jueves, 15 de agosto de 2024

APÉNDICES - MARCOS

El final abrupto de Mc y la omisión de toda aparición del Resucitado a sus discípulos dio pie, ya en el siglo II, a la adición de apéndices para unificarlo con los otros sinópticos. Se conocen por los menos dos, uno el final canónico (16,9-20) y otro  mucho más breve.

La traducción que la Nueva Biblia Española, de Luis Alonso Schökel y Juan Mateos (Cristiandad, Madrid 1990, 4ª reimpresión), ofrece del apéndice largo es la siguiente:

9Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. 10Ella fue a decírselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando, 11pero ellos, al oírle decir decir que estaba vivo y que lo había visto, se negaron a creer.

12Después se apareció por el camino, con aspecto diferente, a dos de ellos que iban a un cortijo. 13También éstos fueron a anunciárselo a los demás, pero tampoco a ellos les creyeron

14Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado.

15Y añadió:

- Id por el mundo entero pregonando la buena noticia a toda la humanidad. 16El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. 17A los que crean, los acompañarán estas señales: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, 18cogerán las serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño: aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

19Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 20Ellos se fueron a pregonar el mensaje por todas partes y el Señor cooperaba confirmándolo con las señales que los acompañaban.

El Nuevo Testamento de J. Mateos y L. Alonso Schökel (Cristiandad, Madrid 1987) traduce así el apéndice corto:

Han anunciado en compendio todo lo que se prescribió a Pedro y sus compañeros. Después de esto, Jesús mismo envió por medio de ellos, de oriente a occidente, el sagrado e incorruptible pregón de la salvación definitiva. Amén.

LA BIBLIA

Mc 16,1-8

 

Mc 16,1

Epílogo: El nuevo día, Anuncio de la resurrección. Las mujeres (cf. 15,40) no la esperan; quieren sólo mostrar su cariño a Jesús embalsamando su cadáver (cf. 14,8). El primer día de la semana (lit. «el uno de la semana»), alusión a Gn 1,5: con la resurrección de Jesús comienza la creación definitiva (2). Como en 14,51s, el joven representa a Jesús mismo, ahora glorificado (color blanco, d. 9,3); sentado a la derecha (cf. 14,62): condición divina (5). Palabras del joven: ellas buscan al que habían tenido por Mesías davídico (Nazareno, cf. 1,24; 10,47), fracasado (crucificado); no hay fracaso, la vida ha vencido a la muerte (8,31; 9,31; 10,34). Encargo para los discípulos (seguidores procedentes del judaísmo), en particular para Pedro, que ha renegado de Jesús (14,30.72ss): abandonar Jerusalén y la expectación mesiánica judía, para comenzar la misión universal a partir de Galilea (14,28) (7). Las mujeres no transmiten el encargo. En la época en que Mc escribe, el grupo israelita de la comunidad aún no ha comprendido la universalidad de la misión (cf. 13,3s) (8). El mensaje se transmite, sin embargo, a través del otro grupo de seguidores (no israelitas), al que pertenece el evangelista.

Mc 16,8

 Salieron huyendo del sepulcro, del temblor y el espanto que les entró, y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.

Cuando uno esperaba ver a las mujeres cumplir fielmente el encargo recibido del joven, se encuentra con un comportamiento muy diferente. La reacción de las mujeres es doble: salen huyendo del sepulcro y no dicen nada a nadie. Como doble es también la razón que se ofrece de cada uno de estos comportamientos: por un lado, el temblor y el espanto que les entró; por otro, el miedo que tenían. En cada caso, la explicación viene introducida en el texto griego por la conjunción gar ("porque").

Ante el encargo del joven, las mujeres huyen espantadas del sepulcro, donde han visto que la victoria del Mesías se ha realizado a través de la muerte y no mediante el poder y la dominación. No se sabe adónde van, lo único que les urge es alejarse del sepulcro (salieron huyendo). Se comportan igual que los discípulos ante el arresto de Jesús (14,50). Mientras veían en Jesús la víctima de la injusticia, iban a honrar su memoria y a reafirmarse en sus ideales. Cuando comprenden el modo como se ha realizado la salvación definitiva, sienten temblor y espanto. Ya no tiene sentido la restauración de Israel, que, para ellas, había sido hasta entonces la única salvación que concebían: se les cae por tierra todo el ideal de su vida. Ahora lo que ven por delante es el nuevo principio de una labor sin gloria humana. Iban a poner el punto final y ven que todo está por hacer, pero de otra manera; que hay que comprometerse hasta el fin como Jesús y estar dispuestos a entregar la vida como él.

Ante este panorama, experimentan una angustia semejante a la de Jesús en Getsemaní (14,33) y sucumben a ella. Su terror eclipsa el anuncio de la resurrección que acaban de oír y que no ha causado en ellas alegría alguna. En vez de reaccionar ante él con admiración o asombro (gr. ekstasis), como tras la resurrección de la hija de Jairo (5,42), lo hacen con temblor y espanto (gr. tromos kai ekstasis). Han ido al sepulcro con una amor (aromas) "razonable", pero no con la entrega de la persona, con el amor hasta el fin. Por el encargo del joven, han comprendido que se les pide romper con todos los ideales de triunfo terreno, en especial con las expectativas nacionalistas judías, y estar dispuestas a enfrentarse a los poderosos de este mundo, llevando el testimonio de Jesús a todos los pueblos y afrontando incluso el riesgo de perder la vida. Y esto les produce horror y miedo; no son capaces de aceptarlo.

Al principio de la perícopa (v. 2) notaba Mc que ya había salido el sol. La frase recogía la de 4,6, a propósito de la semilla que cae en terreno rocoso: "cuando salió el sol, se abrasó y, por no tener raíz, se secó" explicada en 4,16-17: "son los que cuando escuchan el mensaje en seguida lo acogen con alegría, pero no tienen raíces en ellos, son inconstantes; en consecuencia cuando surge un aprieto o persecución por el mensaje, en seguida fallan". El sol, que es fuente de vida, resulta funesto para los que no tienen una profunda adhesión a Jesús ni han hecho suyo su mensaje. Ante las dificultades que comporta el compromiso y la perspectiva de la persecución, fallan, no darán fruto. La experiencia de Jesús que han tenido en su vida y la de Jesús vivo después de muerto, queda estéril.

Aparece claramente que bajo la figura de las mujeres Mc está describiendo la actitud de los discípulos. No han superado el trauma de la entrega voluntaria de Jesús y siguen aferrados  a sus expectativas de gloria terrena.

El miedo de los discípulos (4,41; 6,50; 9,6.32; 10,32 [seguidores]) está siempre en relación con la realidad de Jesús y de su obra. El texto más cercano a este pasaje es el de 9,32: allí los discípulos no preguntaron a Jesús por miedo a comprender; aquí, cuando han comprendido, por miedo a la exigencia. No aceptan la copa que Jesús ha bebido.

Los tres presentes históricos que Mc inserta en la perícopa confirman esta visión. El primero, "van al sepulcro" (v. 2), actualiza la situación del grupo de discípulos: siguen en la oscuridad ("muy de madrugada"), aún no han captado la realidad de la resurrección ("ya ha salido el sol") y lo que ésta comporta. El segundo, "observan que la losa estaba corrida" (v. 4), reprocha a los discípulos su visión de la muerte de Jesús como el final de todo. El tercero, "les dice", en boca del joven (v. 6), les pone ante los ojos el triunfo del Crucificado sobre la muerte y, con ello, el fracaso de la idea de un mesías de poder.

Según el relato, las mujeres no transmiten el encargo. El camino del mensaje de Jesús a través de los discípulos (seguidores procedentes del judaísmo) queda obstruido. Es decir, en la época en que Mc escribe, el grupo de discípulos y Pedro, en particular, aún no han salido de Jerusalén; siguen apegados a los ideales judíos. Por no cortar con el pasado, no viven plenamente el mensaje de Jesús ni pueden anunciar al pueblo judío el verdadero Mesías y su mensaje de vida para la humanidad entera.

