viernes, 5 de julio de 2024

Mc 14,24

 Y les dijo: <<Esta es la sangre de la alianza mía, que va a ser derramada por todos>>.

El empleo en 14,12-26 de la doble designación "los discípulos" (14,12.13.14.16) y "los Doce" (14,17.20) indica que en la Cena hay un aspecto que concierne a "los discípulos" en cuanto seguidores de Jesús procedentes del judaísmo y otro a "los Doce" en cuanto representantes del Israel mesiánico. El primer aspecto, que será común con los demás seguidores, consiste en la comida con Jesús y en la participación de su cuerpo (pan) y sangre (copa), es decir, en la hermandad con él (comensalidad) y en la identificación con su persona y con su entrega sin límite. El segundo, exclusivo para ellos, es la interpretación de la Cena en categorías tomadas del AT.

El aspecto de la Cena que atañe al nuevo Israel (los Doce) está expresado en la insólita explicación que da Jesús da la copa (Y les dijo), después de que todos han bebido (v. 23): Esta es la sangre de la alianza mía. La frase de Jesús, que alude a Éx 24,8b ("Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros), identifica el contenido de la copa con la sangre que sella su alianza. Con esto indica a los Doce que, para el nuevo Israel, la alianza del Sinaí ha caducado; queda sustituida por la suya. La sangre derramada es la de Jesús mismo, símbolo de la entrega de su vida y de su muerte violenta.

Según Éx 24,4-8, la alianza fue el pacto que hizo Dios con los israelitas por medio de Moisés. No era un pacto entre iguales, fue Dios el autor de la alianza: él ofrece una alianza al pueblo (Éx 19,1-6), promulga su código (Éx 20-23) y por fin se celebra el rito de la alianza (Éx 24). Dios se comprometió a favorecer a aquel pueblo, a condición de que observase las normas que él dictaba (Éx 19,4-6). La alianza expresaba el designio divino sobre Israel.

Como se ha dicho, en las palabras de Jesús, la "sangre" aparece como el sello de su alianza. Ahora bien, en la fórmula "la alianza mía" (gr. mou tês diathêkês) el artículo es anafórico, como si dijera: "esa alianza mía"; es decir, remite a todo lo anterior, explicando en qué consiste la nueva alianza. En efecto, en esta parte de la Cena, Jesús no ha empezado anunciando que iba a sellar con los suyos una alianza, sino que, después de los realizado hasta ahora, interpreta, en beneficio de los Doce, en términos de alianza lo que ha hecho con el pan y la copa.

Los paralelos y los contrastes de lo hecho y expresado por Jesús con el rito de institución de la antigua alianza (Éx 24,4-8) son numerosos:

Moisés cogió (gr. labôn) el libro o código de la alianza (Éx 24,7a), que contenía la Ley; Jesús ha cogido (gr. labôn) el pan (metáfora de la Ley). A la lectura de la Ley hecha por Moisés en presencia de todo el pueblo (Éx 27,7b), corresponde las palabras de Jesús: esto es mi cuerpo; su persona y actividad son el código de su alianza. Con la lectura de la Ley pretendía Moisés que el pueblo se comprometiera a cumplirla (Éx 27,7c); la invitación de Jesús: Tomad, exhorta a los Doce a adoptar su persona como norma de vida. Él toma el puesto de la antigua Ley.

Moisés roció a los israelitas con la sangre de los novillos (Éx 24,8), simbolizando así la adopción del pueblo como hijo de Dios (consanguinidad con Dios: sangre en el altar y en el pueblo). La antigua alianza se selló, pues, sólo con un rito externo. En la Cena, en cambio, el vino-sangre de Jesús se bebe; su penetración en el interior del hombre simboliza la comunicación del Espíritu, vida y fuerza divina que le otorga la condición de <<hijo>> y lo capacita para dar la plena adhesión a Jesús. Es el Hijo, Jesús, el que hace hijos, confiriendo a los hombres su Espíritu.

La sangre que sellaba la antigua alianza no era un sacrificio expiatorio (Éx 24,5; "como sacrificio de comunión para el Señor"). Las palabras la sangre... que va a ser derramada por todos denotan la muerte violenta, o mejor, la persona misma en cuanto sufre tal género de muerte, y están en paralelo con las de 10,45, donde Jesús afirmaba que iba a dar la vida "en rescate por todos". Ahora bien, el rescate no está en la línea del sacrificio, sino en la de la liberación (cf. 10,45 Lect.). En ninguno de los dos pasajes se menciona el pecado. La sangre, por tanto, se derrama por todos para obtener su liberación. De hecho, el contexto pascual incluye la idea de éxodo; en el evangelio, la del Éxodo del Mesías: la liberación definitiva de la esclavitud. Se realiza así lo que Dios anunciaba a Sión en Zac 9,11: "Por la sangre de tu alianza, libertaré a los presos del calabozo" (LXX: "Y tú, por la sangre de la alianza, sacaste a los presos del foso").

En el Sinaí, la alianza se hizo con las doce tribus; aquí, con la humanidad entera. La sangre de Jesús no se derrama sólo por Israel, sino por todos. Es una alianza universal que refleja el amor de Dios a todo el género humano (4,10:"el secreto del reinado de Dios").

En el pueblo judío se perpetuaba la alianza por la pertenencia étnica; aquí, por la opción del individuo, abierta a todo hombre en cualquier época, de identificarse con la persona y obra de Jesús: cada cual tendrá que aceptar el pan y beber de la copa. En el Sinaí hubo un compromiso colectivo; aquí, un compromiso individual; la comunidad de la nueva alianza se va construyendo por adhesiones personales. La humanidad nueva no está formada, se va haciendo a lo largo de la historia.

El paralelo y contraste se hace muy visible entre el anuncio final de Moisés: "Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros" (Éx 24,8), y las palabras de Jesús: "Ésta es la sangre de la alianza mía". Este modo de hablar supone que, como en otros pasajes, se transfiere a Jesús una función propia de Dios. Jesús, el Mesías-Hijo del hombre, toma en la historia el puesto de Dios; él es el punto de referencia para la humanidad.

En la Cena, Jesús ha expuesto el compromiso que funda su alianza: él se entrega a cada uno de los suyos (pan), esperando que respondan con una adhesión plena a su persona y actividad; y, cuando ellos se comprometen a participar en su prueba (copa), es decir, a no desdecirse de esa adhesión ni ante la amenaza de muerte, les comunica el Espíritu. Al contrario que en la primera alianza, no se habla de obediencia a lo que Dios mande (Éx 24,7), sino de adhesión plena e incondicional a Jesús. No hay una Ley a la que obedecer, sino un ideal al que aspirar. La frase de Jesús significa, pues: "Ésta es la sangre que sella mi compromiso/mi alianza con la humanidad". Dar la vida como garantía de la alianza hace irrevocable el compromiso de Jesús. Es la máxima prueba de amor, como se había formulado en el episodio de la mujer del perfume (14,3-9).

Se hace así realidad la alianza nueva anunciada por Jr 31,33 (LXX: 38,33): "Así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro -oráculo del Señor-: Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo": Esta Ley interiorizada es la del Espíritu (cf. Ez 36,27), comunicado por el pan-cuerpo y la copa-sangre de Jesús.

