miércoles, 31 de julio de 2024

Mc 14,55-56

 Los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte, pero no lo encontraban, pues, aunque muchos testimoniaban en falso contra él, sus testimonios no eran adecuados.

De entre los miembros del Consejo, los sumos sacerdotes llevan la voz cantante; ellos, los representantes más cualificados del sistema teocrático, que tienen en sus manos los resortes del poder, son los que muestran mayor hostilidad contra Jesús. Las otras categorías del Consejo, enumeradas antes por Mc (14,52), las compendia ahora en la denominación colectiva el Consejo en pleno. Donde se trata de condenar a Jesús, allí están todos.

Al círculo de poder judío le interesa conservar su poder y asegurarlo de cualquier perturbación. La verdad no cuenta para ellos; su criterio es el propio interés: lo que supone un peligro para sus sistema no tiene derecho a existir. Por eso tienen decidido dar muerte a Jesús (buscaban un testimonio contra Jesús...) y a ese objetivo lo subordinan todo, pero no desean que aparezca el verdadero motivo de la condena: el odio al que ha denunciado la explotación que hacen del pueblo (11,17). Buscan una figura jurídica que pueda convencer a los de fuera. Cualquier medio, aun el más injusto, sería legítimo para ellos. Para conseguir condenarlo a muerte necesitan un cargo grave y, en esta comparecencia de Jesús ante ellos, intentan buscarlo como sea.

Son muchos los que se ofrecen como testigos, haciendo patente el odio que reina en la reunión. Los testimonios parecen precipitados; improvisan a ver si atinan; de hecho, no tienen preparada una acusación válida contra Jesús. Le imputan cargos falsos por si dan resultado; pero ninguno de ellos bastaría para justificar la condena a muerte que quieren pronunciar. Necesitan una acusación que convenza a Pilato, y no la encuentran. Destaca la inocencia de Jesús, pues, si hubiera habido algún motivo real para condenarlo, lo habrían expuesto inmediatamente.

Por otra parte, los dirigentes quieren mostrar ante el pueblo que su condena es razonable y legítima. Por lo que a ellos toca, ya le habrían dado muerte (11,18; 12,12); pero ahora quieren simular justicia, para que la institución no sufra desdoro. No consiguen nada. Los testimonios no denuncian hechos suficientemente graves.

LA BIBLIA

Mc 14,53-54

 

Mc 14,53

Primera sección: El juicio ante el Consejo judío. Transición (14,53): El Consejo, autoridad suprema del pueblo. (14,54): Pedro. De lejos, adhesión a Jesús, pero sin aceptar ni hacer suyo su destino (8,31-33); aún espera Pedro una intervención divina que salve a Jesús de la muerte y le permita vencer a sus enemigos. 

Mc 14,54

 Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior, hasta el patio del sumo sacerdote, y estaba sentado con los sirvientes, calentándose a la lumbre.

Pedro que, junto con los demás discípulos, había salido huyendo cuando apresaron a Jesús, dejándolo solo (14,50), ahora lo sigue de lejos; su adhesión a Jesús no se traduce en cercanía, porque no acepta ni hace suyo el destino del Hijo del hombre (8,31-33). Siente cariño e interés por Jesús, le preocupa lo que pueda ocurrirle, por eso ha vuelto sobre sus pasos (lo había seguido), pero el suyo no es un verdadero seguimiento, pues la distancia que establece de Jesús (de lejos) muestra que, pese a sus bravatas de después de la Cena (14,29.31), no está dispuesto a correr la misma suerte de éste.

Sin darse a conocer, entra hasta el patio interior del palacio y se sienta allí con el personal al servicio del sumo sacerdote y demás miembros del Sanedrín, confundiéndose con ellos (estaba sentado con los sirvientes). La perífrasis estaba sentado insinúa que la estancia de Pedro en el patio es prolongada. Aparentemente, pertenece al mismo bando de los presentes; está junto a los que sirven al poder que va a condenar a muerte a Jesús. Mc insinúa así que, como ellos, Pedro está también al servicio de un poder violento.

Pero, además de estar sentado con los sirvientes, está también calentándose a la lumbre. La palabra "lumbre" traduce el griego phôs, "luz". "Calentarse a la luz" (no "al fuego") es una expresión extraña, que sugiere la existencia de un sentido figurado, más allá del literal. De hecho, "la luz" era una manera de designar al Mesías. Pedro, que todavía no ha perdido la esperanza de que Jesús salga de su pasividad y reaccione, por fin, enfrentándose con contundencia a sus adversarios, se enardece con la idea del Mesías glorioso, esperando que de algún modo se verifique en Jesús. Está sostenido en el peligro por esta esperanza.

Pedro, que había reconocido a Jesús por Mesías (8,29), sigue pensando que, en calidad de tal, Jesús es más poderoso que sus adversarios; si quisiera, podría destruirlos como, según él, hizo con la higuera (11,21 Lect.). Por eso, aún aguarda una intervención divina que salve a Jesús de la muerte y le permita vencer a sus enemigos. Está pendiente de una demostración de fuerza de Jesús, dispuesto a correr en su ayuda; si ésta se produce, haría honor a su palabra (14,31) y sería capaz incluso de morir con Jesús. Si no es así, toda resistencia es inútil y no tendría sentido morir por él. Su actitud es la misma que la del que sacó el machete en Getsemaní (14,47 Lect.).

Para Pedro hay dos jefes rivales, el sumo sacerdote y Jesús, es decir, el representante del antiguo sistema y el Mesías, que viene a derribarlo y a ocupar su lugar. Con esta idea entra en el palacio del sumo sacerdote, metiéndose en la boca del lobo. El Jesús que sigue siendo objeto de su adhesión no es el que entrega su vida por todos, sino el Mesías que él espera, el que va a imponerse sobre todos. Por eso Mc lo presenta cercano a la persona de Jesús, pero lejos del mesianismo de entrega y servicio que él encarna.

La escena nos presenta, pues, a un Pedro que todavía no ha renunciado a sus sueños de poder y gloria, y se enardece con ellos pensando que aún no está todo decidido. Sólo cuando constate que Jesús no presenta resistencia alguna ni siquiera a los ultrajes, lo negará totalmente.

LA BIBLIA

Mc 14,53

 Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes, los senadores y los letrados.

En la narración resalta la pasividad de Jesús; está en manos de sus enemigos, quienes lo conducen al palacio del sumo sacerdote, cuyo nombre no se menciona. Éste era la suprema autoridad religiosa y política del pueblo; su poder político se ejercía sobre Judea; su poder religioso se extendía a todas las comunidades judías. Como jefe supremo de la nación, a él llevan a Jesús, y en su residencia se reúne el Consejo o Sanedrín en pleno (todos), del que se enumeran las tres categorías que lo componían (los sumos sacerdotes, los senadores y los letrados). Se mencionan en primer lugar los sumos sacerdotes o aristocracia clerical, los más activos adversarios de Jesús desde su llegada a Jerusalén (cf. 11,18.27b; 14,1.10s.43); el centro lo ocupan los senadores o aristocracia civil, que, junto con los sumos sacerdotes, detentan el poder económico; aparecen por último los letrados, el poder ideológico.

El uso del presente histórico (se reunieron, lit. "se reúnen") muestra la hostilidad unánime de los dirigentes judíos hacia el mensaje y la comunidad de Jesús en tiempos del evangelista.

LA BIBLIA

Mc 14,51-52

 Lo acompañaba cierto joven que iba desnudo, envuelto en una sábana, y lo prendieron. Pero él, dejando la sábana, huyó desnudo.

La escena del prendimiento termina con este extraño episodio que introduce un  nuevo personaje e interrumpe el curso de la narración. El episodio, a primera vista superfluo y sin consecuencias para el relato que sigue, cobra, sin embargo, un interés particular si se compara con otros pasajes del evangelio; ellos nos dan la clave para determinar la identidad del joven y lo que sucede con él.