Queda abierto, sin embargo, el camino de la Buena Noticia (1,14) gracias a los seguidores de Jesús que no profesan las categorías del judaísmo. En el relato de la pasión y muerte han estado representados por las figuras de la mujer del perfume (14,3), de Simón de Cirene (15,21), el centurión romano (15,39) y el numeroso grupo de mujeres que acompañaron a Jesús hasta Jerusalén (15,41b); pero, a partir de la llamada de Leví (2,14), designados de diversas formas y representados por varias figuras, han estado presentes a lo largo de todo el evangelio. A ellos pertenece el evangelista y su comunidad. Pero conocen el espíritu de otras comunidades que se llaman cristianas y que, para Mc, dejan mucho que desear en el seguimiento de Jesús.

                                         * * * * *

El final de Mc muestra que este evangelio se escribe en época muy temprana. El evangelista, aunque muy crítico respecto a los discípulos y a Pedro, sigue esperando de ellos que comprendan todas las implicaciones de la muerte y resurrección de Jesús, y recorran el camino del verdadero seguimiento. Espera que, finalmente, se cumpla el encargo de Jesús, silenciado por las mujeres (16,7-8), y los discípulos y Pedro se encuentren con el Crucificado-Resucitado. Mientras tanto, constata únicamente lo que sucede en la época en que él escribe. Los seguidores de Jesús que proceden del judaísmo siguen obsesionados con la restauración gloriosa de Israel y no han renunciado a sus ambiciones terrenas.

A lo largo del evangelio ha podido notarse el carácter polémico del escrito. En numerosas ocasiones se ha contrapuesto la incomprensión de los Doce / los discípulos a la apertura del otro grupo de seguidores. Son estos últimos los que captan el mensaje de Jesús y lo traducen a la práctica. También el inesperado final del evangelio permite deducir el propósito principal de Marcos al escribirlo: presentar la persona, mensaje y actividad de Jesús con tal claridad que permitan neutralizar y rectificar las opiniones y prácticas deformadas de aquellos, que considerándose discípulos suyos, de hecho, ignoran el universalismo, se aferran a la idea de un Dios de poder buscan el medro personal e identifican el ideal cristiano con los ideales nacionalistas del judaísmo. En definitiva, de todos los que distorsionan el verdadero rostro de Dios, manifestado en Jesús.

LA BIBLIA

Mc 16,7

 Ea, marchaos, decid a sus discípulos y a Pedro: <<Va por delante de vosotros a Galilea allí lo veréis, como os había dicho>>.

El joven impide que las mujeres se demoren en el sepulcro y las despide con una orden (marchaos). Ya que han tenido la experiencia de que Jesús está vivo, tienen una misión que cumplir.

Les da un encargo para los discípulos y para Pedro. Lo que han experimentado en el sepulcro no pertenece al contenido que han de comunicar. De hecho, es incomunicable, por ser una experiencia personal. La fe en la resurrección no tiene su fundamento en un anuncio o una proclamación, sino en la experiencia del encuentro con Jesús resucitado.

Al enumerar los destinatarios del encargo, el joven menciona primero a los discípulos, designándolos como los propios de Jesús (sus discípulos); después a Pedro, como si no formara parte de ellos. De hecho, cuando el prendimiento de Jesús, todos los discípulos se mostraron cobardes, abandonándolo y huyendo (14,50), pero sólo Pedro acabó, más tarde, renegando por completo de Jesús y del grupo mismo (14,66-72). Su caso es excepcional, por eso se le nombra aparte. Las palabras del encargo, invitándolos a todos a reencontrarse con Jesús, restableciendo la relación con él, muestran el perdón por lo pasado y la necesidad particular que tiene Pedro de rectificar su postura. Ellos han abandonado a Jesús, y Pedro, además, renegado de él, pero él no los abandona ni reniega de ellos. Su amor no se desdice.

Una vez convencidas de que Jesús está vivo, las mujeres han de ir a decir a sus discípulos de parte de Jesús que vayan a Galilea, donde él les precederá (Va por delante de vosotros). Es la cita que les dio antes de llegar a Getsemaní (14,28), pero aquí añade una nueva precisión: allí lo veréis.

El empleo profético del futuro veréis (gr. opsesthe) se refiere siempre a la aparición de personajes o realidades pertenecientes a la esfera divina o procedentes de ella. De hecho es el que usó Jesús en su respuesta al sumo sacerdote: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha de la Fuerza" (14,62). El verbo "ver" ha descrito también la experiencia del centurión ante la cruz (15,39: "Viendo") y la de las mujeres ante el joven (v. 5: "Vieron"). Para comprender correctamente la persona, el mensaje y la actividad de Jesús (cf. 4,12; 8,17-21), los discípulos tienen que llegar a la misma experiencia, y ésa sólo podrán tenerla en Galilea. Allí los espera Jesús para guiarlos de nuevo por el camino del seguimiento que, hasta ahora, no han sabido o querido recorrer con él.

Esto implica, en primer lugar, que deben abandonar Jerusalén y, con ella, los ideales del judaísmo, y, como han comprendido las mujeres, renunciar a un mesías de poder y a buscar la gloria de Israel como pueblo. Han de aceptar la muerte de Jesús y seguir sus pasos, su mismo itinerario, sabiendo que van camino de la vida definitiva.

Es decir, la muerte de Jesús no ha puesto fin a la misión, al contrario. En Galilea empezó Jesús su actividad, ahora les toca a ellos empezar la suya. Como a Jesús, también a ellos les espera la oposición de los poderosos, la persecución de los enemigos del mensaje cristiano y la posibilidad de sufrir la muerte. Pero ya tienen la garantía de que su tarea no será en vano: Jesús está vivo.

Galilea es, además, la frontera con los pueblos paganos. Su trabajo va a extenderse a ellos; deberán comenzar la misión universal a partir de Galilea, donde Jesús los llamó al seguimiento (1,16-21a). Han de retomar, desde el principio, el camino que no han sabido recorrer con Jesús. Él los espera para acompañarlos en la andadura y marcarles la ruta: es la promesa de su presencia en la misión futura.

Esto supone, para ellos, abrirse al universalismo. Han de ser pescadores de hombres (1,17), sin limitación alguna; aceptar y proclamar el amor de Dios que abraza por igual a todos los hombres y pueblos (4,11 Lect.: "el secreto del Reino de Dios"), y que ellos han de traducir en servicio y entrega (10,42-45). La salvación no se limita a Israel, se extiende a toda la humanidad, y esa tarea exige, por una parte, dedicación y entrega y, por otra, valor para soportar la oposición de un mundo injusto. Para ello tendrán la ayuda del Espíritu que Jesús les comunica.

La última frase del encargo: como os había dicho, garantiza el cumplimiento de lo anunciado por Jesús en 14,28, confiriendo a sus palabras un valor como el de la Escritura que allí se cita y subrayando la dependencia de los discípulos respecto a ellas.

LA BIBLIA

Mc 16,6

 Él les dijo: <<No os desconcertéis así. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron.

Para sacarlas de su profundo asombro y su estupefacción el joven les dirige la palabra; quiere devolverles la serenidad (No os desconcertéis así), infundirles confianza, explicándoles lo ocurrido. En primer lugar, expresa en voz alta, de forma interrogativa, lo que ellas pretendían hacer: ¿Buscáis a Jesús el Nazareno?, pero omitiendo el propósito de ungirlo y refiriéndose a él como a una persona viva. Al usar en su pregunta el verbo "buscar", que en Mc implica siempre error o mala intención, orienta el sentido de la misma: su búsqueda era equivocada, porque pensaban encontrar el cadáver de Jesús. 

Para referirse a Jesús el joven no menciona ningún título cristológico; lo llama simplemente por su nombre, Jesús, y lo identifica por su procedencia, el Nazareno, subrayando fuertemente su origen humano.

El apelativo el Nazareno ha aparecido tres veces en el evangelio. La primera vez en boca del poseído de la sinagoga de Cafarnaún (1,24), que recordaba a Jesús su lugar de origen para tentarlo con un mesianismo de tipo político-nacionalista, acorde a la doctrina de los letrados (cf. 12,,35-37); la segunda, se encuentra entre lo que oye de la gente ("Al oír que era Jesús Nazareno") el ciego Bartimeo, figura de los discípulos (10,47), quien inmediatamente reacciona llamando a Jesús "Hijo de David"; la última, en boca de la criada que interpeló a Pedro en casa del sumo sacerdote (14,67), reprochándole ser partidario de un opositor al régimen. De hecho, el apelativo <<Nazareno>> sitúa el origen de Jesús en la región de los nacionalistas fanáticos y le atribuye ese espíritu.