En realidad, en lo que toca al nuevo Israel, esta alianza de Jesús lo asimila al resto de la humanidad. No hay nada nuevo ni peculiar en ella que distinga al grupo de los Doce de los demás seguidores. Lo que constituye la alianza de Jesús con el Israel mesiánico, es lo mismo que se propone a todos: la adhesión plena a Jesús y a su obra, y la disposición a entregarse por entero a los demás, sin dejarse amedrentar por la oposición y el rechazo de la sociedad. En la Cena, Jesús ofrece a sus seguidores una unión con él que conduce a la plenitud humana e impulsa a la tarea de procurar el bien y la liberación de la humanidad. Y esto mismo lo formula para los Doce en términos de alianza. Así como en los episodios de los panes se exponía el mismo programa mesiánico para Israel y para los paganos (6,41; 8,6), así las condiciones para pertenecer al reino de Dios son las mismas para Israel y para los no israelitas. Jesús, pues, pretende mostrar a los Doce que la alianza del Sinaí ha caducado y, con ella, todas las instituciones judías (cf. 2,221-22 Lect.).

Los Doce representan al pueblo de la promesa; ésta se hace realidad en Jesús y el entero Israel está invitado a ella. La alianza que puede dar a Israel su plenitud es la que Jesús, el Mesías, sella con su sangre. La promesa se ha cumplido, pero no para la gloria del pueblo, sino para que éste realice la misión universal de servicio para la que fue escogido. El porvenir de Israel no está en la separación de los demás pueblos ni el dominio sobre ellos, sino en la solidaridad con ellos, en colaborar con todos a la liberación y desarrollo de la humanidad.

LA BIBLIA

jueves, 4 de julio de 2024

Mc 14,23

 Y, tomando en la mano una copa, pronunció una acción de gracias, se la dio a ellos y bebieron de ella todos.

Tras repartir el pan, sin que Mc señale intervalo, Jesús coge una copa y, según la costumbre, da gracias a Dios. En este caso, no usa Mc el verbo "pronunciar una bendición", de sabor semítico, como ha hecho con el pan (v. 22) y lo había hecho en el primer reparto de los panes (6,41), destinado a los judíos. Dice, en cambio, pronunció una acción de gracias, de sabor griego, como lo había hecho en el segundo reparto (8,6), que exponía el Éxodo del Mesías para los paganos. Se insinúa así que la participación en la Cena es extensiva a todos los hombres. Aunque sólo los discípulos/los Doce asisten a ella, Mc alude de nuevo a la futura presencia de los que no proceden del judaísmo.

Jesús da gracias a Dios por su amor generoso. A continuación les pasa la copa a los discípulos (se la dio a ellos). No explica aún el significado de su gesto, pero la mención de la copa pone este pasaje en relación con 10,38s, donde, ante la petición de los Zebedeos, Jesús, usando una imagen del AT, habla de "la copa" (= el trago amargo") que va a beber, símbolo de la prueba dolorosa que le aguarda y que, en su caso, terminará en la muerte (10,38a: "¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo [lit.: beber de la copa que voy a beber yo]?"; 10,39: "El trago que voy a pasar yo, lo pasaréis [lit.: La copa que voy a beber yo, la beberéis]").

En ese mismo pasaje, "la copa" está en paralelo con "el bautismo" (agua destructora) que él va a recibir (10,38: "las aguas que van a sumergir a mí [lit.: el bautismo con el que yo seré bautizado"]), y éste, evidentemente, con el bautismo de Jesús en el Jordán, que expresa su compromiso de llevar a cabo su misión en favor de la humanidad, aun a costa de su propia vida (cf. 1,9-11 Lect.).

"Copa" y "bautismo" son, pues, metáforas de una prueba dolorosa y amarga, que puede llegar -aunque no necesariamente-  hasta la pérdida de la vida (cf. 10,35-41 Lect.). La imagen de la "copa" marca la aceptación voluntaria de la prueba ("beber"); la del "bautismo" ("ser sumergido"), su carácter inevitable. En la Cena, al coger la copa, Jesús toma en su mano su vida, la que él va a entregar para la liberación de la humanidad (10,45).

Jesús ha ofrecido a los discípulos el pan, pero no les ofrece la copa; en cambio, no se ha mencionado que los discípulos coman el pan, pero se subraya que todos bebieron de la copa (y bebieron de ella todos). Hay una sola invitación (v. 22: Tomad) y un solo acto (bebieron). Estos datos indican que "comer el pan" y "beber de la copa" son actos inseparables. El pan representa a la persona y obra de Jesús; la copa es su entrega hasta el fin. Ambos son el "alimento" que da vida al hombre y lo desarrolla plenamente, la expresión  suprema del amor de Jesús al género humano, que reproduce el de Dios. No se puede, pues, adoptar como norma de vida la persona de Jesús y su actividad liberadora ("comer de su pan") si no se está dispuesto también a una entrega como la suya, ("beber de su copa"). La verdad de aceptar el pan se ve en el beber de la copa; el compromiso de quien sigue a Jesús incluye, necesariamente, la disposición a darse por entero a los demás, como él.

Pero el gesto de Jesús es insólito. Beber todos de la misma copa (todos bebieron de ella) era contrario a la costumbre, pues cada comensal tenía la suya. Con este hecho indica Mc que Jesús invita ahora a los discípulos a participar voluntariamente en su prueba, como ya lo había anunciado a los hermanos Zebedeos (10,39). Deben hacer suya la entrega de Jesús y comprometerse a no desistir de la adhesión a él y de la actividad salvadora (representadas por el pan) ni siquiera por temor a la muerte; mostrarán así la fidelidad inquebrantable de su amor a la humanidad.

Como Jesús, también ellos van a ser entregados (13,11s), y los discípulos se comprometen a llegar hasta el final. Ninguno deja de hacerlo; en esta escena ideal, todos beben, respondiendo unánimes al gesto de Jesús. Beben de la misma copa, porque todos han de vincularse a la entrega de Jesús; todos han de hacerla suya y todos participarán de sus frutos. Al lector del evangelio, la precisión bebieron todos le indica que nadie que quiera ir con Jesús puede eximirse de este compromiso; es éste el que lo constituye seguidor.

Beber de la copa equivale, pues, a cumplir la segunda condición del seguimiento (8,34: "cargue con su cruz"). El seguidor de Jesús ha de asumir por anticipado la hostilidad de la sociedad injusta. De este modo, la participación en la eucaristía renueva el compromiso de seguir a Jesús hasta el final (8,34), el propósito de no poner límite al amor. Es precisamente el contenido del mandamiento de Jesús a sus seguidores: "manteneos despiertos" (13,34.35.37), es decir, vivid en cada momento dispuestos para la acción, sin echaros atrás ante la persecución ni incluso la amenaza de muerte.

