que la comunidad aumente por la incorporación de nuevos miembros, judíos o paganos de origen, que no comparten sus propios ideales.
APÉNDICES - MARCOS
El final abrupto de Mc y la omisión de toda aparición del Resucitado a sus discípulos dio pie, ya en el siglo II, a la adición de apéndices ...
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pues decían: <<Durante las fiestas, no; no vaya a haber un tumulto en el pueblo>>. Expone Mc la razón de la estrategia de los s...
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