El joven insinúa así que las mujeres buscaban a Jesús viendo en él la encarnación de su sueño frustrado de restauración de Israel. Querían honrarle ungiéndolo con aromas, reafirmándose en sus esperanzas mesiánicas, rendirle homenaje para reparar de algún modo la injusticia cometida con su muerte.

Pero el joven añade: el crucificado, del que ellas se mantuvieron a distancia (15,40: "observando de lejos"), el rechazado por Israel y cuya misión con ese pueblo ha acabado en el fracaso. Han de aceptar esta realidad de Jesús y, con ella, el fin de sus ideales de triunfo terreno, que se ha disipado con la cruz. Nazareno indica el lugar de procedencia de Jesús al comienzo de su actividad (1,9); crucificado, el modo en el que ha acabado su vida histórica.

Pero el participio perfecto pasivo estaurômenon (el crucificado) denota no sólo un acontecimiento del pasado, sino, además, un hecho permanente. En efecto, esa denominación señala a Jesús en el momento de su máximo acto de amor a la humanidad, y ese amor, manifestado en la cruz, perdura para siempre. El crucificado es el que está infundiendo el Espíritu sobre la humanidad (15,37) en toda época de la historia.

El joven mismo responde a la pregunta que acaba de hacer. Su afirmación es rotunda: ése que ha sido sentenciado a muerte por blasfemo por parte de las autoridades judías y condenado a la cruz como un rebelde por parte de Pilato, ése que consideráis una figura del pasado que ha fracasado por completo en su proyecto, ése ha resucitado. Las palabras del joven implican la inutilidad del homenaje que ellas han preparado. Pueden constatar que en el sepulcro no está Jesús (no está aquí), y esto significa que no permanece en la muerte, sino que está vivo.

Para confirmar la verdad de sus palabras, el joven añade: Mirad el lugar donde lo pusieron. Ese "lugar" (gr. topos) está en relación con el "lugar" (gr. topos) del Gólgota (15,22). En éste último sucedió lo visible, lo histórico: allí dieron muerte a Jesús. El "lugar" del sepulcro revela el otro plano de la realidad, el mundo nuevo que ha comenzado con la Resurrección. Jesús no está en el reino de la muerte, el lugar donde lo pusieron se encuentra vacío. Por eso es inútil buscarlo en este lugar de fracaso y frustración existencial. Para Jesús, el verdadero Mesías, no hay fracaso, la vida ha vencido a la muerte. Se cumplen así las predicciones de Jesús sobre la resurrección (8,31; 9,31; 10,34).

LA BIBLIA

miércoles, 14 de agosto de 2024

Mc 16,5

 Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, envuelto en una vestidura blanca, y se quedaron completamente desconcertadas.

Las mujeres no dudan; al ver el sepulcro abierto, entran en él; es el lugar de la muerte y es allí donde esperan encontrar el cuerpo sin vida de Jesús, pero será allí precisamente donde se les va a anunciar el triunfo de la vida sobre la muerte.

Nunca se dice que el sepulcro sea el de Jesús; el texto lo supone, pero no lo indica expresamente. Es el sepulcro genérico, el de todos; el símbolo de la muerte física del hombre. Al penetrar en él entran, sin saberlo, en contacto con el mundo nuevo; han pasado la frontera marcada por la muerte de Jesús, y están pisando el umbral de la nueva creación. Así como el sepulcro es el de todos, así la victoria de Jesús sobre la muerte es don de vida para todos.

El verbo "observar", usado en el versículo anterior (v. 4; cf. 14,40.47), que denotaba la incapacidad de las mujeres para comprender el sentido profundo de lo que contemplaban, se cambia ahora por el verbo "ver" (vieron, gr. eidon), que, como en el caso del centurión (15,39), denota una experiencia. Ahora las mujeres "ven", "descubren", "experimentan".

Dentro del sepulcro, en lugar de un cadáver, "ven" una figura humana, descrita por Mc con tres rasgos:

a) Es un joven, como el que huyó desnudo en Getsemaní (14,51); es decir, alguien en la flor de la edad, figura de la vida en su máximo esplendor.

b) Sentado a la derecha, un rasgo que espontáneamente trae a la memoria las palabras, referidas al Hijo del hombre, con las que Jesús manifestaba su condición divina ante el tribunal judío: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha de la Fuerza" (14,62), alusión a Sal 110,1 en el que Dios se dirige al Mesías, diciéndole: <<Siéntate a mi derecha>> (cf. 12,36).

c) Envuelto en una vestidura blanca, el color de la gloria divina, que aluden tanto al "blanco deslumbrador" de la transfiguración (9,3) como, de nuevo, al joven que en Getsemaní dejó la sábana en que iba "envuelto", símbolo de su vida mortal, en manos de los que intentaban prenderlo (14,51s). El que huyó desnudo se encuentra ahora revestido de la vida inmortal, propia de Dios.

Estos rasgos hacen del joven figura de Jesús mismo en su estado glorioso, dando a entender que aquel que entregó su vida en la cruz sigue vivo y goza de la plena condición divina.

La escena se desarrolla con gran sobriedad. De hecho, ni el joven se da a conocer a las mujeres ni éstas manifiestan conocerlo a él. El encuentro se realiza sin la menor efusión, ni siquiera un saludo. El episodio del joven de Getsemaní (14,51-52) ofrecía por adelantado el desenlace de la pasión de Jesús. Aquí la misma presencia del joven ofrece, sin necesidad de palabras, la interpretación del sepulcro abierto: las mujeres, al entrar en él y "ver" al joven, tienen la experiencia de que Jesús está vivo y glorificado.

Es sorprendente, sin embargo, que, ante esta experiencia, la reacción de las mujeres no sea de alegría, sino únicamente de total desconcierto (se quedaron completamente desconcertadas). No expresan ningún otro sentimiento, ni de palabra ni de gesto. Cuando estaban convencidas de que todo había terminado para Jesús y para su obra, cuando iban a rendir al Mesías fracasado los últimos honores, sin renunciar por ello a sus ideales mesiánicos, de pronto se percatan de que estaban completamente equivocadas. Ellas, que han sido testigos de la muerte y sepultura de Jesús, pueden percibir ahora que aquella muerte no ha terminado con su vida.

Constatan así que la derrota de Jesús no ha sido tal, pero ven que su victoria nada tiene que ver con la restauración de Israel que ellas esperaban de él y con la que siguen soñando. Es la victoria definitiva sobre la muerte que corona el camino de entrega y de servicio de Jesús; del amor sobre el odio, de la libertad sobre la esclavitud, de la verdad sobre la mentira, de la misericordia y el perdón sobre la venganza y el rencor, del derecho del oprimido y de la justicia del débil sobre las pretensiones de los poderosos... Y esto las deja completamente desconcertadas.

LA BIBLIA

Mc 16,4

 Levantando la vista observaron que la losa estaba corrida (y era extraordinariamente grande).

Hasta entonces, ocupadas en la consideración de su impotencia, encerradas en sí mismas, no habían percibido la realidad. En cuanto amplían su horizonte (levantando la vista) se dan cuenta de que su problema no tenía fundamento. La losa está corrida. No hace falta señalar quién lo ha hecho. El mundo nuevo está ya presente.

Pero las mujeres no comprenden lo que esto significa. Por eso emplea de nuevo Mc el verbo "observar" (gr. theoreô), usado anteriormente para indicar la visión externa que tienen las mujeres de la muerte de Jesús en la cruz (15,40) y de su sepultura (15,47). Se quedan otra vez en la contemplación exterior (observaron), pero sin penetrar en el sentido de lo que ven.