Sin embargo, como en el caso del pan, también la copa tiene un segundo aspecto: el vino que hay en ella (aunque aquí no aparezca el término) ha sido mencionado en la perícopa de los amigos del novio/esposo (2,22: "Nadie echa vino nuevo en odres viejos... A vino nuevo, odres nuevos"). Ahora bien, atendiendo al Cantar de los Cantares, en contexto nupcial, el vino es símbolo del amor y la alegría (Cant 1,3.4; 4,10; 5,1; 7,10; 8,2). Jesús-esposo comunica ese amor a la comunidad-esposa, representada aquí por los discípulos (2,19: "los amigos del novio/esposo"). Y ese amor que Jesús comunica con la copa no puede ser más que el Espíritu, la vida de Dios mismo, que potencia al hombre y lo va capacitando para un amor como el de Jesús.

Existe, pues, un paralelo entre lo sucedido con Jesús en el Jordán y la eucaristía. El compromiso de Jesús de llevar a cabo su misión incluso a costa de su vida, recibió como respuesta del cielo la bajada del Espíritu sobre él, y Dios lo llamó su Hijo (1,9-11 Lect.). En la eucaristía, que incluye la identificación con Jesús y su misión (pan) y el propósito de llevarla hasta sus últimas consecuencias (copa), se derrama el Espíritu (1,8: "él os bautizará con Espíritu Santo"), que hace hijos de Dios. No hay dos frutos, uno del pan que se come y otro de la copa que se bebe (por eso Mc no pone que coman del pan); ambos actos, que se complementan, son fuente del Espíritu, la fuerza de vida del amor del Padre. Jesús es alimento en cuanto da el Espíritu-amor. Es un don iterable e iterado, abierto a todo el que, en el porvenir, haga o repita el mismo compromiso. El acto exterior de beber, expresión del compromiso hasta el fin, recibe la experiencia interior del Espíritu, es decir, del amor del Padre.

Aparece así claramente el sentido de la eucaristía en Mc: constituye el medio como Jesús transforma a los que responden a su invitación. Es la realización de su obra: bautizar con Espíritu Santo (1,8) y hacer hijos de Dios, poniendo al ser humano en el camino de su plenitud. La lleva a cabo ofreciendo él mismo su persona y su amor bajo los símbolos del pan y la copa e invitando a cada uno a asimilarse a él, el modelo de Hombre, en su ser y actividad, y a dar una inquebrantable adhesión a su persona y mensaje, con un compromiso capaz de resistir hasta el fin la hostilidad de la sociedad injusta.

Al mismo tiempo, es la eucaristía la que da cohesión a la comunidad cristiana y la mantiene firme en sus ideales y su misión. Por una parte, la común participación del Espíritu de Jesús, expresada en la aceptación de su alimento-vida, unifica a los miembros de la comunidad, los vincula a Jesús y los une entre ellos con un amor que se manifiesta en el servicio y ayuda mutua. Por otra, ese mismo Espíritu aviva en ella el ideal común de liberación y promoción de la humanidad, la sostiene en su compromiso de transformación del mundo, la alinea del lado de los más desfavorecidos y la abre a todas las legítimas aspiraciones y proyectos de los seres humanos. La iterada efusión del Espíritu en la eucaristía va uniendo a toda la comunidad en la misma fuerza de amor, el mismo ideal transformador y la misma tarea de servicio. Así se va haciendo realidad el reinado de Dios.

Como la propia obra de Jesús, todo está en clave de amor a la humanidad. La adhesión a Jesús supone hacer propio el mensaje de salvación universal y no desistir de la actividad en favor de los seres humanos a pesar de las amenazas que se puedan sufrir. Aunque este compromiso implique esfuerzo, sacrificio, sufrimiento o incluso muerte (como en el caso de Jesús), los símbolos que se usan aquí, el pan y la copa, expresan vida y alegría, poniendo de relieve el fruto de ese amor sin límite en el individuo y en la sociedad humana.

LA BIBLIA

Mc 14,22

 Mientras comían, tomando en la mano un pan, pronunció una bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: <<Tomad, esto es mi cuerpo>>.

La repetición de la circunstancia: mientras comían, conecta esta escena con la anterior (14,18: "mientras estaban recostados comiendo"), pero, al mismo tiempo, indica un nuevo principio. Estamos ante una escena distinta, colocada en la segunda parte de la cena pascual.

En la comida, Jesús ejecuta los gestos propios del que preside el banquete, que, en la cena pascual, era el padre de familia. En primer lugar, coge o toma en su mano un pan. La palabra griega para "pan" (artos) significa normalmente pan fermentado. En la cena pascual se comían panes sin levadura, pues tenía lugar el primer día de los Ázimos (14,12); pero Mc no asimila la cena de Jesús a la cena pascual judía y evita las coincidencias. De hecho, no menciona ningún alimento propio de ella. Jesús no está celebrando la antigua Pascua, sino sustituyéndola por la suya.

La acción siguiente consiste en pronunciar una bendición. Jesús bendice a Dios por este pan, como lo había hecho con los panes del primer reparto (6,41). Vincula así el pan con Dios creador, quien con el alimento da vida al hombre, y lo proclama don suyo.

A continuación, Jesús parte el pan en trozos y lo distribuye a los presentes. Hasta aquí cumple los gestos propios de una comida en común. Pero, en este momento, introduce un elemento insólito. En la comida judía, se distribuía el pan sin decir nada. Jesús en cambio, invita a aceptarlo: Tomad. Respecto al modo ordinario, la invitación delata un interés especial en que este pan sea hecho propio por cada uno. La razón de este interés quedará patente con la explicación que sigue sobre el significado del pan.

Lo mismo que la invitación, tampoco las palabras explicativas (esto es mi cuerpo) tienen paralelo en la cena judía. Para comprender su sentido, hay que considerar el significado del término "cuerpo" (gr. sôma) en la cultura judía del tiempo. "Cuerpo" designaba la persona misma en cuanto era identificable y capaz de comunicación y actividad. Por tanto, según las palabras de Jesús, el pan que ha cogido y distribuido representa a su persona viva y activa, en su condición histórica, tal como la conocen los discípulos. Dado que Jesús está presente físicamente, la identificación del pan con su persona no puede ser más que simbólica. El pan, en cuanto alimento (= vida), representa a Jesús.

En el contexto judío, sin embargo, el pan tenía un significado más allá de su realidad material. De hecho, era metáfora de la Ley, pensando que ésta, en cuanto norma de conducta, alimentaba y daba vida al hombre. En este sentido metafórico, la vida que da el pan rebasa la vida física e incluye la que viene de Dios. Ahora bien, al identificarse con el pan, Jesús toma el puesto de la Ley; ésta, en cuanto alimento y norma de vida, queda sustituida por él mismo; él es la norma, el único pan capaz de dar vida plena. Lo que da vida al hombre no es ya un código escrito, sino la asimilación a la persona de Jesús ("comer de su pan").

