lunes, 17 de junio de 2024

Mc 13,34b

 <<y en especial al portero le mandó mantenerse despierto>>.

El portero está presentado como una figura individual, pero la recomendación que se le hace, mantenerse despierto, se extiende inmediatamente al grupo de discípulos (v. 35: "manteneos despiertos") y, más tarde, a todos los seguidores de Jesús (v. 37: "a todos"). Es, pues, la figura representativa de todos "los siervos", en cuanto asigna a todos una función común en medio de la diversidad de tareas. La función común a todos está indicada por la relación del término "portero" con la expresión "a las puertas" en la unidad anterior (13,29); es decir, tiene que ver con la entrada de los paganos en el Reino. Esta finalidad ha de estar presente en la tarea de cada miembro de la comunidad.

El verbo "mandar" (le mandó) ha aparecido en Mc solamente una vez, referido a un mandamiento o precepto dado por Moisés (10,3: "¿Qué os mandó Moisés?"). El sentido del mandamiento está explicitado a continuación (10,5: "os escribió Moisés el mandamiento ese").

En nuestro pasaje, el verbo "mandar", que equivale a "imponer un mandamiento", señala el mandamiento de Jesús, como contradistinto del mandamiento de Moisés (10,3.5) y de los mandamientos de Dios en la antigua alianza (7,8-9; 10,19; 12,28-31). Aparece así Jesús, en la época definitiva, tomando el puesto del legislador humano y del divino: es la figura del Hombre-Dios.

El contenido del mandamiento consiste en mantenerse despierto. El verbo "ahuyentar el sueño", usado antes (v. 33), acentuaba el aspecto de evitar la desidia y la falta de interés por la actividad. "Mantenerse despierto", subraya, en cambio, el aspecto positivo, fomentar un estado de expectativa o espera ("en tensión hacia"), tener en acto la capacidad de acción.

Siendo la única vez que figura Jesús como sujeto del verbo "mandar" en este evangelio, el "mantenerse despierto" constituye, según Mc, su único mandamiento. Es el eje alrededor del cual giran los dos miembros de la analogía (v. 34; vv. 35-36). El mandamiento es el centro de la unidad.

La expresión mantenerse despierto se encuentra seis veces en el evangelio, tres en esta unidad (vv. 34.35a.37), las otras tres en la escena de Getsemaní (14,34.37.38). El cotejo de los dos pasajes da su sentido pleno. Dado que el discurso es pronunciado por Jesús glorioso, es decir, después de la experiencia de su pasión y muerte, el mantenerse despierto aquí incluye el sentido que la expresión tiene en Getsemaní.

Directamente, mantenerse despiertos significa estar continuamente dispuesto a la tarea, cuyo núcleo común es la proclamación del mensaje de Jesús a todas las naciones (13,10). Pero la conexión con Getsemaní subraya la disposición a afrontar la persecución e incluso una muerte sin gloria con tal de cumplir el designio del Padre (14,36). El mandamiento expresa, por tanto, la coherencia en el seguimiento de Jesús hasta el final. No es una formulación seca y austera; supone haber recibido la "autoridad", es decir, la presencia del Espíritu en ellos, la fuerza del amor divino, que los vincula a Jesús. Es de su identificación con él y con su amor a la humanidad de donde nace la disposición a la entrega y el desafío de las dificultades.

El encargo al portero de mantenerse despierto, "mandamiento" que da Jesús a los suyos, orienta, por tanto, su expectativa y el campo de su acción, de modo que su actividad tienda a facilitar la entrada de los paganos en el Reino, sin echarse atrás ante la persecución ni incluso la muerte (cf. 13,9-13). Por mucho que cueste, todos han de estar dispuestos a abrir el mensaje de Jesús y las puertas de la nueva comunidad a los paganos (cf. 13,29: "a las puertas").

LA BIBLIA

domingo, 16 de junio de 2024

Mc 13,34a

<<Es como un hombre que se marchó de su país: dejó su casa, dio a los siervos su autoridad -a cada uno su tarea->>...

Jesús comienza una analogía: Es como un hombre que se marchó de su país, que tiene conexiones en el evangelio. Es claro el nexo de este texto con la parábola de los viñadores (12,1-9): mención de un hombre (12,1); correspondencia de se marchó de su país con 12,1: la mención del momento (12,2: "a su tiempo"), la de los siervos (12,2.4) y la relación de el Señor de la casa con "el dueño/señor de la viña" (12,8). Además, los malos tratos a los "siervos" en la parábola enlazan con el contexto de persecución, implícito en el término "momento/hora".

Aparecen igualmente ciertas conexiones con la primera parábola del Reino (4,26-29), donde, en primer lugar, se habla también de "un hombre"; en segundo lugar, la expresión de la parábola "sin que él sepa cómo" (4,17), recuerda el "no sabéis cuándo va a ser el momento" (v. 33); por último, el momento (que será el de la sazón del fruto) está en relación con "el fruto que se entrega" de la parábola (4,29).