En primer lugar, el verbo "acompañar" (gr. synakoloutheô) aparece sólo aquí y en el episodio de la resurrección de la hija de Jairo (5,37). Este verbo que, a diferencia del simple "seguir" (gr. akoloutheô), indica igualdad de itinerario y proximidad, pero no subordinación, pone la figura del joven de nuestro episodio en estrecha relación con Jesús (Lo acompañaba). Sigue con él, después que todos los discípulos han huido, luego no pertenece a ese grupo ni a la turba que rodea a Jesús; no se separa de él ni siquiera cuando éste es detenido, y participa de su suerte: como Jesús (14,49), también el joven es apresado (lo prendieron). Tras su detención, consigue huir (Pero él... huyó), pero su huida es diferente de la de los discípulos: no se indica, como de ellos, que abandonara a Jesús, luego no supone alejamiento de éste, y, además, huye después de ser apresado, mientras que los discípulos lo hacen antes de que los apresen (14,50).

El joven aparece, pues, como figura de Jesús y anticipo de los discípulos, incapaces de llegar en el seguimiento de Jesús hasta el final.

Además de estos paralelos, una serie de términos comunes ponen este episodio en relación con otros pasajes posteriores del evangelio.

El término joven (gr. neaniskos), que denota un ser humano en la flor de la edad, se encuentra únicamente aquí y en el pasaje de la visita de las mujeres al sepulcro, cuando éstas, al entrar en él, ven "un joven" sentado a la derecha (16,5) que les anuncia la resurrección de Jesús (16,6). También el participio envuelto (gr. peribeblêmenos) aparece solamente en estos dos episodios: el joven del v. 51 está envuelto en una sábana, el de 16,5 "en una vestidura blanca".

El término sábana (gr. sindôn), que aparece aquí dos veces (vv. 51.52), se encuentra otras dos en la narración de la sepultura de Jesús (15,46bis). La sábana se usa allí como mortaja para envolver su cadáver. Es signo, por tanto, de la condición mortal de Jesús, de su vida física, que, como la de cualquier ser humano, está destinada a la muerte. Sobre esa vida los demás hombres pueden tener algún dominio y, como en el caso de Jesús, pueden llegar hasta destruirla (9,31: "lo van a entregar en manos de ciertos hombres, y lo matarán"; 14,41: "va a ser entregado en manos de los pecadores"). De esa condición mortal es de la que se despoja el joven que huye desnudo (dejando la sábana, huyó desnudo). Por oposición a la sábana, la "desnudez" representa, pues, la realidad esencial del ser humano, que escapa del dominio de los otros hombres y que ni siquiera la muerte es capaz de destruir.

Las innegables conexiones de este pasaje con los que acaban de señalarse fuerzan a admitir su sentido simbólico. Todo apunta a la resurrección. El joven que huye desnudo y el que se encuentra en el sepulcro sentado a la derecha (cf. 14,62), revestido de blanco, aparecen así como figuras paralelas y en contraste: el joven que aquí se despoja de la sábana, propia de la sepultura, en el sepulcro del resucitado estará envuelto en una vestidura blanca, símbolo de la vida divina. La figura del "joven" puede, por tanto, identificarse en ambos episodios: aquí designa a Jesús que, apresado por sus enemigos para matarlo, deja su vida física (la sábana que lo envuelve = la condición mortal) en manos de éstos, pero que sigue vivo a pesar de la muerte (escapa desnudo); en el sepulcro, a Jesús que, después de morir en la cruz, ha vencido a la muerte (16,6: "ha resucitado"). En los dos casos, "el joven" representa la esperanza de futuro, la vida nueva y pujante, la promesa de fecundidad.

La escena ofrece, pues, la interpretación teológica del prendimiento de Jesús, que desembocará en su crucifixión: "el joven" es el doble de Jesús mismo; por eso lo prenden como a él, corre su misma suerte. Pero, hecho prisionero, deja voluntariamente su vida mortal (dejando la sábana) en manos de sus enemigos y "escapa" a la gloria (huyó desnudo); sigue vivo y libre, fuera del dominio de sus perseguidores. Es decir, la pérdida de la vida física a manos de los hombres no interrumpirá la vida de Jesús (resurrección). De este modo, en el momento de empezar la Pasión, Mc señala simbólicamente su desenlace.

El episodio responde a lo dicho por Jesús en 8,35: "el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo". Tras la entrega de la vida física, subsiste la realidad profunda del hombre, el "yo" vivo y consciente. Los discípulos han querido poner a salvo su vida y así la pierden; Jesús la entrega y la pone para siempre a salvo.

Hay que notar, que, en el texto de Mc, el verbo lo prendieron se encuentra en el presente histórico (lit. "lo prenden"). Insinúa así el evangelista que también en su tiempo hay enemigos de Jesús que intentan eliminarlo en la persona de sus seguidores, pero que éstos, por su fe en la resurrección, siguen libres su camino hacia la gloria.

LA BIBLIA

martes, 30 de julio de 2024

Mc 14,43-50

 

Mc 14,43

Una multitud, el pueblo sometido a los dirigentes; se mencionan las tres categorías que constituían el Consejo (8,31; 11 ,27; 15,1) (43). Rabbí (cf. 9,5; 11,21, en boca de Pedro): Judas deseaba que Jesús no rompiera con la tradición que legitima la injusticia (7,8-13); el beso de Judas realiza el texto de Is 29,13 (Mc 7,6: «este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí») (44-45). Intento de defender a Jesús con la violencia: no han orado (v. 38), sucumben a la tentación (47). El prendimiento muestra la mala conciencia de las autoridades, que no se han atrevido a detener a Jesús en público (cf. 14,1s) (48-49). Defección de todos los discípulos (cf. 14,27) (50).

Mc 14,50

 Y, abandonándolo, huyeron todos.

Como había predicho Jesús (14,27), todos los suyos lo abandonan; quieren ponerse a salvo (8,35) y olvidan toda solidaridad con él. Jesús queda completamente solo, y su soledad durará hasta la cruz.

Huyen por miedo. Los que lo habían dejado todo para seguir a Jesús (1,18.20; 10,28), dejan ahora a Jesús para ponerse a salvo ellos y no perder la vida. Sin embargo, ése es el camino para perderla (8,35). No han renegado de sí mismo (8,34), no han renunciado a su ambición y a sus ideales de triunfo terreno. Por eso, no están dispuestos a arriesgar su vida por seguir hasta el fin a un Jesús que no comprenden y con el que no se sienten identificados. Ahora dejan a Jesús, la verdadera vida, por miedo a perder la que los hombres pueden quitar.

Todos se habían asociado a la bravata de Pedro (14,31: "Aunque tuviese que morir contigo, jamás renegaré de ti"). Es decir, habrían estado dispuestos a enfrentarse violentamente con el poder establecido, para derrocarlo; pero, al ver que Jesús no opone resistencia, lo abandonan y huyen.

LA BIBLIA

Mc 14,48-49

 Reaccionó Jesús diciéndoles: <<¿Cómo contra un bandido habéis salido con machetes y palos a capturarme? A diario me teníais en el templo enseñando y no me prendisteis. Pero, ¡que se cumpla la Escritura!>>.

Sin ser interpelado, Jesús reacciona. Es la primera vez que se le nombra desde 14,30 (diálogo antes de llegar a Getsemaní). No se dirige al traidor, ni al atacante, sino a la turba.

Protesta de modo infamante como van a prenderlo (¿Cómo contra un bandido...), como si fuese un individuo violento fuera de la ley. Opone la clandestinidad del prendimiento (cf. 14,1), de noche, al carácter público de su enseñanza; si había motivo para detenerlo, podían haberlo hecho en el templo y abrirle un proceso; pero a eso tenían miedo los sumos sacerdotes (11,18; 12,12). El reproche de Jesús se dirige, por tanto, a las autoridades mismas, que han enviado a esta banda de gente, que no pertenece siquiera a la policía regular. Denuncia la vileza de los dirigentes y al mismo tiempo deja entrever su cobardía, pues no se atreven a enfrentarse con él, a tomar una decisión pública ni a asumir la responsabilidad de sus propios actos.