Aparece ahora el verdadero sentido de la invitación: Tomad. Jesús, que ha convivido con los Doce y actuado en su presencia, les urge a que lo acepten a él como norma de vida y continúen su actividad salvadora. En el episodio de la convocación de los Doce (3,13-19), Jesús invitó a los discípulos a "estar con él" de una manera plena, es decir, a una identificación con su persona y mensaje, y los destinó a una misión universal. Es esto lo que debe verificarse por la aceptación del pan, que es, además, el único necesario para afrontar la misión cristiana (8,14: el único pan en la barca). La aceptación de este pan, con el que Jesús se define como norma de vida, no sólo creará una comunión entre el discípulo y Jesús, va más allá: implica una voluntaria asimilación a Jesús y un compromiso de vida que transforman al hombre.

Jesús les dio el pan a ellos. La entrega de Jesús a cada uno es la muestra palpable de su amor, que no queda en lo abstracto, sino que tiene por objeto cada individuo en particular. El pan que está en la mano de Jesús (tomando en la mano un pan) deberá estarlo en la de cada uno de los discípulos (tomad). El paralelo entre tomando en la mano (gr. labôn) y tomad (gr. labete), expresado en el texto griego con el empleo del mismo verbo (lambanô), sugiere que Jesús invita a sus discípulos a aceptar la realidad personal de él y a traducirla en su vida. Este pan es solamente para los suyos; con "los de fuera", toca a los discípulos dar del suyo propio.

La perícopa está, por tanto, en relación con el doble relato del reparto de los panes y los peces (6,35-44; 8,1-9), que expresa figuradamente el programa mesiánico de Jesús, común para judíos y paganos. En ellos, los panes y los peces representaban todo lo que tenían los discípulos (6,38; 8,5.7). En los dos repartos, Jesús entregó los panes a éstos "para que los sirvieran" a la multitud (6,41; 8,6). Allí los discípulos alimentaban a "los de fuera", aquí Jesús alimenta a los suyos; va a darles su pan para hacerlos capaces de aquella generosidad y de aquel servicio.

Crea así Jesús la cadena del amor en el servicio; él es el centro y el origen de una actividad de amor que va alcanzando a la humanidad entera (judíos y paganos). Al tomar su pan, la comunidad se asimila a él y, con su tarea de servicio a todos, actualiza la presencia de Jesús en el mundo.

En dos pasajes de Mc se describe una comida de Jesús con seguidores suyos: el primero, en 2,15-17, donde se mencionaba dos veces (2.15.16) que comía con recaudadores y pecadores (excluidos de Israel), aunque los discípulos tuvieron prioridad en la mesa; el segundo, en éste de la Cena (14,18a.22), donde se menciona la presencia de los Doce/los discípulos. Pero esta presencia, a la luz de 2,15, no es exclusiva, sino solamente prioritaria, anticipando la futura incorporación de los seguidores no israelitas.

Confirma esta conclusión el episodio de la sirofenicia (7,24-30 Lect.), donde Jesús habló de "el pan de los hijos" (7,27), afirmando que son éstos los que deben saciarse "primero" de ese pan. Anunciaba así la extensión de la eucaristía a todos sus seguidores.

Por otra parte, la aceptación del pan corresponde a la primera condición del seguimiento (8,34: "reniegue de sí mismo"), que implicaba un cambio total de valores, una renuncia a los ideales, ambiciones y conductas contrarias a la justicia. Allí Jesús la enunciaba en negativo ("renegar"), aquí en positivo ("tomar su pan"): hay que asimilarse a él, identificándose con su persona y mensaje.

Sin embargo, sorprendentemente, Mc no señala que los discípulos coman el pan; sólo indicará que beben de la copa (14,23b). El hecho bebieron todos será el cumplimiento de este tomad, el signo de que el compromiso es pleno y definitivo. Figuradamente, tomar el pan se realizará al beber de la copa.

LA BIBLIA

Mc 14,17-21

 

Mc 14,17

Mc 14,21b

 <<Más le valdría al hombre ese no haber nacido>>.

El hombre ese es el que procura la muerte del Hijo del hombre, paradigma de lo humano. Su decisión de entregar a Jesús significa querer anular todo el valor humano, todo desarrollo y plenitud del hombre. Con esa entrega mata en sí mismo toda posibilidad de llegar a ser un verdadero hombre.

Quien tiene ese propósito traiciona su propio ser y se vuelve enemigo del ser humano en general. Al condenarse a sí mismo al fracaso, se convierte en un aborto de hombre. No vale la pena nacer para eso. Lo propio de la vida humana es tender a la plenitud, al despliegue y desarrollo de todas las posibilidades que hay contenidas en ella, según el proyecto de Dios. La existencia tiene sentido en cuanto es realización del ser humano; por eso, al que renuncia a serlo, más le valdría no haber nacido. Aunque ganase el mundo entero, su vida sería un tremendo fracaso.

Refiriéndose al que pretende dominar en la comunidad cristiana, traicionando el mensaje de Jesús y haciendo daño a los que creen en él, se decía en Mc 9,42: "Más le valdría que le encajaran en el cuello una rueda de molino y lo arrojasen al mar". Aquí se trata del que se hace aliado de los opresores, traicionando con ello la persona de Jesús. Tanto la ambición de poder dentro de la comunidad como la colaboración con el poder que rige el sistema injusto tienen el mismo efecto: privan al ser humano de su condición de tal, volviéndolo un animal feroz, y le quitan el derecho a existir. Un individuo así no merece pertenecer al género humano.

LA BIBLIA

Mc 14,21a

 <<Porque el Hijo del hombre se marcha, según está escrito acerca de él, pero ¡pobre del hombre ese que va a entregar al Hijo del hombre!>>.

Jesús se designa ahora como el Hijo del hombre, lo mismo que en los anuncios de la Pasión (8,31; 9,31; 10,33; cf. 9,12; 10,45; 14,41). Es la denominación que realmente refleja lo que es Jesús; expresa que en él se realiza la plenitud del hombre, que él posee y representa la totalidad de los valores humanos. Esa es la realidad del verdadero Mesías; no la de un guerrero victorioso, caudillo de Israel, como lo esperan los Doce, sino la de un modelo de hombre pleno, que invita a todo ser humano a la plenitud y quiere capacitarlo para ella. Al aferrarse a los ideales de triunfo terreno y reducir su horizonte a la nación judía, los Doce han bloqueado su desarrollo personal y, en consecuencia, impiden el de los demás. Al usar la denominación el Hijo del hombre, Jesús les recuerda el ideal humano al que han renunciado.

El Hijo del hombre se marcha indica de nuevo, mediante un eufemismo ("marchar" por "morir"), la voluntariedad de la muerte de Jesús; aunque serán otros los que lo maten, es él quien se marcha, camino de la gloria-resurrección. El pasaje de la Escritura al que se alude (según está escrito acerca de él) puede ser Jr 43,19 (LXX): "No sepa un hombre adónde te marchas", lo que sugeriría el fracaso de la traición, cuyo desenlace no será la muerte, sino la vida, aunque el traidor no lo sepa.

Ya en 9,31 había aparecido el antagonismo entre "ciertos hombres" y "el Hijo del hombre", portador del Espíritu (Lect.). Ahora ese antagonismo aparece encarnado en el hombre ese. Es él quien va a entregar al Hijo del hombre, el que actúa como su enemigo mortal. Mientras el Hijo del hombre se encamina hacia la plenitud (se marcha), el hombre ese, al oponerse a Jesús y entregarlo a la muerte, va al fracaso existencial.