En realidad, después de los reiterados anuncios de Jesús sobre su pasión, muerte y resurrección (8,31; 9,31; 10,33-34), el sepulcro debería haber estado siempre abierto para sus seguidores. La muerte no habría debido significar para ellos la cesación de la vida. Esto confirma que la forma como estas mujeres han seguido a Jesús no era la correcta (15,41a).

La losa está corrida, no hay separación entre la vida y la muerte. El sepulcro no es una prisión; la muerte no es un estado definitivo. No hay dos mundos, uno el de los vivos y otro el de los muertos; el abismo que entre ellos establecemos los seres humanos, no existe para Dios. La vida que él nos da, no se interrumpe con la muerte.

El sentido simbólico de la losa, junto con el de cerrar-abrir, correr-descorrer, está indicado por el nuevo dato de la magnitud de la misma (era extraordinariamente grande). Nada de esto se dijo en el momento de la sepultura de Jesús (15,46). José de Arimatea no tuvo dificultad en cerrar el sepulcro, porque es fácil pensar que la muerte vence a la vida; pero para las mujeres sería imposible abrirlo, pues ni siquiera les pasa por la cabeza que la vida pueda vencer a la muerte.

Extrañamente, no hay reacción de las mujeres ante la losa corrida. No se dan cuenta de su significado. Sólo piensan en que ahora les es posible llegar sin dificultad hasta el cuerpo de Jesús.

LA BIBLIA

Mc 16,3

 Se decían unas a otras: <<¿Quién nos correrá la losa de la entrada del sepulcro?>>

Las mujeres van preguntándose y comentando la dificultad que esperan encontrar persuadidas de que Jesús sigue muerto y de que la sepultura ha sido definitiva. No han vislumbrado siquiera el mundo nuevo.

Se sienten impotentes (¿Quién nos correrá la losa?), pero no renuncian a su propósito; tienen que rendir homenaje al ideal mesiánico que habían proyectado sobre Jesús. La losa, que sella la definitividad de la muerte, es para ellas inamovible. La piedra o losa pertenece al mundo viejo; representa la ideología del judaísmo y su concepción de la muerte, que hacen de obstáculo para comprender la de Jesús. Mientras esté puesta, no se puede llegar hasta él ni creer en la vida.

Pero el hecho no las ha detenido; no renuncian a sus esperanzas mesiánicas. Necesitan de Jesús, su ideal de Mesías, aunque esté muerto, pero, al mismo tiempo, no pueden quitar el impedimento que en su mentalidad las separa de él. La losa, que imaginan que cierra el sepulcro, es el obstáculo psicológico que les impide encontrar a Jesús.

El final de la frase: de la entrada del sepulcro, muestra ser la losa la que recluye al hombre en la muerte (sepulcro), separándolo definitivamente del mundo de los vivos. La entrada, hecha para pasar, está inutilizada; la losa se convierte en frontera que separa la vida de la muerte.

LA BIBLIA

Mc 16,2

 Muy de madrugada, el primer día de la semana, fueron al sepulcro ya salido el sol.

Sigue la urgencia de las mujeres, que se dirigen al sepulcro antes de empezar el día. La primera indicación temporal de Mc: muy de madrugada (gr. lian prôi), señala a la última vigilia de la noche que, según el cómputo romano, se extendía desde las tres a las seis de la madrugada (cf. 13,35), y supone, por tanto, que aún no hay luz del día.

Tras esta indicación, Mc introduce un nuevo dato cronológico. El día en que las mujeres van al sepulcro viene calificado de "primero de la semana". Hay que notar, sin embargo, que esta traducción suaviza el texto griego, pues, de hecho, éste, en vez del ordinal "primero", usa el cardinal "uno": lit. " el [día] uno de la semana". Esto no deja de ser notable, porque en otra ocasión Mc ha usado correctamente el ordinal (cf. 14,12: "el primer día de los Ázimos", gr. tê prôte tôn azymôn).

La expresión que emplea aquí Mc, "el [día] uno de la semana" (gr. tê miâ tôn sabbatôn), es semítica; la ordinaria en griego sería tê prôte tôn sabbatôn ("el [día] primero de la semana"). Lo que no deja de ser significativo en un relato que no se caracteriza por la presencia de semitismos. Este dato y el hecho de que en los otros evangelios (Mt 28,1; Lc 24,1; Jn 20,1.19) se utilice esta misma construcción para indicar el día en que las mujeres van al sepulcro, persuaden de que todos ellos usan esta fórmula con una intencionalidad teológica: con ella aluden al primer día de la creación, designado en el libro del Génesis como "el día uno" (Gn 1,5: "hubo una tarde, hubo una mañana: el día uno"). Con este recurso introduce Mc en el mundo antiguo la presencia del mundo nuevo.

Contrapone así Mc aquel "día uno", cuando empezó la primera creación la de Adán, el hombre que trajo la muerte al mundo, a este día, en el que se revela la nueva creación, la definitiva, la del Hombre-Hijo de Dios que supera la muerte.

El dato temporal siguiente: ya salido el sol, contradice el anterior: muy de madrugada, que suponía la oscuridad. Se entrecruzan aquí los dos planos: el del mundo antiguo el de las mujeres que caminan envueltas en la tiniebla de la muerte de Jesús, y el del mundo nuevo, el de Jesús resucitado, donde brilla la luz plena de la vida.

Es la nueva humanidad, dentro de la antigua; lo imperecedero, en lo caduco; la etapa final, dentro de la etapa transitoria. Empieza el mundo nuevo, se ha puesto la primera piedra de lo definitivo. Y la primera piedra es Jesús vivo después de su muerte.

Con la resurrección de Jesús ha llegado el "día del Señor", anunciado por los profetas; el día en que la luz disipa definitivamente las tinieblas. Como poéticamente lo expresa el profeta Zacarías, el día sin fases y sin término en el que el sol no se pondrá nunca: "Aquel día no se dividirá en calor, frío y hielo; será un día único, elegido por el Señor, sin distinción de noche y día, porque al atardecer seguirá habiendo luz" (Zac 14,6-7). Un solo día, siempre luminoso, que durará sin fin, porque la vida ha superado la muerte. Se ha realizado la gran promesa: la liberación definitiva de la humanidad.

LA BIBLIA

Mc 16,1

 Transcurrido el día de precepto, María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a ungirlo.

La primera frase de la perícopa: Transcurrido el día de precepto, que establece una distancia temporal respecto de la sepultura de Jesús, es aparentemente superflua. Era de todos conocido que durante el día de precepto, que terminaba a la puesta del sol, no estaban abiertas las tiendas ni se podían efectuar compras. Si Mc comienza el relato con esta indicación temporal es para insinuar con ella que las mujeres actúan conforme a la Ley, es decir, que observan los preceptos del judaísmo y participan de su mentalidad. Esto las sitúa de lleno en el mundo de la antigua alianza.

Las tres mujeres que aquí se nombran han sido citadas en 15,40, donde formaban parte del grupo que, de lejos, había asistido a la muerte de Jesús. La primera ha sido, además, testigo de la sepultura de Jesús (15,47). Todas ellas pertenecen al grupo de mujeres -representativo de los seguidores de Jesús procedentes del judaísmo (15,41 Lect.)- que, en Galilea, habían seguido a Jesús prestándole servicio, es decir, que habían interpretado el seguimiento de manera equivocada, no como una identificación con la persona y obra de Jesús, sino como el servicio a un líder (15,41 Lect.).

En cuanto pueden, se apresuran a comprar aromas para ungir el cuerpo sin vida de Jesús. Lo que las tres vieron en el Gólgota (15,40) y una de ellas en el entierro de Jesús (15,47) lo consideran definitivo. Piensan que Jesús y su obra han terminado. Pero sienten la urgencia de honrar su cadáver, haciendo con él lo que las prisas del enterramiento habían impedido.

Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el propósito de las mujeres se demuestra absurdo. Nunca se ungía un cadáver después de haber sido enterrado, sino como preparación a la sepultura; no se explica, pues, que quieran ungir a Jesús un día y dos noches después de su muerte.

Por otra parte, no era costumbre judía ungir los cadáveres con aromas; los lavaban, a veces -de manera excepcional- los ungían con aceite, luego los envolvían en una sábana o un lienzo y los enterraban. Se da el caso de ungir con aromas a un rey difunto (2Cr 16,13) y, en general, puede decirse que las esencias aromáticas estaban reservadas para los reyes.