La locución a diario parece indicar que Jesús visitaba el templo cada día para enseñar en él, aunque de hecho, según el cómputo de Mc, sólo ha estado allí en tres ocasiones (11,11.15b; 27b). Es posible que Mc quiera insinuar, con esta locución, que su relato no agota los hechos de la vida de Jesús.

Aparece la mala conciencia de las autoridades; no se atreven a la confrontación con Jesús, en la que han quedado derrotadas (11,27b-33). Jesús ha atacado sobre todo su praxis, la ha denunciado en público; no se ha enfrentado con la Ley, sino con el comercio en el templo y con la conducta de ciertos letrados. Incluso la terrible parábola de los viñadores se refería al modo de proceder de los dirigentes, acusándolos de apropiarse del pueblo (la viña). No se ha enzarzado en discusiones teológicas, ha puesto en cuestión su comportamiento, y ellos saben que ahí tienen la batalla perdida; por eso el arresto no se hace en público, sino a traición. Lo tratan como si fuera un rebelde violento, a él que nunca ha usado ni predicado la violencia; como a un forajido, un fuera de la ley, peligroso para la sociedad, al que no se reconocen derechos.

Jesús había enseñado en el templo y, en su enseñanza, lo había denunciado como una cueva de bandidos (11,17). Al asociar ahora las dos palabras, "bandido" y "enseñar", insinúa Mc que el verdadero motivo del prendimiento es que Jesús ha puesto al descubierto la explotación del pueblo que hacen los dirigentes. Para acabar con esa enseñanza, expuesta a la luz del día y que no pueden refutar, usan el dolo y la traición, confirmando la realidad de la denuncia y su cobardía. Quieren así suprimir, no la realidad del bandidaje que ellos ejercen, sino la resonancia de la acusación que hace Jesús.

La Escritura que menciona Jesús puede referirse al texto de Is 53,12: "Fue contado entre los malhechores", pero el término global <<la Escritura>> indica que alude también a otros pasajes; sin duda a los que describen la suerte del justo perseguido y la violencia y perfidia de sus enemigos. Por otra parte, la frase que se cumpla la Escritura no significa que los antiguos textos hubiesen vaticinado lo que había de suceder con Jesús. La Escritura es testigo de una experiencia humana en la historia, que vuelve a realizarse en esta ocasión; describe una constante del comportamiento humano malvado, y Mc ve su analogía con la situación en que Jesús se encuentra: lo que tuvo lugar entonces lo tiene también ahora.

LA BIBLIA

Mc 14,47

Uno de los presentes tiró de machete e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole el lóbulo de la oreja.

Mc no identifica explícitamente al que en este momento usa la fuerza, sólo indica que se trata de uno de los presentes. En realidad, el evangelista escatima en esta perícopa las identificaciones explícitas; es el contexto la que las va determinando. Así, en el v. 46, los que arrestan a Jesús son denominados "ellos", siendo el contexto anterior y la acción que ejecutan los que permiten identificarlos con el tropel de gente que acompaña a Judas (v. 43). Lo mismo ocurre, en el episodio final, con la frase "huyeron todos" (v. 50), que podría referirse a la turba a la que Jesús reprocha su actuación con él (vv. 48s); sólo la perícopa precedente (14,32-42), donde aparecen los discípulos, y la predicción de Jesús después de la cena del abandono de todos ellos (14,27) señala a éstos como los que huyen tras el prendimiento.

También aquí es el contexto, unido al uso que hace Mc de la partícula griega de, que aparece al comienzo del versículo, lo que permite identificar al agresor.

En primer lugar, el atacante pertenece (Uno de) a un grupo estático, los allí presentes, distinto de la turba, que forman el grupo dinámico que ha prendido a Jesús. Mientras la turba lleva a cabo el prendimiento, uno de los testigos del hecho reacciona con violencia ante él. Por lógica, este testigo no puede ser un miembro de ella, ni tampoco un espectador ocasional, porque los dirigentes han evitado la detención en público de Jesús, por miedo a un tumulto popular (14,1-2; cf. 11,18; 12,12). El agresor, pues, es uno de los que han acompañado a Jesús a Getsemaní (14,32) y que está con él en el momento de su arresto, es decir, uno de sus discípulos. Aunque éstos no se nombran explícitamente en toda la escena, están presentes en la misma, de lo contrario no tendría sentido la señal que Judas había convenido con la turba (v. 44) y su gesto de besar con insistencia a Jesús (v. 45), en caminados ambos a evitar que, al realizarse la detención, Jesús fuese confundido con alguno de sus acompañantes. Son ellos, además, los que al final de la escena abandonan a Jesús y salen huyendo (v. 50).

El uso de la partícula griega de al comienzo del versículo confirma esta conclusión. Dicha partícula se emplea en muchas ocasiones para ir separando a los personajes o grupos actuantes. En la perícopa aparece tres veces (vv. 44.46.47). Después del binomio Judas-multitud (v. 43), de separa primero a Judas como contradistinto de la multitud (v. 44: "[pero (de)] el traidor había convenido con ellos una señal"), luego a la multitud como contradistinta de Judas (v. 46: "[pero (de)] uno de los presentes") que identifica a un actante, separándolo, como lo ha hecho hasta ahora, como contradistinto tanto de Judas como de la multitud. Si perteneciera a esta última, Mc habría puesto "[pero (de)] uno de la multitud" (gr. heis de tis tou okhlou), o bien, "[pero (de)] uno de ella" (gr. heis de tis autôn), y no "[pero (de)] uno de los presentes" (gr. heis de tis autôn), y no "[pero (de)] uno de los presentes" (gr. heis de tis tôn parestêkotôn). Por otra parte, después de la detención, la turba está tranquila, ha conseguido su objetivo; no tiene sentido que nadie de ella intervenga. Así pues, los presentes designan un grupo, hasta ahora inactivo, distinto de la multitud que acaba de prender a Jesús y que no puede ser otro que el grupo de discípulos que han sido testigos del prendimiento. Uno de este grupo es el agresor.

A este individuo Mc no lo llama "discípulo", pues, a partir de la llegada a Getsemaní, donde ha usado el término por última vez (14,32), deja de emplearlo en todo el relato de la Pasión. De hecho, no puede llamarlo discípulo porque su acción se opone a la actitud y enseñanza de Jesús. Por eso lo describe como uno de los presentes, locución que indica cercanía, pero no adhesión auténtica a Jesús.

El personaje en cuestión reacciona inmediatamente después del prendimiento, luego su acción quiere ser una respuesta a ese hecho; intenta responder con la fuerza a la violencia que se está ejerciendo contra Jesús. Ahora bien, la actitud que lleva a este acto es la expresada por Pedro en 14,31: "Aunque tuviese que morir contigo, jamás renegaré de ti", asumida a continuación por el grupo de discípulos al completo ("Y todos decían lo mismo"). El atacante es, pues, un miembro de éste, que los representa a todos; la actitud común del grupo es lo que hace que el sujeto aparezca indeterminado (Uno de); podría ser "uno cualquiera" de ellos. Todos estarían dispuestos a morir con Jesús combatiendo al enemigo, pero no comprenden que Jesús se entregue voluntariamente sin oponer resistencia. La muerte sin resistencia y sin gloria no tiene sentido para ellos. Lucharían por derrocar a los dirigentes para instaurar el reinado de Jesús, pero dar la vida sin defenderla con uñas y con dientes lo consideran un gesto inútil. Como no han hecho caso de las exhortaciones de Jesús (14,34.38), no han vencido la tentación y no podrán, como él, dar testimonio del amor del Padre.