Oponerse a Jesús es oponerse al hombre, a lo humano, y entregar a Jesús, pretender eliminarlo, es renunciar en uno mismo y querer matar en los demás todo lo que ennoblece al hombre, lo que es propio suyo.

Jesús lamenta la suerte del traidor (¡Pobre el hombre ese...!), con su traición renuncia radicalmente al ideal de plenitud humana que encarna Jesús.

LA BIBLIA

Mc 14,20

 Repuso él: <<Es uno de los Doce, uno que está mojando en la misma fuente que yo>>.

Jesús no responde a la pregunta de los discípulos, pero acentúa que el que lo entrega es uno de los Doce y uno que, en apariencia, está tan cerca de él que comparte su misma comida (está mojando en la misma fuente que yo), es decir, simbólicamente, su misma vida.

Estas palabras de Jesús no solo recalcan lo que ha dicho antes (v. 18), sino que añaden un rasgo trágico: el traidor es uno de los Doce. Este dato, enunciado de forma impersonal (no dice: "es uno de vosotros doce", pone de relieve no tanto la persona del traidor como el círculo al que pertenece; da igual que sea uno u otro, lo esencial es que es miembro del grupo que él convocó llevado por su amor a Israel (3,13: "convocó a los que él quería"). La frase señala la inmensa decepción de Jesús, al pensar que entre los más cercanos a él pueda encontrarse quien lo entregue a la muerte. La segunda parte del dicho (uno que está mojando...) subraya la vileza del traidor, que simula amistad e intimidad mientras tiene el propósito de traicionarlo.

Jesús constata el fracaso de su proyecto sobre el Israel mesiánico (los Doce). Por un lado, el Israel al que llamó "para que estuviera con él" (3,14a), está tan lejos de él que uno de sus miembros va a entregarlo a sus enemigos; por otro, el Israel al que iba a "enviar a predicar" (3,14b), poniéndolo al servicio de la humanidad entera, se ha recluido en su nacionalismo y no aspira más que a la gloria de la nación judía. Ambas finalidades, el ser y la misión del nuevo Israel, han fracasado. Por la traición de uno, que, llevando a su colmo la cerrazón de los demás, se pasa al enemigo, el Israel mesiánico se deshace y deja de existir. De hecho, el término "los Doce" no volverá a aparecer en el evangelio más que una vez, caracterizando de nuevo a Judas cuando entrega a Jesús (14,43: "uno de los Doce").

Mc establece así el máximo contraste entre la traición de uno de los Doce y el homenaje a Jesús por parte de la mujer del frasco de perfume (14,3-9). El discípulo va a entregar a Jesús a la muerte; la mujer afirma la vida de Jesús aun después de la muerte y se propone seguir su camino hasta el fin. El traidor es el prototipo de cuantos, aun llamándose discípulos de Jesús, son infieles a él y a su mensaje; la mujer, del seguidor fiel.

LA BIBLIA

Mc 14,19

 Dejando ver su desasosiego, le preguntaban uno tras otro: <<¿Acaso soy yo?>>.

La frase se introduce sin partícula alguna (asíndeton), acentuando la tensión. El anuncio de Jesús inquieta a los discípulos. No discuten su afirmación, y ésta les produce desasosiego. No se habían planteado siquiera la posibilidad de que uno de ellos traicionara a Jesús y les intranquiliza no saber quien es. No tienen indicio alguno que les permita identificar al traidor, porque éste no se ha destacado en el grupo por su deslealtad hacia Jesús; es uno más de ellos.

La pregunta que uno tras otro hacen a Jesús (¿Acaso soy yo?), espera de él una respuesta negativa. Cada uno quiere ver confirmado que no es el traidor, lo que delata la inseguridad de todos; ninguno está seguro de su propia lealtad. Si su adhesión a Jesús fuera firme e inquebrantable, nunca habrían hecho esta pregunta; la obvia hubiera sido: "¿Quién es?", para salir de la incertidumbre e impedir que la traición se consume. No reaccionan así, se quedan pasivos; no hacen nada para remediar la situación. No piensan en el peligro que pueda correr Jesús, lo único que les preocupa a cada uno es no ser tachado de traidor. Todos quieren tranquilizar su conciencia y esperan que Jesús con su respuesta disipe las dudas que pueda haber sobre cada uno de ellos.

Se ve que el traidor representa el caso extremo de la actitud del grupo y de su distanciamiento de Jesús, quien acepta ser entregado sin poner los medios para evitarlo. Por lo demás, todos están dispuestos a abandonarlo si defrauda sus expectativas, y de hecho lo harán (cf. 14,50).

LA BIBLIA

miércoles, 3 de julio de 2024

Mc 14,18

 Mientras estaban recostados, comiendo, dijo Jesús: <<Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar, uno que está comiendo conmigo>>.

En una comida festiva, la postura para comer era recostados, la propia de hombres libres (2,15; 6,39; 8,6; 10,3), y era típica de la cena pascual, que rememoraba y actualizaba la liberación de la esclavitud de Egipto. Sin embargo, aunque la pascua judía celebraba la antigua liberación, estaba vacía de contenido, porque el régimen judío era opresor. Esta pascua se había vuelto un mero recuerdo del pasado; la de Jesús va a ser una nueva realidad.

Tanto este episodio como el siguiente (14,22-26: la eucaristía) se desarrollan durante la misma cena. La repetición en uno y otro del verbo "comer" (vv. 18bis y 22a) pone de manifiesto que la comida había comenzado antes de la bendición y fracción del pan que realiza Jesús (14,22), y que, en la cena pascual, marca la división entre las primeras viandas y el plato principal. Mc alude así a las dos partes principales de la comida pascual. No se menciona, sin embargo, ninguno de los alimentos propios de la cena de Pascua, ni siquiera el cordero, de cuya inmolación en el templo tampoco se ha hablado. El evangelista deja ver así que Jesús no pretende celebrar la pascua judía sino que celebra anticipadamente la suya. Él va a ser el cordero de la nueva Pascua, y morirá a la hora en que los corderos se inmolaban en el templo (cf. 15,34-37).

En el tríptico formado por los preparativos de la cena (14,12-16), el anuncio de la traición (14,17-21) y la eucaristía (14,22-26), sólo en la parte central (v. 18) aparece el nombre de Jesús, quien ex abrupto hace una declaración solemne (Os aseguro...), anunciando la traición de que va a ser objeto (uno de vosotros me va a entregar). El traidor es uno de los comensales presentes (uno que está comiendo conmigo); Jesús es el anfitrión y lo ha invitado a su mesa, como signo de amistad e intimidad. En Oriente, el hecho de comer juntos creaba un vínculo casi sagrado de amistad; la acción del traidor lo rompe. Las palabras de Jesús recuerdan el Sal 41,10: "Mi amigo, del que yo me fiaba y que compartía mi pan, es el primero en traicionarme. Mc subraya así la gravedad de la traición, pero sin seguir a la letra el texto del salmo. De hecho, omite la mención del pan, pues, dado el simbolismo de este alimento (doctrina), comer del pan de Jesús, además de aludir a la eucaristía que sigue (14,22-26), significaría haber escuchado su enseñanza (3,20; 6,31 Lects.). Jesús indica solamente la relación de confianza y familiaridad que existe entre el traidor y él, expresada en el hecho de comer juntos, lo que hace más odiosa la traición.

