Había también unas mujeres observando de lejos, entre ellas María la Magdalena, María la de Santiago el Pequeño, la madre de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían prestándole servicio; y además otras muchachas, las que habían subido con él a Jerusalén.
Aparte de todos los personajes, judíos y paganos, que han tenido algún tipo de protagonismo en los acontecimientos de la crucifixión (los soldados, los transeúntes, los sumos sacerdotes y letrados, los compañeros de suplicio de Jesús, el centurión, etc.), como espectadoras de la muerte de Jesús señala Mc dos grupos de mujeres. El primero incluye a cuatro mujeres citadas por su nombre y mencionadas por primera vez en el evangelio: María la Magdalena, María la de Santiago el Pequeño, la madre de José, y Salomé. Las mujeres de este grupo no se acercan a la cruz; contemplan los acontecimientos del Calvario a distancia (observando de lejos), como Pedro había seguido a Jesús cuando éste fue apresado y conducido a juicio (cf. 14,54).
De las cuatro mujeres mencionadas, dos de ellas aparecen sin vínculo familiar alguno (María la Magdalena y Salomé), pero a una se la designa por su lugar de origen (la Magdalena = de Magdala, ciudad en la costa occidental del lago de Galilea, al norte de Tiberíades), mientas que a la otra por su nombre sin más. Las dos mujeres restantes, una con nombre propio (María) y la otra designada por su papel familiar (madre) se citan con el nombre de sus respectivos hijos: María la de Santiago el Pequeño y la madre de José; cada una es madre de un varón (de Santiago, la una; de José, la otra), que pertenece a una nueva generación.
El hijo de la segunda María (Santiago) lleva un nombre griego (Iakôbou) que corresponde al hebreo ya´aqob ("Jacob"), al que acompaña un apelativo, el Pequeño (gr. tou mikrou), cuyo significado obvio sería "el de baja estatura" o "el de corta edad". Sin embargo, ambos significados resultan intrascendentes. Por eso, lo más probable es que el apelativo aluda a "los pequeños" (gr. tôn mikrôn) que han dado su adhesión a Jesús (9,42 Lect.) y sirva para designarlo como un verdadero seguidor de éste.
El hijo de la madre innominada (José) tiene también algo de particular. Mc usa para designarlo una forma helenizada (Iôsês) en lugar de la usual (Iosêph) para traducir el nombre hebreo. De esta manera indica el talante abierto de este hijo.
El evangelista insinúa con estos nombres que esta segunda generación, aunque no afecta a todas las mujeres nombradas (a dos de ellas no se le atribuye descendencia), va a tener un futuro distinto de la primera. Su comportamiento o sus actitudes no serán una mera continuación de la de aquélla.
Antes, mientras Jesús estaba en Galilea, donde, según el relato de Mc, se ha desarrollado la mayor parte de su actividad, las mujeres de este primer grupo lo seguían prestándole servicio. Lo sorprendente es que, hasta este momento, nunca han aparecido en el evangelio mujeres que siguieran a Jesús, ni Jesús expresamente las ha invitado a hacerlo. Además, la clase de seguimiento que se afirma aquí de ellas (prestándole servicio) no tiene paralelo en ningún otro pasaje de Mc. No se trata de colaborar con él en su tarea (como es el caso de "los ángeles" que, en 1,13, "le prestaban servicio", cf. Lect.), ni de la actitud de servicio que ha de caracterizar a los suyos (cf. 10,43-44), sino de un seguimiento que se concibe como atención personal a Jesús, cuando precisamente él mismo rechaza todo servicio a su persona y afirma que su misión, que han de asumir también sus seguidores, es servir a los demás (10,45: "Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir").
Estos datos hacen ver que el modo como este grupo de mujeres interpreta el seguimiento es contrario al que propone Jesús. Han centrado en él todas sus atenciones. Para ellas, Jesús es el líder en torno al cual ha de girar la vida del seguidor, no el modelo cuyas actitudes hay que hacer propias y cuya actividad hay que continuar. No se trata, pues, del verdadero seguimiento, para el que Jesús ha enunciado condiciones bien diferentes (8,34). Lo siguieron a su modo en el pasado (en Galilea), pero en el momento de su muerte no se sienten próximas a él ni identificadas con su destino (observando de lejos). Por eso, más tarde, serán sólo testigos de su sepultura (15,47) y visitantes de su sepulcro (16,1), pero no anunciadoras de su resurrección (16,8).
En el Gólgota, estas mujeres son únicamente espectadoras (observan). En contraste con el centurión, la visión de la muerte de Jesús no provoca en ellas reacción alguna. Su alejamiento de la cruz (de lejos) les impide percibir el significado de esa muerte. Por la distancia, no pueden tener experiencia de la vida que fluye de Jesús.
Hay en el texto una posible alusión a Sal 38/37,12b (LXX: "Los más cercanos a mí se mantienen a distancia"), lo que acentuaría la caracterización negativa de las mujeres de este grupo.
En cambio, el segundo grupo está constituido por otras muchas mujeres, de cuyo origen o actividad en Galilea no se dice nada, pero que han subido con Jesús a Jerusalén, como sucedió con el grupo de seguidores (cf. 10,32s: "los que seguían iban con miedo") que lo acompañó hasta la entrada en la ciudad, alfombrando su camino con mantos y ramas (11,8: "Muchos... otros"). En el Calvario no se dice que se mantengan lejos de la cruz; no estarán presente en la sepultura ni visitarán el sepulcro. Sin duda no consideran definitiva la muerte de Jesús (8,31; 9,31; 10,34) ni la ven como un fracaso absoluto. Estas mujeres son las únicas que han llegado con Jesús hasta el final del camino.
Por estos indicios puede afirmarse que en estos dos grupos refleja Mc las reacciones ante la muerte de Jesús de las dos clases de seguidores suyos que han ido presentando a lo largo del evangelio: por una parte, los seguidores procedentes del judaísmo (los discípulos / los Doce); por otra, los que no proceden de él (que no tienen una denominación fija).
Los primeros, representados por las mujeres del primer grupo, han malentendido el seguimiento y han acabado distanciándose de Jesús. Consideran su muerte como el fin de todas sus esperanzas; serán testigos mudos de su sepultura y, aunque irán al sepulcro a rendir homenaje a su memoria, se asustarán ante el anuncio de la resurrección y, por miedo, lo silenciarán. Mientras Jesús estaba vivo, lo acompañaban y se consideraban sus servidores. Pero, cuando llega el momento decisivo, lo dejaron solo; han sido incapaces de acompañarlo en su muerte y, por eso, no se han acercado a la cruz ni han comprendido su sentido. Para ellos, todo se ha vuelto un enorme e inexplicable fracaso. Sin embargo, la nueva generación formada por los dos hijos que se mencionan en el v. 40, Santiago y José, constituye, para Mc, la esperanza de un cambio futuro en el talante de estos deficientes seguidores.
Los segundos, representados por las mujeres del otro grupo, son en realidad los verdaderos seguidores de Jesús, que han llegado con él hasta el final del camino. Como sus prototipos, la mujer del perfume (14,3), Simón de Cirene (15,21) y el centurión (15,39), se han identificado con la entrega de Jesús, han cargado con su cruz y han captado el sentido de su muerte, reconociendo en ella la verdadera identidad del crucificado.
LA BIBLIA