El anónimo personaje hiere con un machete al siervo del sumo sacerdote, cortándole el lóbulo de la oreja. En la frase tiró de machete, el artículo es posesivo (= "su machete", el que él llevaba), indicando el talante de violencia que reinaba en el grupo de discípulos, en correspondencia con su ideal del mesianismo davídico de Jesús. El atacante va a usar la misma arma (un machete) que los que han ido a prender a Jesús (v. 43). Se pone al nivel de la turba.

El siervo del sumo sacerdote, es un título honorífico. Destaca de la turba y denota un personaje cualificado que desempeña un cargo único y de primera fila; aparece, pues, como un delegado y representante del sumo sacerdote, la suprema autoridad política y religiosa de Israel, que encarnaba la institución. En los pueblos orientales, cualquier funcionario, aun de alto rango, era llamado <<siervo>> de su señor. Atacar al siervo equivale a atacar al sumo sacerdote.

El atacante hiere al representante del sumo sacerdote en el lóbulo de la oreja. Esta precisión de Mc tiene por trasfondo Éx 29,20 y Lv 8,23, donde se prescribe y ejecuta la consagración de Aarón, el sumo sacerdote, y de sus hijos. Para realizarla, se untaban con sangre del animal sacrificado varias partes del cuerpo del futuro sacerdote, entre ellas el lóbulo de la oreja derecha.

Así, cortar al siervo el lóbulo de la oreja equivale a despojar al sumo sacerdote de su consagración, es decir, a destituirlo. El agresor no se enfrenta con la turba, sino con la máxima autoridad de su pueblo. Se revela su postura: concebía a Jesús como un Mesías reformador de las instituciones, que había de destituir a los dirigentes empleando la fuerza. Por eso, con su acción, declara ilegítimo el sumo sacerdocio existente. Muestra el espíritu reformista violento que ha caracterizado siempre a los discípulos, en particular a Pedro (1,29-31). No han orado (14,38) y sucumben a la tentación.

Hay que notar dos hechos narrativamente incongruentes. En primer lugar, al siervo del sumo sacerdote se le nombra inesperadamente; nadie habría pensado que entre la turba anónima que acompaña a Judas se encontrase un personaje tan importante, que normalmente debería haber asumido las funciones de jefe. En segundo lugar, inexplicablemente no hay reacción al ataque ni por parte de Jesús ni por parte de la turba. Esta doble incongruencia narrativa lleva a concluir que tanto la figura del siervo como la agresión del discípulo son solo un artificio literario de Mc para explicitar la actitud del grupo que acompañaba a Jesús en el momento de la detención.

LA BIBLIA

lunes, 29 de julio de 2024

Mc 14,45-46

 Al llegar, acercándose en seguida, le dijo: <<¡Rabbí!>>. Y lo besó con insistencia. Ellos le echaron mano y lo prendieron.

Vuelve Mc al presente de la escena (Al llegar, cf. v. 43). Judas no pierde tiempo (acercándose en seguida), interrumpe las palabras de Jesús (v. 43: "mientras aún estaba hablando") y, adelantándose a toda pregunta, se dirige a él: le dijo. Mc pone este verbo en presente histórico (lit. "le dice"), trasladando a su época la traición de Judas. Actualiza así el gesto de éste; en él ve representado el de cualquiera que llamándose discípulo de Jesús actúa contra sus enseñanzas.

Judas da a Jesús el tratamiento de Rabbí, como había hecho Pedro en dos ocasiones anteriores (9,5: escena de la transfiguración; 11,21: escena de la higuera seca); el discípulo que va a negarlo (Pedro) y el que lo traiciona (Judas) son los únicos en este evangelio que llaman así a Jesús. Esto muestra que Judas esperaba que Jesús fuera "un maestro" que se atuviera a la tradición del judaísmo, aunque ésta legitimase la opresión y la injusticia (7,8-13), y que hiciese suya las ideas del nacionalismo judío y del mesianismo davídico. Si Jesús hubiera sido un rabbí, un maestro al servicio de la Ley y propugnador de la gloria de Israel, Judas se habría identificado con él. Con el término "Rabbí" Judas expresa su ideal, el mismo que expresó Pedro. El apelativo es casi un reproche.

Llamar a Jesús "Rabbí" está en oposición con la verdadera adhesión a él. El tratamiento muestra lo que Judas lleva en el corazón, y el beso lo que profesa con los labios. Judas tipifica al Israel infiel. Su beso realiza el texto de Is 29,13, citado en Mc 7,6: <<Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí>>.

Besa a Jesús con insistencia, para que todos puedan verlo y evitar toda confusión. El objetivo de la demostración de afecto es traicionar a Jesús, entregarlo para que lo detengan. Con su gesto "transforma un signo de amor en signo de muerte"; Judas abusa del amor de Jesús para procurar su muerte.

Jesús se deja besar. Ofrece a Judas su última oportunidad, le da la última muestra de amistad. Él no expresa ruptura ni muestra rencor. Guarda silencio.

La señal es eficaz. La estaban esperando y, en cuanto la turba la ve, echa mano a Jesús, que no ofrece ninguna resistencia. Se cumple así lo anunciado por Jesús en 14,41: es entregado en manos de los pecadores. Judas traiciona al Mesías, la turba usa la violencia contra él, los dirigentes utilizan a ambos para su propósito de darle muerte. A partir de este momento desaparece Judas.

LA BIBLIA

domingo, 28 de julio de 2024

Mc 14,44

 El traidor había convenido con ellos una señal, diciéndoles: <<El que yo bese, él es: prendedlo y conducidlo bien seguro>>.

En este inciso, que hace referencia al pasado inmediato y describe un acuerdo previo entre Judas y sus acompañantes, Mc no llama a Judas por su nombre; lo designa como el traidor (lit. "el que lo entregaba"), pues está preparando la entrega de Jesús.

Judas comunica a los miembros de la turba el modo como va a identificar a Jesús (había convenido con ellos una señal...). Esto muestra que esta multitud no es la que escuchaba a Jesús en el templo, puesto que no lo conoce. Por eso, estando Jesús acompañado de los suyos, para detenerlo, hacía falta una señal que lo distinguiese de éstos. Judas no va a improvisar; ha preparado cuidadosamente su plan.

La señal que les da Judas es un beso (El que yo bese, él es), muestra ordinaria de respeto y afecto de un discípulo a su maestro. En el momento de la traición, pues, va a presentarse ante Jesús como discípulo suyo. Es el colmo del cinismo y la hipocresía.

El que ama de verdad, como Jesús, está expuesto a la traición, pero su amor no se desmiente ante ella; queda a merced de la intención del que quiera utilizar ese amor, pero nunca se desdecirá de él. En Jesús todos, inclusos sus enemigos, pueden encontrar acogida. Por eso Judas, que sabe que Jesús está al tanto de su traición (14,18.20), está seguro de poder acercarse a él sin ningún reparo; Jesús no lo va a rechazar. De hecho, la traición se hará con una demostración falsa de afecto (un beso).

Judas da la orden a los esbirros de prender a Jesús en cuanto vean la señal; se comporta como jefe de la banda. Al mismo tiempo les recomienda la precaución al conducirlo preso (conducidlo bien seguro). No puede entender que Jesús se entregue sin resistencia a la muerte y no intente escapar. Puede también que otros, probablemente sus discípulos, traten de liberarlo; además, está siempre detrás del fantasma del pueblo, que, si se difunde la noticia, podría armar un tumulto (14,2).

Es evidente el propósito de los dirigentes de matar a Jesús: se le detiene sin acusación previa, se utiliza sólo la fuerza. Su denuncia se ha hecho insoportable a las autoridades.

LA BIBLIA

Mc 14,43

 En seguida, mientras aún estaba hablando, se presentó Judas, uno de los Doce, y con él una turba con machetes y palos, de parte de los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores.