Ni siquiera ahora se desdice Jesús de su llamada primera (3,13); su amor es fiel y permanente. No levanta de la mesa al traidor, impidiéndole que siga profanando la amistad, ni rompe la relación con él. Al desvelar, antes de que suceda, la traición de que va a ser objeto, deja al traidor todavía tiempo para rectificar.

Jesús anuncia la traición, pero sin descubrir la identidad del traidor ni menciona su nombre. Lo único que le define, además de su condición de traidor (me va a entregar), es su pertenencia al grupo que está recostado a la mesa con Jesús (uno de vosotros) y su comensalidad con él (uno que está comiendo conmigo). Aunque el lector sabe que se trata de Judas Iscariote (3,19; 14,10), el traidor queda ahora anónimo. Aparece así como un prototipo, como un personaje representativo, De hecho, por una parte, Judas no es más que el primer eslabón de una cadena de entregas: él entrega a Jesús a las autoridades judías (14,10-11.43-46), éstas a Pilato (15,1), quien, a su vez, lo entrega a los soldados para que lo crucifiquen (15,15). Por otra parte, su traición anticipa el abandono y la huida de los discípulos (14,50), las negaciones de Pedro (14,66-72) y el rechazo ante Pilato de la multitud, que era favorable a Jesús (11,18b; 12,12.37b; 14,1-2) y que instigada por los sumos sacerdotes, acabará pidiendo su muerte (15,6-14). Es decir, el traidor engloba a todos los que, de una forma u otra, van a estar implicados en el trágico desenlace de la vida de Jesús.,

El traidor es el instrumento de los dirigentes (14,10-11), que van a ser los verdaderos responsables de la muerte de Jesús. Ésta no sucede, por tanto, por decreto divino, sino por la infidelidad de un pueblo que, por culpa de sus dirigentes, se ha vuelto contra su Dios y mata a su Enviado (12,7-8). Al mismo tiempo, Mc resalta la voluntariedad de la muerte de Jesús, quien, aun conociendo la traición, no actúa contra el traidor ni incita a los demás discípulos en contra suya. Aunque consciente de que su vida está en manos de Judas, Jesús no apela a la violencia. Sabe quién es el traidor, pero no revela su  nombre ni hace nada por impedir sus planes. Está palpando la incompatibilidad de los discípulos con su persona y mensaje, patente en el caso de Judas, y la acepta. Respeta el juego de la libertad humana hasta el final.

LA BIBLIA

Mc 14,17

 Caída la tarde, llegó con los Doce.

Nuevo momento, caída la tarde, que por el contexto anterior (14,12-16) designa el tiempo que sigue a la puesta de sol, tras la cual comenzaba la Pascua y podía celebrarse la cena pascual. La misma expresión reaparecerá al inicio del relato de la sepultura de Jesús (cf. 15,42). Por otra parte, esta indicación temporal, que en sentido estricto no implica otra cosa que la falta de luz, en Mc, coloca siempre la escena en que aparece, figuradamente, bajo el signo de la incomprensión (cf. 1,32; 4,35; 6,47 Lects.).

En la perícopa anterior son los discípulos los encargados de preparar la cena de Pascua (14,12-16). Ahora, los acompañantes de Jesús son los Doce, el nuevo Israel (llegó con los Doce). "Los discípulos" y "los Doce" son dos designaciones del mismo grupo. En cuanto discípulos, son seguidores como cualesquiera otros, aunque procedentes del judaísmo; en cuanto Doce, representan al Israel mesiánico. El cambio de denominación de "los discípulos" a "los Doce" se debe, sin duda, a que este Israel es el destinatario de la nueva Pascua que va a instituir Jesús y que toma el lugar de la antigua.

Al elegir a los Doce, Jesús expresó el propósito de que el nuevo Israel se agrupase alrededor de él, el Mesías (3,14: "para que estuvieran con él"), formando una comunidad nueva, heredera de las promesas del antiguo pueblo. Aunque sus miembros proceden de la comunidad judía, ya no se definen por su pertenencia a ella, sino por la adhesión a Jesús. De hecho, estos Doce representan a todos los judíos que han optado por Jesús. Para pertenecer al nuevo pueblo, el antiguo Israel tendrá, como ellos, que hacer esta opción.

Sin embargo, el propósito de Jesús no se ha cumplido. Los Doce, aferrados a su nacionalismo, no han aceptado el mensaje universalista de Jesús. Siguen en los ideales del judaísmo y conciben desde ellos al Mesías. Se ve ahora por qué Mc inicia el relato con la expresión caída de la tarde (señal de incomprensión). Con ella indica la actitud de los Doce, que siguen alimentando las expectativas de la pascua judía. La situación corresponde a la que se revelaba al principio de la perícopa anterior (14,12). Éste es el ambiente que reina en el grupo.

No se señala el lugar de donde procede Jesús ni el punto de llegada; se dice simplemente que llegó. Pero el presente histórico (lit. "llega") indica una vez más la actualidad en tiempo de Mc de la problemática que describe la escena.

LA BIBLIA

martes, 2 de julio de 2024

Mc 14,12-16

 

Mc 14,12ab

Mc 14,16

 Salieron los discípulos, llegaron a la ciudad, encontraron las cosas como les había dicho y prepararon la Pascua.

Los discípulos siguen el itinerario marcado por Jesús y lo encuentran todo tal como les había dicho. Con esta anotación señala Mc la veracidad de las predicciones anteriores de Jesús sobre el destino que le aguarda (8,31; 9,31; 10,33-34). Todo lo que les había anunciado sobre la pasión, muerte y resurrección del Hijo del hombre va a cumplirse ahora; todo está ya preparado para su Pascua.

Los dos discípulos ejecutan las instrucciones, cumpliendo el encargo de Jesús de que fueran a la ciudad a preparar la Pascua (llegaron a la ciudad... y prepararon la Pascua). En el plano narrativo, se trata de la preparación de la cena; en el teológico, de la disposición personal a una entrega como la de Jesús. Lo que Jesús encarga a estos dos se extiende naturalmente a todos los demás. Representan al grupo entero.

Sin embargo, como aparecerá a continuación, el cumplimiento del encargo de Jesús no se hace, en el fondo, realidad; los discípulos no están en disposición de llegar a una entrega como la suya. Lo mismo que en otras ocasiones (cf. 10,52), Mc propone el ideal, lo que Jesús espera de los suyos; ideal que los discípulos se encargan continuamente de frustrar.

LA BIBLIA

Mc 14,15

<<Él os mostrará un local en alto, grande, alfombrado, preparado. Preparádnosla allí>>

El dueño no pronuncia palabra; está esperando y conoce la contraseña (v. 14: El Maestro pregunta).