La intención de Mc con esta incongruencia histórica, para él evidente, no puede ser otra que la de resaltar que estas mujeres, que a toda costa quieren rendir homenaje a Jesús muerto, reafirman, al ungir su cadáver, los ideales mesiánicos nacionalistas que, para ellas, había encarnado Jesús. No se dan cuenta de que esos ideales están tan muertos como el cadáver que ellas mismas pretenden honrar.

Estas mujeres se mantienen, pues, en la idea mesiánica que han manifestado los discípulos respecto a Jesús (8,29; 10,37). En realidad, forman parte del grupo que los representa. Con la muerte de Jesús han experimentado una enorme decepción; las esperanzas que habían puesto en él se han venido abajo. Pero, tras su muerte, se apresuran a reafirmarse en sus ideales mesiánicos, rindiendo homenaje a la persona que, según su mentalidad, había muerto por ellos.

El propósito de estas mujeres contrasta con la unción de aquella otra mujer que, estando Jesús en Betania, entró en la sala llevando un frasco de alabastro con un perfume de nardo muy caro, que derramó sobre su cabeza (14,3 Lect.). Aquélla no tuvo que comprar aromas: llevó el suyo propio. El perfume de nardo auténtico representaba su amor; el frasco que rompió la representaba a ella misma, mostrando de este modo su disposición a dar la vida con Jesús. Anticipadamente, perfumó su cuerpo para la sepultura (14,8 Lect.).

En cambio, María Magdalena y sus compañeras no van a ofrecerle sus propios aromas; los compran, como José había comprado la sábana (15,46). Es decir, estos aromas no simbolizan el don de sí mismas. Pero, con el propósito de ungir el cuerpo, María y sus compañeras muestran que, a pesar de la muerte de Jesús, siguen viendo su figura como la del Mesías restaurador de Israel,  desgraciadamente fracasado en su obra. Su acción no es más que un intento de conservar un cadáver, no una persona viva. No saben que sólo el verdadero seguimiento, que incluye la disposición a dar la vida como la dio él, es el que perpetúa la presencia de Jesús vivo en su comunidad y en el mundo (14,8 Lect.).

En Betania, la mujer ungió en vida a Jesús, como al que iba a morir por el género humano, dispuesta a acompañarlo en su entrega. Éstas quieren ungir a Jesús muerto, sin comprender el sentido de su muerte ni asociarse a ella.

LA BIBLIA

martes, 13 de agosto de 2024

Mc 15,42-47

 

Mc 15,42

El final del día, como en la cena (14,17); víspera de fiesta (cf. 14,12). En Mc, José de Arimatea, persona de alta posición y con cargo oficial, no es discípulo de Jesús, sino un judío piadoso que había estado esperando el reinado de Dios, concebido a la manera del judaísmo. Jesús había sido una esperanza, pero ésta había terminado con su muerte (rodó una losa). Últimos honores. Presencia de dos de las mujeres (cf. 15,40).

Mc 15,47

 María la Magdalena y María la de José observaban dónde quedaba puesto.

Dos de las mujeres que habían observado de lejos lo ocurrido en el Gólgota (cf. 15,40), observan ahora dónde ponen el cuerpo de Jesús. María la Magdalena y María la de José, que, sin duda, es la misma que antes aparecía designada como "la madre de José" (15,40), son meras espectadoras (observaban); siguen en la actitud que caracterizaba al grupo del que formaban parte (15,40: "observando de lejos"). Su única función es la de ser testigos de la sepultura de Jesús, de que éste está verdaderamente muerto. Esta es la razón de que del grupo de las cuatro mujeres nombradas anteriormente, aquí aparezcan sólo dos: para resolver una causa bastaba con la deposición de dos testigos (Dt 19,15; cf. Nm 35,30; Dt 17,6). Pero en este caso, el testimonio de las dos mujeres no vale de nada, y no por razones de tipo jurídico, sino que porque son incapaces de comprender que la vida de Jesús continúa tras su muerte. El perfecto pasivo [dónde] quedaba puesto (gr. [pou] tetheitai), que constituye el objeto de observación de ambas, indica estado definitivo, irreversible. Tal es la visión que estas mujeres tienen de la muerte. Por eso su testimonio es inservible. Para Mc, como para la comunidad cristiana primitiva, no se puede ser testigo de la muerte de Jesús, sin, al mismo tiempo, proclamar y testimoniar su resurrección.

La experiencia de estas mujeres o de aquellos a los que representan (los discípulos / los Doce) ha sido la de haber convivido con Jesús en Galilea, estando a su servicio como al de un líder (15,41). Tras su muerte, no han roto con Jesús; su figura sigue atrayéndolas. Aunque lejos de la cruz han estado en el Calvario y ahora están presentes en el momento de la sepultura. Siguen adictas a Jesús, pero sin encontrar un sentido a su muerte.

Ante el escándalo de la muerte de Jesús, no es de extrañar la desbandada de sus discípulos (14,50) y, en paralelo, la incomprensión de las mujeres, que los representan; ya Jesús la había previsto y les había dado cita en Galilea para después de su resurrección (14,27). El fracaso humano del Mesías les resulta incomprensible. Por otra parte, la vida en la muerte es algo tan nuevo que no pueden concebirlo.

Estas mujeres, simples espectadoras, han quedado paralizadas por el hecho de la muerte. Aunque con rumbo equivocado, se pondrán en movimiento después, cuando haya pasado un breve tiempo desde que Jesús fue sepultado (16,1-8).

LA BIBLIA

Mc 15,46

 Éste compró una sábana y, descolgando a Jesús, lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca y rodó una losa contra la entrada del sepulcro.

José "compra" una sábana. Un dato inverosímil en un día festivo, como el de Pascua, en el que todas las tiendas estaban cerradas. Con esta incongruencia histórica quiere Mc resaltar que José no ofrece a Jesús nada de su propia persona, sino algo externo a él. Su afecto por Jesús no lo lleva al don de sí mismo, que es la entrega que Jesús, en correspondencia a la de él, espera de los suyos.

Ayudado sin duda por otros, baja de la cruz el cuerpo de Jesús. De ordinario se amortajaba con una sábana usada, pero José quiere honrar a Jesús, envolviendo su cuerpo en una sábana nueva.

La sábana que emplea es símbolo de la mortalidad. Así apareció en la figura del joven que huyó desnudo cuando detuvieron a Jesús (14,50). Aquel joven representaba a Jesús mismo, que dejó "la sábana" que lo envolvía, signo de su condición mortal, en manos de sus enemigos y escapó libre. El hecho de amortajar el cuerpo de Jesús, de envolverlo en el símbolo de la mortalidad, muestra que, para José, la muerte ha triunfado. No percibe en Jesús la vida que vence a la muerte. Jesús es ya, para él, un pasado glorioso, un recuerdo, un cuerpo sin vida ni actividad.

Es tarde y hay prisa por terminar el entierro antes de la puesta del sol, cuando comenzaba el día de precepto. Contra la costumbre, no se lava el cuerpo de Jesús ni se le unge con aceite o bálsamos. Todo queda preparado para la narración que sigue (16,1-8).

Amortajado el cuerpo, lo puso en un sepulcro. El pronombre lo (gr. auton) designa a Jesús, a quien José intenta relegar al pasado. El sepulcro (gr. mnêmeios) en el que coloca a Jesús está excavado en la roca (gr. lelatomêmenon ek petras). Hay aquí una posible alusión a Is 22,16 (LXX): "¿Qué tienes aquí, a quién tienes aquí, que te excavas (elatomêsas) aquí un sepulcro (mnêmeion), que te haces en lo alto un sepulcro y te tallas en la roca (en petra) una morada?. El texto profético describe el esfuerzo en vano de Sobná, mayordomo de palacio de Ezequías, por construirse un espléndido mausoleo. También será inútil el esfuerzo de José por enterrar a Jesús en una sepultura honrosa. No ha captado la novedad de Jesús, pero lo considera una figura cuya memoria, siguiendo la tradición del judaísmo, hay que conservar en una digna morada sepulcral.