El adverbio inicial, en seguida, señala un cambio de escena, pero la precisión mientras aún estaba hablando la une estrechamente a la anterior. La escena anterior terminaba con el anuncio de Jesús de "que esta cerca el que me entrega" (14,42); ésta comienza señalando el inmediato cumplimiento de ese anuncio (se presentó Judas).

El traidor aparece mencionado por su nombre (Judas), pero sin el apellido Iscariote (única vez en Mc, cf. 3,19; 14,10), como si perdiera su individualidad: el nombre solo lo acerca a "Judea", "judío", y lo hace representante de la parte de Israel que traiciona a Jesús. De hecho, Mc usa el presente histórico, se presentó (lit. "se presenta"), para indicar que, en su tiempo, la actitud de Judas se continúa en la del pueblo judío.

Al llamarlo uno de los Doce, se subraya el fracaso del nuevo Israel. La mención enlaza con el acuerdo de Judas con los sumos sacerdotes (14,10-11). Ha encontrado la ocasión propicia (14,11). Al omitir el artículo (cf. 14,10: el [que era] uno de los Doce"), Mc parece extender la culpa al grupo entero.

Judas aparece como guía y jefe (y con él) de un tropel de gente (una turba) armada de manera rudimentaria (machetes y palos). No son tropas regulares ni la policía del templo, sino una banda de voluntarios o de mercenarios, esbirros de los dirigentes. Lo mismo que Judas se encargó de entregar a Jesús (14,10-11), evitando a las autoridades tener que buscarlo, así esta multitud se encarga de prenderlo, en lugar de las tropas o guardias oficiales. Van con armas, señal de que consideran a Jesús un individuo peligroso y esperan resistencia por parte de él y de su grupo.

La turba está enviada por las autoridades supremas, los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores, las tres categorías que componían el Consejo o Sanedrín (cf. 8,31; 11,27; 15,1), el Consejo en pleno va a ser responsable de la muerte de Jesús. Se nombran en primer lugar los sumos sacerdotes, los representantes oficiales del Dios de Israel; son ellos los mayores enemigos de Jesús, los que no pararán hasta conseguir que Pilato acabe condenándolo a la cruz (cf. 15,3.10-11).

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sábado, 13 de julio de 2024

Mc 14,32-42

 

Mc 14,32a

Llegan a Getsemaní, todavía no al Monte de los olivos (14,26) (32). Oración de Jesús e insolidaridad de los discípulos. Los tres que habían sido testigos del poder de Jesús sobre la muerte (5,37) y de su victoria sobre ella (9,2ss); debían estar preparados para aceptar la muerte de Jesús y hacerla suya (32-33). Me muero de tristeza (lit, «tristísima está mi alma, hasta la muerte»), cf, Sal 42,5.11; 43,5. La angustia se debe a que Israel va a rechazar a un Mesías que muere (cf. 15,29-32) y va a condenarse a la destrucción (cf. 12,9); amor a Israel (cf. 3,13) (34). Este trago o prueba (lit. «esta copa», cf. 10, 38; 14,23); tentación de Jesús, deseo de una intervención divina de poder que cambie la situación, pero acepta desde el principio lo que el Padre decida. La muerte de Jesús va a ser la revelación de la debilidad de Dios; su amor al hombre está a merced de la libertad humana; ante el rechazo de Israel, Dios queda impotente; sin embargo, es el único plan posible, y Jesús lo acepta (35-36). Falta de respuesta de los discípulos; dormir, no estar dispuestos a la entrega; manteneos despiertos, el mandamiento (13,34.37); deben asociarse a su oración para vencer la misma tentación. El espíritu es animoso, posible alusión a las bravatas de Pedro (14; 29.31) (37-38). No podían mantener los ojos abiertos, incomprensión (6,54; 8,25; cf. Éx 8,15.32; 9,7.34; 1 Sm 3,2) (40). El Hombre va a ser entregado, cf. 9,31 (41).    

Mc 14,42

 <<¡Levantaos, vamos, que está cerca el que me entrega!>>

Después de su oración, Jesús se muestra resuelto; afronta su destino sin vacilar. No se interrumpe la lógica de la historia. Invita a los discípulos, sin duda a todos, a acompañarlo (¡Levantaos, vamos!), a asociarse a su entrega. Aunque ahora fallen, esta invitación vale para el futuro.

Con su detención y muerte cercanas (está cerca el que me entrega) los enemigos de Jesús pretenden impedir la llegada del reinado de Dios que "está cerca" (1,15). Si en apariencia las dos cercanías parecen opuestas, en el fondo coinciden. El reinado de Dios se realizará a través de la muerte de Jesús. 

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Mc 14,41

 Se acercó por tercera vez y les dijo: <<¿Así que durmiendo y descansando? ¡Basta ya, ha llegado la hora! Mirad, el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores>>.

Aunque queda implícito (se acercó), no se menciona que Jesús se hubiera apartado de nuevo de sus discípulos, ni tampoco que haya orado por tercera vez. El número tres completa y cierra una situación, por eso Mc, al omitir que Jesús orara otra vez, está dando a entender que su oración queda abierta, que el diálogo de Jesús con el Padre va a continuar durante toda la Pasión.

En cambio, la actitud de los discípulos sí queda fijada para lo sucesivo (por tercera vez): su incomprensión de los acontecimientos que se avecinan será total. La pregunta de Jesús (¿Así que durmiendo y descansando?) pone de relieve que siguen desentendiéndose de la situación y señala lo improcedente de semejante conducta. Jesús interrumpe el descanso de los tres (¡Basta ya!), contrario a su exhortación de que se mantengan despiertos, y señala la razón de su proceder: ha llegado la hora. Su pasión va a comenzar.

Jesús aparece tranquilo al anunciar la llegada de esta hora fatal; su serenidad recuerda la de las predicciones de la muerte-resurrección (8,31; 9,31; 10,33-34). Por un momento han flaqueado sus fuerzas, pero, tras la oración, está dispuesto a apurar hasta el final el trago amargo. La hora que había pedido que se alejase llega con toda su dolorosa realidad. Es la hora del sufrimiento, la de la entrega (13,11).

El uso, a primera vista innecesario, de la denominación <<el Hijo del hombre>> para designar a Jesús, recuerda a los discípulos dos cosas: que va a salir a la luz el odio a la plenitud humana por parte de ciertos círculos, calificados aquí de <<pecadores>>, y, por el sentido extensivo de la denominación, que la suerte de sus seguidores está en paralelo con la suya.

La frase el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores se corresponde con la del segundo anuncio de la muerte-resurrección (9,31): los que allí eran designados como "[ciertos] hombres", son aquí "pecadores/descreídos", es decir, gente apartada de Dios y opuesta a él. Con estas palabras identifica Jesús a los verdaderos "pecadores": no eran los mencionados en 2,15 a propósito de la llamada de Leví, gente despreciada socialmente, pero que siguieron a Jesús, sino los que esperan que sea entregado a ellos para condenarlo a muerte. Son los dirigentes del sistema religioso judío los pecadores de que habla Jesús.

La identificación de "[ciertos] hombres", enemigos del Hijo del hombre (9,31), con "los pecadores" (14,41), muestra al mismo tiempo que el pecado consiste en oponerse a la plenitud humana, sea en uno mismo, frustrando el propio crecimiento personal, sea impidiéndola en los demás.

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Mc 14,40

 Se acercó a ellos y de nuevo los encontró dormidos, pues no conseguían tener los ojos abiertos; y no sabían qué decirle.