El contexto pascual en el que se sitúa el episodio incluye la idea de éxodo (implícita en la de "camino"), esta vez la del Éxodo mesiánico, liberación definitiva. El Éxodo consiste, como lo ha explicitado la figura de Juan Bautista (el hombre del cántaro) en la salida del sistema judío, paradigma de todo sistema injusto. El local que muestra el dueño, que es la "posada" de Jesús, meta del camino, es el lugar de llegada, donde culmina el Éxodo mesiánico.

Por otra parte, el verbo mostrará (gr. deixei) añade otro matiz. De hecho, este verbo tiene resonancias bíblicas concretas, en particular de Gn 12,1 (a Abrahán): "a la tierra que te mostraré" (gr. deixô), y Dt 34,1-4 (a Moisés antes de su muerte): "... el Señor le mostró (gr. edeixen) toda la tierra..., y le dijo: <<Ésta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob...>>". El local representa, por tanto, la tierra prometida a la que se llega tras el camino.

Lo que muestra el dueño a los discípulos es un local en alto. El término griego anagaion, traducido por "local en alto", es raro, etimológicamente significa "por encima de la tierra"; con él quiere Mc, sin duda, aludir a la cruz, levantada en alto, y, al mismo tiempo, a la exaltación-resurrección de Jesús. Unido a las resonancias bíblicas del verbo "mostrar", aparece como símbolo de la nueva tierra prometida, el ámbito del reino de Dios. Allí va a reunirse con Jesús la asamblea del nuevo Éxodo.

Es un sitio grande, porque está destinado a muchos (cf. 14,24). La multitud que va a llenar ese lugar es la de Jesús con los suyos, cuyo número rebasa el de los discípulos(los Doce. Jesús está previniendo el futuro de su comunidad.

El local está alfombrado. El término ha aparecido antes en 11,8: "muchos alfombraban el camino con sus mantos". Eran los seguidores de Jesús que, no sólo lo aceptaban por Mesías, sino que, además, mostraban su adhesión al camino que sigue este Mesías humilde y pacífico (simbolismo del borrico). Cuando la entrada en Jerusalén eran "muchos"; en correspondencia con ellos aparece aquí el lugar "grande". Ahora ya está alfombrado; ha habido quienes han llegado hasta el fin en esa adhesión. Sin duda, de nuevo está aludiendo aquí Mc al otro grupo de seguidores, representados en 14,3-8 por la mujer que derramó el frasco de perfume sobre la cabeza de Jesús. No van a ser los discípulos los primeros en dar la plena adhesión a Jesús; ya otros se la han dado, y ellos tienen que seguir su ejemplo.

El local está también preparado por parte del dueño. Dios muestra el ámbito (la nueva tierra prometida o reino de Dios) preparado por las promesas, a quienes están destinados a ellas. Jesús viene a darles realidad. Se ha cumplido el plazo (1,15), todo está dispuesto para la nueva Pascua, pero el que quiera participar en ella, en este caso los discípulos, tras enmendar su vida (siguiendo la exhortación de Juan Bautista), han de colaborar también ellos en su realización (preparádnosla allí). Deben preparar la Cena tanto para Jesús como para los demás discípulos. Lo harán con su plena adhesión a la persona y obra de Jesús.

Hay aquí sin duda una alusión a 10,40, cuando Jesús respondió a los Zebedeos, que le pedían sentarse a su derecha o a su izquierda el día de su gloria: "No está en mi mano concederlo más que a aquellos para quienes está preparado". Serán aquellos que, cuando llegue la prueba, respondan con una entrega como la de Jesús y, al acompañarlo en su cruz, pueda él asociarlos a su gloria. Es decir, si son sumergidos por las aguas que van a sumergirlo a él y pasan el trago que él va a pasar (10,38s), entonces habrán hecho la preparación que Jesús les pide. Su Pascua no es un rito, se consuma en la adhesión a él y en un compromiso como el suyo.

Jesús está interpretando su muerte. En medio de Israel (en "la ciudad", centro de las instituciones), va a celebrar una Pascua alternativa que dará realidad a lo que anunciaba la antigua: será liberación definitiva, creará el nuevo pueblo de Dios, que se extenderá a toda la humanidad. Los discípulos tienen que contribuir a la preparación de ese nuevo Éxodo siempre abierto en la historia. Será una Pascua perpetua, una liberación incesante en toda la extensión del futuro.

LA BIBLIA

Mc 14,14

 <<y, donde entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está mi posada, donde voy a celebrar la cena de pascua con mis discípulos?">>

"El dueño [de la casa]" traduce el término griego oikodespotês. Ahora bien, en el AT, el título despotês, "dueño", "señor" se aplica a Dios (cf, LXX IS 1,24; 3,1; Jr 1,6; 4,10; 14,15; Dn 9,15.16; Sab 6,7; 8,3; 11,26, etc.). Estamos, pues, ante otra figura representativa. El lugar donde va a celebrarse la Pascua de Jesús pertenece a Dios mismo.

Los dos discípulos deben dirigirse al dueño en los términos dictados por Jesús. En la frase introductoria, la denominación <<El Maestro>> sirve de contraseña. Es la única vez en este evangelio que Jesús se aplica este título, que implica unicidad. Para ser escuchados por el dueño de la casa, los enviados tienen que profesarse discípulos de este único Maestro; sólo así tendrán acceso a esta Pascua. Esto supone la ruptura con todo otro magisterio, en particular con el de los letrados judíos (cf. 9,11.14; 12,35).

La "posada" (gr. katalyma), indica el alojamiento al fin de la jornada, el término del camino. Juan Bautista había sido el encargado de prepararlo (1,2: "Mira, envío mi mensajero delante de ti; él prepara tu camino). Es aquí donde termina. La "posada" pertenece a Jesús (mi posada); es propiedad común de Dios ("el dueño") y del Mesías. El posesivo indica la voluntaria aceptación de su Pascua por parte de Jesús, incluyendo la doble idea de su muerte y de su meta y descanso, es decir, de su resurrección.

Jesús va a usar el local para una finalidad concreta, comer la Pascua con sus discípulos; éstos van a ser sus comensales.

En esta escena hay, pues, dos personajes representativos, el hombre del cántaro (Juan Bautista) y el dueño de la casa (Dios), que no pertenecen al grupo de discípulos, pero que hacen posible la celebración de la Pascua de Jesús. El primero, guiando hasta el lugar de celebración (hay que seguirlo para acceder a él); el segundo, como aparecerá a continuación (v. 15), mostrando ese lugar (hay que conocerlo para poder celebrar la Pascua de Jesús con todas sus implicaciones).

LA BIBLIA

Mc 14,13

 Él envió a dos de sus discípulos diciéndoles: <<Id a la ciudad. Os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo>>...

Todos los discípulos le han hecho la pregunta. Jesús envía dos a la ciudad, el centro que domina al pueblo con su ideología y su aparato institucional (no aparece ya el nombre de Jerusalén), como antes había enviado dos discípulos a "la aldea", subordinada a ella (11,2).