Una vez puesto en el sepulcro, lo cierra con una losa, que expresa la absoluta separación entre la vida y la muerte: la esperanza que José y otros habían puesto en Jesús ha terminado con su muerte. La incomprensión insinuada por la datación al principio de la perícopa ("Caída ya la tarde") se manifiesta aquí claramente.

José de Arimatea realiza con relación a Jesús la misma tarea que realizaron los discípulos de Juan Bautista tras la muerte de éste (6,29). A Jesús no lo entierran sus discípulos, que han acabado abandonándolo y dándose a la fuga (14,50), sino un simpatizante o admirador suyo. Pero mientras los discípulos de Juan entierran el "cadáver" (gr. ptôma) de su maestro José entierra lo que le ha pedido a Pilato: el "cuerpo" (gr. sôma) de Jesús (v. 43). Juan Bautista, tras su muerte, no tiene futuro, es sólo un cadáver; en cambio, Jesús, tras la suya, sigue siendo, para Mc, un "cuerpo" lleno de vida y dador de ella (14,22; 15,37) con un futuro imperecedero.

LA BIBLIA

Mc 15,44-45

 Pilato se extrañó de que ya estuviera muerto y, convocando al centurión, le preguntó si había muerto hacía mucho. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José.

En el juicio, Pilato se extraño de que Jesús no respondiera nada a las acusaciones que se hacían contra él (15,5); ahora, se extraña de la rapidez de su muerte. A juicio de Pilato (se extraño de...), las cosas no suceden como serían de esperar. Esta segunda extrañeza confirma que, para Mc, la muerte de Jesús no es mera consecuencia del suplicio al que lo habían condenado; ha sido una entrega voluntaria de la propia vida (15,37 Lect.).

Sólo con Pilato utiliza Mc, por dos veces, el verbo "morir" (gr. thnêskô y apothnêskô) referido a Jesús: es la interpretación de lo ocurrido con él hecha por un pagano indiferente. Quiere cerciorarse de que Jesús ha muerto y pide para ello el testimonio del centurión que ha estado al frente del pelotón de ejecución. El centurión, que ha visto morir a Jesús y que, aun siendo pagano, ha comprendido su grandeza (15,39), le da el testimonio que pedía (informado por el centurión), pero Mc no pone en sus labios la palabra "morir". Para Pilato, en cambio, Jesús no es ya más que un cadáver (gr. ptôma), algo acabado y sin futuro (cf. 6,29); no le importa lo que pase con él. Benévolamente, permite que José se lo lleve. No expresa el menor remordimiento por haber mandado crucificar a Jesús (15,15). El único interés de Pilato es asegurarse de que la pena se ha cumplido. El pasaje subraya la realidad de la muerte de Jesús.

LA BIBLIA

Mc 15,43

 llegó José de Arimatea, distinguido consejero que había esperado también él el reinado de Dios, y, armándose de valor, entró a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

Mc señala la llegada de un nuevo personaje (llegó), José de Arimatea presentado con toda clase de detalles, aunque no dice de dónde viene. Este José, que no ha estado presente en el Gólgota durante la crucifixión de Jesús ni el momento de su muerte, conoce, sin embargo, lo que ha sucedido con él y, por eso, pide a Pilato el cuerpo de Jesús.

El personaje es caracterizado, en primer lugar, por su origen, de Arimatea, lugar situado al nordeste de Jerusalén; en segundo lugar, por su alta posición social (distinguido) y su cargo (consejero); en tercer lugar, por su actitud religiosa (había esperado también él el reinado de Dios).

El cargo de "consejero" (gr. bouleutês) lo asimila a los miembros del Sanedrín o Gran Consejo de Jerusalén (15,1: symboulion), pues el epíteto "distinguido" (gr. euskhêmôn) impide considerarlo un consejero local de Arimatea. Era, por tanto, un personaje de cierto relieve en la capital. Es la primera y única vez que Mc da nombre propio a un miembro del Consejo; no especifica a qué categoría pertenece de las tres que lo formaban (sumos sacerdotes, escribas o letrados y ancianos o senadores), sólo señala que es de clase alta (distinguido).

En el juicio de Jesús ante el Consejo, Mc había notado la asistencia de todos los miembros (14,53) y la unanimidad de la sentencia (14,64), afirmaciones que parecen incompatibles con la actitud presente de José. Pero en vez de suponer que en aquellos textos Mc usó hipérboles para subrayar la totalidad, es probable que el evangelista quisiera insinuar que bajo la unanimidad aparente existía un desacuerdo que, dada la presión de la ideología oficial, no se atrevía a salir a la luz.

El hecho de que José de Arimatea estuviera esperando el reinado de Dios lo pone en conexión con Jesús, pues ese era el núcleo de la predicación de éste (1,15). Compartía sin duda la expectativa que la actividad y la predicación de Jesús habían suscitado. No se le llama, sin embargo, discípulo; es un simpatizante o admirador. Con todo, la precisión también él lo pone en la línea del grupo de discípulos: como éstos, esperaba un reinado de Dios concebido a la manera del judaísmo, es decir, el reino mesiánico restaurador de la gloria de Israel.

Este José representa a los judíos de buena voluntad. Evidentemente, en aquella sociedad, además de los enemigos de Jesús -los dirigentes religiosos y la masa arrastrada por ellos- hay gente que aprecia su obra, pero con una expectativa falsa. Han puesto en Jesús sus esperanzas, pero éstas no son las que él propugna. Esta gente, defraudada por la muerte de Jesús, pero convencida de que había sido injusta, le rinde los últimos honores, considerando cerrado el capítulo de su vida.

El texto no especifica el motivo por el que José de Arimatea va a pedir a Pilato el cuerpo de Jesús. No es únicamente por preservar la pureza ritual del día de fiesta, que sería profanada por la presencia de un cadáver, pues, en tal caso, tendría que haber pedido los cuerpos de los tres ajusticiados. Por la misma razón, tampoco lo mueve sólo el deseo de cumplir la prescripción de Dt 21,22-23 que manda enterrar a los ajusticiados en el mismo día de su muerte, antes de que sea de noche. El motivo principal parece ser la estima o la compasión por el crucificado. Había visto en Jesús una esperanza para el pueblo; aunque ésta se ha derrumbado, la labor de Jesús debe ser reconocida y el único modo de hacerlo es, para José, dándole una sepultura digna.

Dar sepultura a los muertos era una obra de misericordia (cf. Tob 2,4.8; 12,12), una muestra de amor  al prójimo, según el mandamiento de la antigua alianza (12,31). Y Jesús no es un muerto cualquiera: para sus discípulos y también para sus admiradores, entre ellos José, había representado la esperanza del reinado de Dios.

José, que va a mostrar su aprecio por un condenado por la autoridad romana como rebelde, tiene que armarse de valor para presentarse ante Pilato, pues su actitud puede acarrearle desagradables consecuencias. Es todo un atrevimiento ir a solicitar al prefecto de Roma el cuerpo de Jesús, un crucificado por motivos políticos (15,26: "El Rey de los judíos"), sin ni siquiera ser pariente suyo.

En un gesto de audacia, entró a ver a Pilato. Estaba prohibido a un judío entrar en casa de paganos, puesto sería causa de impureza y le impediría celebrar la fiesta de precepto (cf. Jn 18,28); pero, como el letrado que consultó a Jesús en el templo (12,28-34), José ha comprendido que amar a Dios y al prójimo está por encima de todas las leyes rituales. Reconoce la injusticia cometida y quiere repararla de alguna manera.

Pide a Pilato el cuerpo de Jesús, el mismo que él ofreció a sus discípulos en la Cena (14,22). Con ese cuerpo va a tener la salvación en sus manos, pero no llega a hacerla suya. El hecho de la muerte le ha ocultado la realidad profunda de ese cuerpo y la vida que en él se esconde. Para José, se trata sólo de un cuerpo muerto injustamente, que merece una honrosa sepultura.