Vuelve Jesús adonde están los discípulos y de nuevo los encuentra dormidos; es decir siguen evitando involucrarse en una situación tan trágica como la que está viviendo Jesús. De nada ha valido su exhortación anterior. La frase no conseguían tener los ojos abiertos está en relación con la ceguera y denota la incomprensión de los discípulos (6,54; 9,25; cf. Éx 8,15.32; 9,7.34; 1Sm 3,2). No han hecho ningún caso de los reiterados avisos de Jesús (vv. 33.38: "manteneos despiertos"); siguen cegados por la ideología mesiánica del judaísmo y aguardando el triunfo. Tampoco esta vez les dirige Jesús ningún reproche; a estas alturas no puede esperar nada de ellos; están en otra onda, y ni siquiera ellos mismos son capaces de justificar su conducta (no sabían que decirle).

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Mc 14,39

 Apartándose de nuevo, oró repitiendo las mismas palabras.

Jesús vuelve a apartarse de los tres discípulos para orar. Su oración continúa. Esto indica que la tentación persiste y que no le es fácil aceptar el designio del Padre. Sigue orando con las mismas palabras de antes para reforzar esta aceptación y poder vencer así la tentación de forma definitiva.

Mc presenta en esta escena un Jesús tremendamente humano, que se angustia ante la muerte y se agarra a Dios para poder afrontarla. Hasta ahora el evangelista se ha centrado fundamentalmente en la presentación del mensaje de Jesús y de su actividad liberadora; ahora quiere hacernos ver otras facetas de su condición humana: su debilidad en el momento de la prueba y su confianza en Dios ante ella. El lector se siente así cercano a este Jesús débil, que le resulta tan familiar, e invitado a comportarse como él en los momentos de dificultad.

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Mc 14,38

 <<Manteneos despiertos y pedid no caer en la tentación: el espíritu es animoso, pero la carne es débil>>.

A continuación, Jesús se dirige a los tres. No les reprocha con amargura su insolidaridad, sino que vuelve a exhortarlos con las mismas palabras de antes: manteneos despiertos. Por segunda vez, los anima a que tomen conciencia de lo que sucede y actúen en consecuencia; es decir, a que acepten su ejemplo y asuman que seguirlo a él puede llevarlos a un desenlace como el suyo.

Además de esto, tienen que orar, como ellos mismos debían haber comprendido al ver orar a Jesús: pedid no caer en la tentación, la misma que él sufre, la de rechazar como un fracaso la muerte que se avecina. Lo que sucede con Jesús es parte del itinerario de todo discípulo; al ver su debilidad, deberían haber comprendido la propia y recurrir a la oración espontáneamente. Ser discípulo incluye seguir a Jesús también en esta circunstancia y, como él, aceptar la prueba confiando en el Padre (13,32).

Toda la escena está proyectada hacia los discípulos, tomando como prototipos a los más rebeldes al mesianismo de Jesús. Él mismo va en cabeza, anticipando en sí todo lo que ha de suceder a los suyos: la tentación, la experiencia de la debilidad propia y de la fuerza de Dios Padre. Dios no socorre de modo extraordinario, evitando el mal trance del que acude a él, pero está presente en el que cree, poniendo a disposición de éste toda su potencia de amor (9,27), aunque sin eclipsar el dolor o el sufrimiento. El creyente pasará por ellos, pero sabiendo que éstos no tienen la última palabra y que la fuerza de Dios les permitirá afrontarlos con esperanza.

La frase final, el espíritu es animoso, pero la carne es débil, pone en evidencia dos facetas del ser humano: su entusiasmo por una causa noble y su flaqueza para afrontar las dificultades que conlleva. El espíritu humano es ímpetu, aspiración, pero puede ser vencido por la debilidad. Los ideales generosos entusiasman, pero, cuando llega la hora de la verdad, el hombre suele fallar. Por eso los discípulos deben orar: el hombre, débil y mortal (carne), no puede apoyarse sólo en sí mismo; unido a Dios, en cambio, puede afrontarlo todo (10,27). Hay una posible alusión a las bravatas de Pedro en la perícopa anterior (14,27-31).

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Mc 14,37

 Se acercó, los encontró dormidos y dijo a Pedro: <<Simón, ¿estás durmiendo? ¿No has tenido fuerzas para mantenerte despierto ni una hora?>>

A partir de este momento, el tema de la perícopa va centrándose más en la actitud de los discípulos que en la angustia y oración de Jesús.

Jesús vuelve al lugar donde están los tres discípulos. A pesar de su exhortación anterior (v. 34: <<manteneos despiertos>>), los encuentra dormidos. <<Dormir>> equivale a desentenderse de la situación, renunciar a la actividad, no estar dispuestos a la entrega (13,36); en este momento particular, significa negarse a ser interpelado por la muerte de Jesús, no querer ver en el destino de Jesús el prototipo del de todo seguidor y, en fin de cuentas, renunciar al seguimiento. Los discípulos no se muestran a la altura de las circunstancias.

Jesús se dirige a Pedro llamándolo por su nombre (Simón), no con el sobrenombre que él mismo le impuso (<<Piedra / Pedro>>), y que denotaba su obstinación. Le hace ver su debilidad (¿no has tenido fuerzas, etc.?); el que se jactaba de ser capaz de todo por fidelidad a Jesús (14,31) no lo ha sido de realizar el mínimo que él le ha pedido: no ha logrado mantenerse despierto ni siquiera una hora. Estar en vela no lo ponía en peligro y, sin embargo, no lo ha cumplido. Jesús no expresa juicio de valor; sencillamente le pone delante su comportamiento.

Pedro no replica; ante este hecho no tiene respuesta. Es el más responsable de la situación, por haber arrastrado a los demás con sus bravatas (14,31).

Aunque los tres son testigos del estado de abatimiento en que Jesús se encuentra (vv. 33-34), no muestran interés ni solidaridad con él. Cierran los ojos a lo que ven y no comprenden el significado de la crisis. En realidad, no tienen verdadera adhesión a este Jesús abatido, sino al Mesías glorioso que ellos imaginan.

Cuando Jesús les anunció la deserción de todos ellos, mostraron su susceptibilidad y su amor propio (14,27-31). Ahora que Jesús sufre y muestra su propia debilidad, se quedan indiferentes ante ella y no reaccionan. La ideología les hace perder los sentimientos humanos.

Los verbos están en presente histórico (se acerca, los encuentra dormidos y dice a Pedro). Mc sigue insistiendo en que la actitud de los discípulos continúa igual cuando él escribe su evangelio.

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Mc 14,36

 Decía: <<¡Abba! ¡Padre!, todo es posible para ti; aparte de mí este trago... Pero no se haga eso que yo quiero, sino eso que quieres tú>>.

Ahora pone Mc la oración de Jesús en estilo directo; para resaltar su importancia, quiere que el lector oiga la voz misma de Jesús. Éste se dirige al Padre con el apelativo íntimo Abba, que corresponde a las palabras que oyó en el bautismo: <<Tú eres mi Hijo, el amado>> (1,11; cf. 9,7), y que está lleno de calor filial. La revuelta de los sentimientos interiores no ha apagado su experiencia profunda: sabe que todo el plan del Padre significa amor al Hijo.

Como siempre en Mc, el uso del término arameo relaciona el pasaje con el antiguo o el nuevo Israel (cf. 5,41; 7,32); aquí con el nuevo. La oración de Jesús enseña al Israel mesiánico (y, con él, a todo seguidor) a ser fiel en todo momento y circunstancia al designio de Dios.

Jesús cree totalmente en el amor del Padre por él y afirma el suyo por el Padre. Actualiza el vínculo de amor; pero el sufrimiento lo obnubila y, al lado de ese vínculo, la tentación llega al máximo; se unen todos los aspectos anteriores: el fracaso de su labor, la ignominia para su persona, la ruina para Israel, el deshonor para Dios.

En esta oscuridad interior, corrige Jesús el "si es posible" de antes; ahora pide, prácticamente exige al Padre (no pone restricción alguna) que, por su amor, lo exonere de la prueba: aparta de mí este trago (lit.: "esta copa", cf. 10,38s; 14,23).