Para que lleguen al lugar donde Jesús va a celebrar su Pascua, les da una señal: les saldrá al paso un hombre que, contra la costumbre, lleva un cántaro de agua. Sin pronunciar palabra, ellos deben seguirlo. El hombre sabe lo que tiene que hacer, conducir a los discípulos a un lugar determinado.

Hay en estas instrucciones varias marcas que insinúan un sentido figurado. En primer lugar, que el hombre lleve un cántaro, cosa inverosímil, pues esto era propio de mujeres. Los hombres llevaban odres con agua, vino u otro líquido. En segundo lugar, que se indique que el cántaro es de agua, un dato superfluo puesto que no podía verse su contenido. Bastaba la mención del recipiente.

Los dos datos: lo insólito de que un hombre lleve un cántaro y el hecho de que su figura se defina como un portador de agua, invitan a pensar que el hombre del cántaro de agua representa a Juan Bautista, el que proclamó el bautismo en agua como señal de enmienda (1,4) y el único personaje en este evangelio que va asociado al agua (1,8: "Yo os he bautizado en agua, él os bautizará con Espíritu Santo").

Pero hay, además, otro indicio que confluye hacia esta interpretación. El uso del verbo "preparar" (gr. hetoimazô, vv. 13b.15b.16) recuerda la exhortación profética citada por Mc en 1,3: "Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos", y explicada a continuación en 1,4 por aceptar el bautismo en señal de enmienda proclamado por Juan.

Toda esta parte del relato tiene así sentido figurado: el hombre que lleva el agua alude a Juan Bautista, el que bautizaba con agua (1,8), como señal del cambio de vida. "Seguir al hombre del cántaro" significa que los discípulos tienen que romper con su pasado,. Han acompañado a Jesús aferrados a la mentalidad del judaísmo; como no se desprendan de ella, no podrán participar de la Pascua que él va a celebrar. Si no siguen al hombre del cántaro (Juan Bautista), es decir, si no se enmiendan, no llegarán al local ni podrán preparar la cena. Tienen que pasar por Juan para llegar a Jesús.

En el encargo a los discípulos, Jesús no menciona el sacrificio del cordero ni nada perteneciente al ritual judío de la cena.

En este punto hay que examinar el paralelo de este envío con el descrito antes de la entrada en Jerusalén, cuando Jesús envió dos discípulos para que buscasen el borrico (11,13-16). He aquí los paralelos textuales:

11, 1 envió a dos de sus discípulos   14, 13 envió a dos de sus discípulos

      2 y es dijo:                                               y les dijo

         Id a la aldea                                          Id a la ciudad

         y encontraréis                                       y os saldrá al encuentro...

      3 decid                                                     decid

         el señor...                                          14 el maestro...

      4 y se marcharon                                 16 y salieron

         y encontraron                                         y encontraron

      6 como había dicho Jesús                        como les había dicho

         y                                                             y

Como se ve, los dos episodios están construidos siguiendo el mismo esquema. Esto indica que Mc quiere transmitir con ellos mensajes paralelos o complementarios. En el primero, los discípulos debían ir a la aldea (ambiente popular sometido ideológicamente a "la ciudad") a aprender desde la Escritura la calidad pacífica del mesianismo de Jesús, según la profecía de Zac 9,9, representada por el borrico atado (11,2 Lect.). Como ha quedado patente en varios episodios posteriores (11,20-27a; 12,41-43; 13,1-4; 14,3-9), el propósito de Jesús fracasó.

Por eso, en el segundo envío han de ir a "la ciudad" (el centro del sistema que impone la ideología, cf. 11,1 Lect.) a aprender lo que significa el seguimiento de Jesús. Tienen que dejarse llevar por Juan Bautista, el precursor del Mesías, que les propone la enmienda (metanoia), es decir, la ruptura con el espíritu nacionalista judío, para preparar el camino de Jesús (1,3) y poder seguirlo.

En el plano narrativo, el encuentro con el hombre del cántaro aparece como una señal; en el plano teológico, como una exhortación a los discípulos.

Hay que notar de nuevo los dos presentes históricos que usa aquí Mc: "envía" (traducido:; envió) y "les dice" (traducido: diciéndoles). El evangelista vuelve a insinuar que, todavía en su tiempo, los discípulos no han renunciado a sus ideales judíos.       

LA BIBLIA

Mc 14,12c

 ...le dijeron sus discípulos: <<¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?>>

La iniciativa de celebrar la Pascua no es de Jesús, sino de los discípulos (seguidores procedentes del judaísmo). Pretenden preparar la cena pascual judía y piensan que esa es la voluntad de Jesús (quieres). Como apareció en 14,3-9 (unción en Betania), ellos siguen en las categorías del judaísmo y están seguros de que Jesús las comparte. Por eso sólo le preguntan dónde quiere celebrar la cena, insistiendo en que van a prepararla para él (prepararte). Es decir, asocian a Jesús a los ideales judíos de la liberación representados por la antigua Pascua, que incluyen la reivindicación de Israel frente a las naciones paganas. Jesús va a tomar pie de la pregunta de los discípulos para enseñarles qué clase de Pascua es la que tienen que preparar.

La pregunta de los discípulos se introduce con un presente histórico: "le dicen" (traducido: le dijeron). Con ello señala Mc la actualidad de la misma mostrando que, todavía en su tiempo, los discípulos siguen adictos al judaísmo, dando valor a los contenidos de la Pascua antigua y atribuyendo a Jesús un pensamiento judaizante.

LA BIBLIA

Mc 14,12ab

 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,...

Mc comienza la perícopa con una nueva datación (cf. 14,1): el primer día de los Ázimos, que de suyo coincidía con el día de la Pascua, el 15 de Nisán. Sin embargo, el segundo dato temporal, que explica el primero: cuando se sacrificaba el cordero pascual, hace que el primer día de los Ázimos signifique la víspera de Pascua, el 14 de Nisán, día en el que se eliminaba de las casas el pan fermentado y se sacrificaba el cordero pascual.

La cena pascual se celebraba a la puesta del sol del día 14, cuando, según el cómputo judío, daba comienzo el día 15, día de Pascua. La festividad duraba siete días a partir del 15 durante los cuales no se comía pan fermentado (Éx 23,15; 34,18). Por eso, aunque los Ázimos y la Pascua eran, originariamente, fiestas diferentes, acabaron celebrándose juntas y confundiéndose en el lenguaje coloquial judío.

El hecho de que Mc identifique el primer día de los Ázimos con la víspera de Pascua muestra que utiliza el cómputo romano, que había sido antiguamente también el judío, es decir, que cuenta la duración del día a partir del amanecer, no a partir de la puesta de sol.

La mención del sacrificio del cordero pone a la Cena y a toda la narración siguiente, hasta la muerte y sepultura de Jesús, bajo el signo de la Pascua. Para Mc, la Pascua de Israel era tipo; la verdadera Pascua es la de Jesús. Para conectarla con el tipo, Mc data la narración mencionando ese sacrificio.

LA BIBLIA

Mc 14,24

  Y les dijo: <<Esta es la sangre de la alianza mía, que va a ser derramada por todos>>. El empleo en 14,12-26 de la doble desig...