LA BIBLIA

Mc 15,42

 Caída ya la tarde, como era Preparación, es decir, víspera de día de precepto,

Al comienzo del relato de la sepultura de Jesús, ofrece Mc dos nuevas indicaciones temporales: caída ya la tarde y era Preparación. Ésta última, al ser preparación (gr. paraskeuê) un término técnico para designar el "día de los preparativos" que precede al sábado, la Pascua o cualquier otra fiesta religiosa de precepto, viene explicada a continuación (es decir, víspera de día de precepto), en atención a los lectores no judíos. Como es regla general de Mc (cf. 1,32.35; 4,35; 10,30; 13,24; 14,12), cuando utiliza dos expresiones temporales seguidas, la segunda determina o precisa la primera. Según el cómputo judío, puesto que aquí se trata de la víspera de un día de precepto, la expresión caída ya la tarde indica el tiempo que precede a la puesta del sol. Esto hace que, siguiendo el curso de la narración y ateniéndonos al modo como los judíos contaban los días (de ocaso a ocaso), el relato de la sepultura se sitúe al final del día de Pascua, que se abrió en 14,17 con la puesta del sol, y antes del comienzo de un nuevo día (16,1), que según el texto sería también festivo (día de precepto). Como se indicó en el preámbulo a 14,1-2, desde la Cena hasta la sepultura, todo transcurre en Mc en un único día: el de Pascua. Pero se trata, en realidad, de un artificio literario (que responde a motivos teológicos) mediante el cual el evangelista reúne en un solo día acontecimientos que sucedieron en un espacio mayor de tiempo. Es inútil, por tanto, intentar precisar qué "día de precepto" es el que se anuncia aquí.

Como siempre en Mc, el dato temporal "caída la tarde" sitúa la escena y, en particular, a su protagonista, José de Arimatea, bajo el signo de la incomprensión (cf. 1,32; 4,35; 6,47; 14,17).

La preparación de la que aquí se habla, como el texto mismo lo especifica (es decir), se refiere a los preparativos que había que hacer la víspera de un día de precepto, para poder celebrarlo conforme a la Ley. Esto explica la urgencia de José de Arimatea por dar sepultura a Jesús; además, la Ley mandaba sepultar a los ajusticiados antes de la puesta de sol.

LA BIBLIA

lunes, 12 de agosto de 2024

Mc 15,34-41

 

Mc 15,34

Media tarde, lit. «la hora nona». La muerte. Grito de Jesús (Sal 22,2); se renueva su dolor de Getsemaní: el pueblo judío ve en su muerte un fracaso (15,29-32); no descubre en ella la revelación de Dios y va a la ruina. Dios mío, confianza plena (14,36: Abba); Dios ha respetado la libertad de los hombres y éstos no lo reconocen en su debilidad (33-34). Los presentes interpretan mal el grito o se burlan de Jesús; según la doctrina de los letrados (9,11), Elías debía preceder al Mesías y preparar su triunfo; ven o pretenden ver en el grito de Jesús la confesión de su fracaso y el deseo de ser liberado del suplicio. El vinagre, expresión del odio (Sal 69/68,22) (35-36). Nuevo grito de Jesús: la voz y la efusión del Espíritu (verbo expirar, gr. exepneusen), como en el bautismo (1,10s); ahora proceden de Jesús para la humanidad entera (37). La cortina del santuario = la humanidad de Jesús (cf. 14,58: el santuario no hecho por hombres): al morir deja patente (se rasgó, cf. 1,10: «rasgarse el cielo») a Dios en el Hombre (de arriba abajo) (38); el centurión, representante del mundo pagano, descubre a Dios en la muerte de Jesús; Hijo de Dios, cf. 1,1 (39). Las tres mujeres (primera mención en Mc) miran desde lejos (cf. 14,54, de Pedro): no se identifican con la muerte de Jesús. Los hijos de esta María (que no es la madre de Jesús), han sido mencionados en 6,3 como «hermanos» de Jesús. Otras mujeres presentes, pero no los discípulos (40-41). 

Mc 15,40-41

 Había también unas mujeres observando de lejos, entre ellas María la Magdalena, María la de Santiago el Pequeño, la madre de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían prestándole servicio; y además otras muchachas, las que habían subido con él a Jerusalén.

Aparte de todos los personajes, judíos y paganos, que han tenido algún tipo de protagonismo en los acontecimientos de la crucifixión (los soldados, los transeúntes, los sumos sacerdotes y letrados, los compañeros de suplicio de Jesús, el centurión, etc.), como espectadoras de la muerte de Jesús señala Mc dos grupos de mujeres. El primero incluye a cuatro mujeres citadas por su nombre y mencionadas por primera vez en el evangelio: María la Magdalena, María la de Santiago el Pequeño, la madre de José, y Salomé. Las mujeres de este grupo no se acercan a la cruz; contemplan los acontecimientos del Calvario a distancia (observando de lejos), como Pedro había seguido a Jesús cuando éste fue apresado y conducido a juicio (cf. 14,54).

De las cuatro mujeres mencionadas, dos de ellas aparecen sin vínculo familiar alguno (María la Magdalena y Salomé), pero a una se la designa por su lugar de origen (la Magdalena = de Magdala, ciudad en la costa occidental del lago de Galilea, al norte de Tiberíades), mientas que a la otra por su nombre sin más. Las dos mujeres restantes, una con nombre propio (María) y la otra designada por su papel familiar (madre) se citan con el nombre de sus respectivos hijos: María la de Santiago el Pequeño y la madre de José; cada una es madre de un varón (de Santiago, la una; de José, la otra), que pertenece a una nueva generación.

El hijo de la segunda María (Santiago) lleva un nombre griego (Iakôbou) que corresponde al hebreo ya´aqob ("Jacob"), al que acompaña un apelativo, el Pequeño (gr. tou mikrou), cuyo significado obvio sería "el de baja estatura" o "el de corta edad". Sin embargo, ambos significados resultan intrascendentes. Por eso, lo más probable es que el apelativo aluda a "los pequeños" (gr. tôn mikrôn) que han dado su adhesión a Jesús (9,42 Lect.) y sirva para designarlo como un verdadero seguidor de éste.

El hijo de la madre innominada (José) tiene también algo de particular. Mc usa para designarlo una forma helenizada (Iôsês) en lugar de la usual (Iosêph) para traducir el nombre hebreo. De esta manera indica el talante abierto de este hijo.

El evangelista insinúa con estos nombres que esta segunda generación, aunque no afecta a todas las mujeres nombradas (a dos de ellas no se le atribuye descendencia), va a tener un futuro distinto de la primera. Su comportamiento o sus actitudes no serán una mera continuación de la de aquélla.

Antes, mientras Jesús estaba en Galilea, donde, según el relato de Mc, se ha desarrollado la mayor parte de su actividad, las mujeres de este primer grupo lo seguían prestándole servicio. Lo sorprendente es que, hasta este momento, nunca han aparecido en el evangelio mujeres que siguieran a Jesús, ni Jesús expresamente las ha invitado a hacerlo. Además, la clase de seguimiento que se afirma aquí de ellas (prestándole servicio) no tiene paralelo en ningún otro pasaje de Mc. No se trata de colaborar con él en su tarea (como es el caso de "los ángeles" que, en 1,13, "le prestaban servicio", cf. Lect.), ni de la actitud de servicio que ha de caracterizar a los suyos (cf. 10,43-44), sino de un seguimiento que se concibe como atención personal a Jesús, cuando precisamente él mismo rechaza todo servicio a su persona y afirma que su misión, que han de asumir también sus seguidores, es servir a los demás (10,45: "Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir").

Estos datos hacen ver que el modo como este grupo de mujeres interpreta el seguimiento es contrario al que propone Jesús. Han centrado en él todas sus atenciones. Para ellas, Jesús es el líder en torno al cual ha de girar la vida del seguidor, no el modelo cuyas actitudes hay que hacer propias y cuya actividad hay que continuar. No se trata, pues, del verdadero seguimiento, para el que Jesús ha enunciado condiciones bien diferentes (8,34). Lo siguieron a su modo en el pasado (en Galilea), pero en el momento de su muerte no se sienten próximas a él ni identificadas con su destino (observando de lejos). Por eso, más tarde, serán sólo testigos de su sepultura (15,47) y visitantes de su sepulcro (16,1), pero no anunciadoras de su resurrección (16,8).