Al afirmar todo es posible para ti, la duda desaparece; piensa Jesús que el amor del Padre puede encontrar otro camino y le pide una alternativa. Esto implicaría que el Padre puede cambiar el curso de la historia y le ruega que lo haga. La tentación es ahora <<la idea de los hombres>> (8,33), el deseo de una intervención divina de poder, desde fuera de la historia, que cambie la situación sin contar con la libertad humana o en contra de ella. Olvida Jesús que el plan del Padre que ha seguido hasta ahora era reflejo de su mismo ser, es decir, de su infinito amor por la humanidad, y que ese amor conlleva el respeto a la libertad del hombre, condición esencial para su desarrollo. Le parece que el amor así no basta, no es eficaz. Pero no quiere obrar por cuenta propia, sino contar con la potencia divina para escapar de la muerte.

Hay una oposición estridente entre el apelativo ¡Abba!, ¡Padre! y la petición que sigue. Por una parte, aparece la experiencia del amor del Padre hacia él; por otra, la renuncia a su entrega por el bien de la humanidad (aparta). La tentación separa el amor de Dios del amor de los hombres. Jesús quiere salvar su vida y el honor de Dios a costa del bien del ser humano. La tentación de recurrir al poder supone neutralizar el amor, haciendo que se frustre el plan de Dios sobre el hombre.

Jesús ha querido forzar la acción del Padre, pero el Padre no responde. Hay una pausa trágica.

Evidentemente, el Padre no puede querer el mal; es enemigo de éste y mucho más del que va a padecer su Hijo amado; él no quiere que Jesús sufra y muera. Pero el mal es inevitable, dado que la libertad infinita e imperfecta del hombre puede elegirlo. Dios no puede eliminarlo de raíz sin destruir al hombre que él mismo, por su amor, ha creado.

Finalmente, sobreponiéndose al sufrimiento y a la tentación que lo atenaza, Jesús comprende el doloroso dilema: acepta el designio del Padre, fiándose más de él que de sí mismo (no eso que yo quiero, sino eso que quieres tú). La confianza en el Padre hace que salga victorioso el amor a la humanidad. Las palabras eso que quieres tú invalidan el todo es posible para ti. No hay más que un camino, el que marca el amor infinito del Padre. Éste no puede apartar la copa, librar del sufrimiento, imponiendo lo que sería su deseo; sería negar su ser, desdecir del amor, destruir su creación.

Muestra aquí Jesús el máximo de fidelidad en el máximo de la dificultad. Resplandece la fuerza de la fe pura, de la adhesión incondicional a Dios por encima de todo sentimiento propio o situación-límite. Avivando con su oración la experiencia del amor del Padre, aun sumido en la debilidad, encuentra su fuerza.

La escena de Getsemaní efectúa un cambio inesperado y prácticamente increíble en la idea de Dios, concebido en todas las tradiciones religiosas como infinito e irresistible poder. La muerte de Jesús va a revelar "la debilidad" de Dios. De hecho, su amor al hombre está a merced de la libertad humana, aunque ésta, imperfecta y débil como es, pueda usarse para el mal. Ante el rechazo, Dios no puede actuar imponiendo a los hombres su voluntad, pues no tiene más poder que el del amor. Acepta su descrédito ante la historia, el escepticismo o el desprecio de los que ejercen o estiman el dominio sobre los hombres. Ahora, ante el rechazo de Jesús por parte de Israel, Dios queda impotente (12,6-8); sin embargo, en la línea del amor, su plan es el único posible. Su amor, convencido del valor del ser humano, lo lleva a una actitud de infinita paciencia.

En la persona de Jesús, este episodio enseña lo que puede costar ser fiel al compromiso hasta el final. Hay un enemigo fuera, pero hay otro dentro: la tentación. La angustia de Jesús muestra que el hombre por sí solo no puede afrontar impávido un género de muerte como la suya. Pero Jesús mantiene su adhesión al Padre y ésta, haciéndolo partícipe de la fuerza divina, le permite superar la prueba y llegar hasta el fin (cf. 9,27; 10,27).

No es Jesús un fanático que confía en sus propias fuerzas y está dispuesto al acto heroico que lo cubre de gloria. Su acto es mucho más difícil: él, apoyándose en el Padre, acepta, por amor a la misma humanidad que lo rechaza, la muerte que se avecina y que, en vez de conferirle gloria, lo cubre de oprobio e ignominia. No es tampoco un iluso que cree que el reinado de Dios no va a encontrar resistencia; no idealiza al ser humano ni a la humanidad; conoce perfectamente sus grandes deficiencias. Por eso comprende que el despliegue del reinado de Dios en la historia será un proceso muy largo y costoso.

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jueves, 11 de julio de 2024

Mc 14,35

 Adelantándose un poco, se dejó caer a tierra, y pedía que, si era posible, no le llegase aquella hora.

Jesús se separa del grupo de los tres, pero a poca distancia (Adelantándose un poco). Los tres discípulos podrán así ser testigos de su oración, aunque ésta se desarrolle en el ámbito personal de la relación de Jesús con Dios. Se deja caer a tierra, como derrotado. No es una postura de oración, sino de abatimiento, en consonancia con los sentimientos expresados anteriormente. Desea y pide con insistencia, que la hora que se avecina, se aleje, no llegue nunca para él. Como ha quedado establecido en 13,11.32, "la hora" es la de la pasión y muerte.

La voluntad de Jesús es clara: no quiere afrontar "la hora". Se resiste a llegar hasta el final que le espera, a asumir las consecuencias últimas del mensaje predicado por él y de su actividad liberadora. Aflora aquí el combate interior de Jesús: si su muerte va a ser inútil, si no va a servir más que para descrédito suyo y de Dios mismo, si va a provocar la ruina de Israel, no tiene sentido morir de esa manera. Por eso rehúsa ser entregado en manos de los enemigos de Dios.

La mente de Jesús está ofuscada por la fuerza del sentimiento. En primer término de su conciencia están el horror y el abatimiento ante lo que se avecina; de tal manera, que vacila su identificación con el designio del Padre. Sin embargo, su petición no es categórica, sino condicionada: si era posible. No está seguro de que lo que pide sea factible. Duda de que su deseo sea compatible con el plan divino y no pretende imponer su voluntad a Dios.

LA BIBLIA

Mc 14,34

 Les dijo: <<Me muero de tristeza. Quedaos aquí y manteneos despiertos>>.

Jesús revela a los tres discípulos su estado de ánimo usando palabras del salterio: Me muero de tristeza (lit.: "tristísima está mi alma, hasta la muerte", Sal 42/41,6.12; 43/42,5). El salmista emitía esta queja al encontrarse en una soledad absoluta, rodeado de gente pagana que lo hostigaba y se burlaba de él, porque su Dios no lo socorría ni lo defendía de su hostilidad.

La tristeza de Jesús se debe en primer lugar a su soledad. Por un lado, ha sido traicionado por uno de su círculo íntimo y no encuentra respuesta en el resto del grupo; por otro, su horizonte se nubla ante el abandono por parte de Dios, que no lo libra de la muerte. En contra de su actitud profunda, se rebela una reacción instintiva que no puede dominar.

Pero, además, su muerte va a provocar la pregunta que hacían los paganos al salmista: <<¿Dónde está tu Dios?>> (Sal 42/41, 4.11). Jesús, que se apoya en Dios, está perseguido por gente que adora a otro dios, el dinero (11,17), y, encontrándose a punto de sufrir la muerte, éstos pueden echarle en cara que su Dios no existe, porque no sale en su defensa. De hecho, si el que se llama Mesías e Hijo de Dios muere, condenado, los hombres van a rechazar como falso a ese Dios al que él apela y que no interviene en su favor. De este modo, el fracaso de Jesús será el descrédito de Dios, que aparecerá como un dios impotente, incapaz de salvar, objeto de burla; quedará en ridículo ante la historia, y toda la labor de Jesús acabará en nada.