En el Gólgota, estas mujeres son únicamente espectadoras (observan). En contraste con el centurión, la visión de la muerte de Jesús no provoca en ellas reacción alguna. Su alejamiento de la cruz (de lejos) les impide percibir el significado de esa muerte. Por la distancia, no pueden tener experiencia de la vida que fluye de Jesús.

Hay en el texto una posible alusión a Sal 38/37,12b (LXX: "Los más cercanos a mí se mantienen a distancia"), lo que acentuaría la caracterización negativa de las mujeres de este grupo.

En cambio, el segundo grupo está constituido por otras muchas mujeres, de cuyo origen o actividad en Galilea no se dice nada, pero que han subido con Jesús a Jerusalén, como sucedió con el grupo de seguidores (cf. 10,32s: "los que seguían iban con miedo") que lo acompañó hasta la entrada en la ciudad, alfombrando su camino con mantos y ramas (11,8: "Muchos... otros"). En el Calvario no se dice que se mantengan lejos de la cruz; no estarán presente en la sepultura ni visitarán el sepulcro. Sin duda no consideran definitiva la muerte de Jesús (8,31; 9,31; 10,34) ni la ven como un fracaso absoluto. Estas mujeres son las únicas que han llegado con Jesús hasta el final del camino.

Por estos indicios puede afirmarse que en estos dos grupos refleja Mc las reacciones ante la muerte de Jesús de las dos clases de seguidores suyos que han ido presentando a lo largo del evangelio: por una parte, los seguidores procedentes del judaísmo (los discípulos / los Doce); por otra, los que no proceden de él (que no tienen una denominación fija).

Los primeros, representados por las mujeres del primer grupo, han malentendido el seguimiento y han acabado distanciándose de Jesús. Consideran su muerte como el fin de todas sus esperanzas; serán testigos mudos de su sepultura y, aunque irán al sepulcro a rendir homenaje a su memoria, se asustarán ante el anuncio de la resurrección y, por miedo, lo silenciarán. Mientras Jesús estaba vivo, lo acompañaban y se consideraban sus servidores. Pero, cuando llega el momento decisivo, lo dejaron solo; han sido incapaces de acompañarlo en su muerte y, por eso, no se han acercado a la cruz ni han comprendido su sentido. Para ellos, todo se ha vuelto un enorme e inexplicable fracaso. Sin embargo, la nueva generación formada por los dos hijos que se mencionan en el v. 40, Santiago y José, constituye, para Mc, la esperanza de un cambio futuro en el talante de estos deficientes seguidores.

Los segundos, representados por las mujeres del otro grupo, son en realidad los verdaderos seguidores de Jesús, que han llegado con él hasta el final del camino. Como sus prototipos, la mujer del perfume (14,3), Simón de Cirene (15,21) y el centurión (15,39), se han identificado con la entrega de Jesús, han cargado con su cruz y han captado el sentido de su muerte, reconociendo en ella la verdadera identidad del crucificado.

LA BIBLIA

Mc 15,39

 Al ver el centurión, que estaba presente frente a él, que había expirado de aquel modo, dijo: <<Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios>>.

Mc presenta en el Calvario un nuevo personaje, bien caracterizado: el centurión, es decir, el jefe de una unidad militar de cien hombres. Se trata de un pagano perteneciente al ejército romano que, por su grado en él, estaba al frente del pelotón de ejecución y que, como tal, dirigía o supervisaba todo lo que se hacía con los crucificados.

El participio griego que usa Mc (ho parestêkôs, part. perf. de paristêmi) para indicar la presencia del centurión, traducido por que estaba presente, es el mismo que ha empleado para señalar la presencia de los que, junto a la cruz, se burlan de las palabras de abandono que Jesús dirige a Dios (v. 35: gr. tôn parestêkotôn). Contrapone así la reacción positiva del centurión ante la muerte de Jesús a la crueldad de todos los que en la cruz se han burlado de él.

El centurión está situado frente a Jesús o de cara a él; ha podido observar y darse perfecta cuenta de lo sucedido. Lo que le impresiona es "ver" el modo como ha expirado Jesús. Textualmente, la frase que había expirado de aquel modo hace referencia a la anterior de "lanzando una gran voz, expiró" (v. 37), que describía precisamente cómo murió Jesús. "Ver" que aquel hombre, en el momento de su extremo agotamiento y de su fracaso más rotundo, exhala su espíritu con una voz tan potente que nadie en sus circunstancias sería capaz de emitir, que muere con una energía sobrehumana, es lo que le lleva a descubrir la singularidad de esa muerte y a reconocer en ella la verdadera identidad del crucificado.

El centurión es el único que reacciona positivamente ante la muerte de Jesús. No "ve" en ella sólo la muerte de un ajusticiado, sino que comprende el sentido de ésta. Allí, en la cruz, donde todos cuestionan y ridiculizan la relación del crucificado con Dios, donde aparentemente sólo hay ausencia y negación de Dios, un pagano capta lo que nadie ha captado hasta ahora: que es Jesús el que decide entregar voluntariamente su vida (muerte activa) y el que ofrece con ella el Espíritu de Dios a toda la humanidad. Y esta percepción lo lleva al reconocimiento de la condición divina de Jesús.

Para los judíos, imbuidos de nacionalismo excluyente y encandilados con un mesianismo triunfante, la muerte en la cruz era un fracaso y demostraba la falsedad de las pretensiones de Jesús. Para este pagano, en cambio, esa muerte demuestra que estaba en Jesús la vida de Dios. Los dirigentes judíos, en su burla de Jesús, habían puesto como condición para creer en él verlo bajar de la cruz (15,32), es decir, que realizara un acto portentoso y avasallador, precisamente al "ver" que Jesús muere de esa manera, sin bajar de la cruz, cree; tampoco él esperaba ningún portento, pero ha experimentado el infinito amor.

La confesión de fe del centurión: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios, refrenda las palabras que, en el Jordán, dirigió la voz del cielo a Jesús: "Tú eres mi Hijo" (1,11). Estas últimas describían una experiencia íntima de Jesús; las del centurión, expresadas con plena convicción (Verdaderamente), formulan en alta voz la experiencia interna que le ha proporcionado "la visión" de Jesús en su muerte. "Ve" en Jesús, en primer lugar, su humanidad, al hombre condenado como blasfemo por los dirigentes de Israel y ejecutado como rey de los judíos por el poder romano (este hombre); pero, con su juicio (era Hijo de Dios), el centurión justifica la actuación anterior de Jesús y califica de injusta la sentencia y condena que sobre él se ha pronunciado. Desautoriza así la rotunda negativa que los poderosos de uno y otro signo han dado a Jesús y lo acredita como Hijo de Dios. Es más, con sus palabras, formuladas en pasado (era), lo que Mc quiere subrayar es que la filiación divina de Jesús no sólo se hace patente en su resurrección, cuando alcance su condición gloriosa, sino que debe ser reconocida también en toda su vida terrena, incluida su pasión y muerte.

Es evidente que no hay que interpretar la figura del centurión de manera historicista. Es más bien un personaje representativo de los paganos que llegan a la fe en Jesús. El mismo hecho de que aparezca como jefe de cien hombres, lo presenta como una promesa de la conversión de numerosos paganos. Con la muerte de Jesús, el acceso a Dios está abierto a todos y no a un pueblo privilegiado.

La confesión del centurión resulta así la inesperada respuesta a la angustiada pregunta de Jesús (v. 34: "Dios mío, Dios mío, ¿para qué me has abandonado"). La entrega de Jesús no sucede, pues, en balde; tiene su fruto. Israel, en su conjunto, rechaza al Mesías y se pierde, pero en el resto de la humanidad habrá quienes, como el centurión, perciban y comprendan el amor sin límite de Jesús en la cruz y la presencia de Dios en él. Con las palabras del centurión insinúa Mc que serán los paganos quienes interpreten correctamente la muerte de Jesús, viendo en ella la suprema manifestación del amor de Dios.

LA BIBLIA

APÉNDICES - MARCOS

El final abrupto de Mc y la omisión de toda aparición del Resucitado a sus discípulos dio pie, ya en el siglo II, a la adición de apéndices ...