Es el escándalo de que Dios no intervenga en defensa del justo perseguido, de que abandone su propia causa y los hombres puedan dudar incluso de su existencia. La muerte de Jesús va a probar a los ojos del mundo que Dios no está con él, que la causa que defiende es falsa. Es una muerte que, aparentemente, no sirve para nada; si acaso, para el deshonor de Dios; todos se reirán de él y de lo que representa. Van a triunfar los enemigos de Dios, los opresores del hombre.

En esta situación de ánimo, Jesús les pide a los tres discípulos que permanezcan cerca (quedaos aquí) de un Mesías indefenso, abatido y con signos de derrota, no de gloria. Les dice que se mantengan despiertos. Esta es la formulación en Mc del mandamiento de Jesús (13,34.35a.37), que implica el seguimiento hasta el fin. El estado de vigilia que Jesús pide a los discípulos expresaría la solidaridad de éstos en su prueba, el "estar con él" (cf. 3,14) hasta en la situación-límite, cuando afronta el fracaso aparente de su muerte próxima, que es el resultado de su actividad en favor de los hombres.

Pedro, Santiago y Juan están presenciando el momento supremo de la vida de Jesús (v. 41: la hora). Pero también para los seguidores llegará la hora de dar prueba de la verdad de su compromiso (13,9.11). "Mantenerse despiertos" equivale a aceptar con y como Jesús el desenlace inevitable (8,31.35) de la dedicación al bien de la humanidad. Significa para el seguidor de Jesús hacer suya la disposición de afrontar incluso una muerte sin gloria con tal de contribuir a la realización del designio de Dios sobre el ser humano: la plenitud de vida. 

LA BIBLIA

Mc 14,33

 Se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan y, dejando ver su enorme desconcierto y su angustia...

Como en dos ocasiones anteriores (cf. 5,37; 9,2), se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan, llamados desde la primera hora al seguimiento de Jesús (1.16.21a), los tres más destacados del grupo de los Doce y, por su apego a los ideales del judaísmo, los más reacios a aceptar el mesianismo de entrega y servicio de Jesús (8,32; 9,38; 10,37). Son los mismos a quienes Jesús impuso sobrenombres que reflejaban sus actitudes (3,16: "Piedra" / Pedro, por su obstinación; 3,17: "Truenos", a Santiago y Juan, por su autoritarismo). Por otra parte, por sus experiencias anteriores en el episodio de la hija de Jairo (5,37ss) y la transfiguración (9,2ss), estos discípulos debían haber sido los más preparados para afrontar la situación actual. Esta tercera vez que se los lleva consigo va a mostrar cuál es su postura definitiva ante la prueba por la que va a pasar Jesús: la de una total incomprensión.

Mc enlaza esta escena sobre todo con la de la transfiguración (cf. 9,2: "tomó/se llevó consigo a Pedro, etc."). La manifestación en el monte pretendía convencer a los tres discípulos de que el itinerario del Mesías, expuesto por Jesús y que anunciaba su muerte, era el de Dios y el camino que conduce a la vida definitiva; de que incluso sufrir la muerte por procurar el bien de la humanidad no significaba el fracaso de la persona, sino su mayor éxito existencial.

La vida y la gloria manifestadas en el monte deberían haber hecho ver a estos discípulos que la muerte que Jesús va a sufrir no es definitiva; su muerte implica aquella vida. Se hubieran sobrepuesto así a los duros acontecimientos que van a desencadenarse a partir de Getsemaní. Jesús quiere enfrentarlos con esta realidad, haciendo que sean testigos de cómo él la afronta y de la enorme dificultad que entraña.

Delante de ellos deja ver Jesús su estado de ánimo, que el evangelista describe como enorme desconcierto y angustia. Parece como si, de pronto, perciba Jesús en toda su crudeza la situación a la que ha llegado. Perseguido por las autoridades, que se aprestan a darle muerte, hace el balance de su labor. La realidad histórica se desploma sobre él.

Fiel a su misión, Jesús ha intentado liberar a Israel de la opresión religiosa que sufre (1,21b-28), ha curado sus enfermedades (1,31-33), ha procurado sacarlo de la marginación social a la que está condenado (1,40-45; 2,15; 5,23-34), ha fomentado la iniciativa humana y el desarrollo personal (3,1-6), ha señalado el camino para acabar con la indigencia y para satisfacer la necesidad material (6,34-46), ha denunciado la explotación que, bajo capa de piedad, sufre el pueblo por parte de los dirigentes (11,15b-18), le ha hecho ver la inconsistencia de las falsas expectativas mesiánicas basadas  en la doctrina oficial (12,35-37) y la hipocresía de algunos de sus maestros (12,38-40)... Para ofrecer una alternativa al pueblo, se ha enfrentado con los dirigentes, pero, aparte de una popularidad pasajera, no se ha ganado la adhesión a éste. No ha conseguido liberarlo, la gente sigue adicta a la institución (12,41).

De ahí su desconcierto o estupor; no se explica la respuesta que ha obtenido: constata el fracaso de su obra con el Israel histórico e incluso con el Israel mesiánico que él ha fundado (<<los Doce>>); es incomprensible que el plan de Dios, expresión de su amor a la humanidad, se malogre de manera tan rotunda. Por culpa de los dirigentes, Israel va a dar muerte al Mesías y va a condenarse a la ruina (12,6-9; cf. 15,29-32).

Esta perspectiva provoca su angustia: Jesús no sabe qué hacer, no ve salida. Su muerte, injusta e infamante, va a ser inútil. Aquí surge la duda: ¿era acertada la línea que ha seguido?. "La idea de Dios", el amor salvador, parece abocada al fracaso.  Según Jesús mismo, no hay más que una alternativa (8,33), "la idea de los hombres", que él siempre ha aborrecido y combatido: la de la imposición, la violencia, la opresión, la explotación, en una palabra, la del poder dominador, el anti-amor. Ahora bien, abandonar la primera idea es dejar el paso libre a la segunda.

Jesús no ha aceptado el poder que se le ofrecía (1,25) o se le exigía (8,11), no se ha erigido en poder alternativo frente al poder establecido. Es un hecho que la gente respeta el poder y le da su adhesión; quiere seguridad aun a costa de su libertad; no busca la plenitud humana. La actitud de los Doce, al respecto, es típica. Basta pensar en Pedro, que prefería la idea de los hombres (8,33), y ver el grupo de discípulos discutiendo entre ellos quién era el más grande (9,34), buscando el poder y la gloria mundana (10,37.41), o dejándose arrastrar por Pedro contra Jesús (14,31). La realidad invalida todo idealismo.

La duda suscita alternativas: ante la incomprensión y el rechazo de los hombres, ¿no convendría rendirse ante los hechos, dejando que la humanidad siga el derrotero que ella misma ha elegido? O, en último caso, ¿no debería el Mesías, por la dignidad y el honor de Dios, forzar la mala voluntad de los oponentes, combatirlos y someterlos por la fuerza al reinado de Dios?. La experiencia desata la ofensiva contra el amor.

Pero, por otra parte, está en juego nada menos que la salvación de la humanidad (cf. 13,10). Jesús es consciente de su enorme responsabilidad por el compromiso que ha hecho (1,9) y la misión que ha recibido (1,10-11). Además, ¿en qué quedarían todo su mensaje y su enseñanza anterior? ¿Qué sentido tendrían las condiciones del seguimiento (8,34)?

En su ánimo se entabla el combate decisivo, a muerte, entre el amor y el poder, entre la fidelidad a Dios y a los hombres y los principios de la sociedad injusta y opresora. Es como una tenaza que oprime a Jesús por ambos lados y amenaza con destruirlo.

LA BIBLIA

APÉNDICES - MARCOS

El final abrupto de Mc y la omisión de toda aparición del Resucitado a sus discípulos dio pie, ya en el siglo II, a la adición de apéndices ...