Puede decirse, por tanto, que, por estas relaciones, en la analogía de vv. 34-36 se trata del reinado de Dios: por la conexión con 4,26-29, en cuanto ese reinado, a nivel individual, significa la entrega de la persona (4,29), y, por la conexión con la parábola de los viñadores, en cuanto, a nivel social, va a ser transferido a los paganos (12,9).

... dejó su casa. El término casa/hogar (gr. oikia) denota en Mc un ambiente de relación personal; añade el simple "casa/local" (gr. oikos) el rasgo de vinculación entre sus moradores, dominando así el sentido de hogar/familia. La casa/hogar de Jesús (cf. 2,15; 9,33b; 10,10) representa la nueva comunidad, compuesta por los dos grupos de seguidores, los discípulos, que proceden del judaísmo, y los otros, que no proceden de él. Esta mención de su casa tendrá un paralelo en la denominación "el señor de la casa" (v. 35a).

En cuanto nueva familia (3,35) la casa/hogar de Jesús, comunidad universal, trasciende y sustituye a "la casa de Israel", comunidad étnica; en cuanto lugar de la presencia de Jesús, sustituye al templo (cf. 11,17).

La sucesión de formas verbales crea en este pasaje una incongruencia  narrativa. En efecto, respecto al verbo dejó (gr. participio apheis), las formas dio (gr. participio dous) y mandó (v. 34b) están en relación de posterioridad inmediata, y esto produce una aparente falta de lógica, pues la acción de "marcharse" (dejó su casa) debería seguir a las de "dar" y "mandar". Como de ordinario, este "obstáculo" en la narración es un recurso del autor para señalar el sentido teológico del pasaje.

De hecho, dado el sentido figurado de "la casa", que representa a la comunidad, "dejar su casa" significa "separarse de los suyos". El pasaje expone, pues, el aspecto voluntario de la muerte de Jesús, en sentido complementario al expuesto en 2,20: "llegará un día en que les arrebaten al esposo". La metáfora usada, "marcharse de su país", es muy apta para figurar la muerte. La separación local connota la invisibilidad y la ausencia de acción directa, como se explicita a continuación: la actividad queda confiada a los "siervos". Jesús se separa de los suyos y les deja la responsabilidad de la misión futura.

El término siervo (gr. doulos) ha aparecido una vez aplicado a los miembros de la comunidad de Jesús: "el que quiera entre vosotros ser primero, ha de ser siervo de todos" (10,44). Se encuentra en oposición a "los que figuran como jefes de las naciones" y "a sus grandes" (10,42). En este contexto de pueblos paganos, designa a los seguidores de Jesús como a los que se ponen voluntariamente junto a los que sufren la opresión de los poderosos, renunciando a toda clase de dominio; su misión será rescatar a todos los tiranizados por los gobernadores de cualquier país (cf. 10,44.45).

Teniendo en cuenta este dato, hay que concluir que en nuestro pasaje, "los siervos" no lo son de Jesús, representado por el hombre que deja su casa, sino, como en 10,44, "de todos". Por lo demás, en la lógica de Mc, el texto de 10,45: "no he venido para ser servido", que se refiere a los miembros de su comunidad, excluye que pueda hablarse de "sus siervos". Son los enviados de Jesús (cf. 12,2-5: enviados de Dios) a todas las naciones.

La analogía continúa, pues, en forma figurada, el tema de la misión universal. El término "siervos" introduce por su parte, un nuevo concepto, el de "servicio", que será desarrollado a continuación.

La autoridad o "capacidad" (gr. exousia) que Jesús comunica a los siervos es la suya propia, la del Hijo del hombre. En 2,10 (el paralítico) concierne ante todo a la liberación de un pasado de injusticia (el perdón de los pecados); pero, al mismo tiempo, la ejerce Jesús para comunicar vida, para abrir un futuro (2,11-12). Por otra parte, el término aparece cuatro veces en 11,28-33m denotando la autoridad de Jesús para denunciar públicamente la corrupción del templo y sus dirigentes. Los terrenos en que se ejerce la autoridad de Jesús son, pues, el perdón de los pecados, comunicando vida al que tiene fe (2,5.10.12), y la actividad de denuncia (11,28ss). Confiere además autoridad a los discípulos sobre los espíritus inmundo (6,7), es decir, sobre los fanatismos ocultos que impiden la aceptación del mensaje.

El texto de 2,10 hace ver que la "autoridad" compete a Jesús en cuanto es "el Hijo del hombre", es decir, el portador del Espíritu (1,11), la fuerza del amor del Padre. Dar a "los siervos" su propia autoridad significa comunicarles el Espíritu que él posee (cf. 1,8). Es una capacitación, análoga a la suya, para realizar la actividad propia de cada uno (a cada uno su tarea).

Esta tarea personal ha de seguir la línea de la "autoridad" de Jesús, es decir, liberar al ser humano de su pasado de injusticia y comunicarle vida. Ésa es la tarea propia de la condición de "siervos" y en ella ha de consistir su servicio universal (10,44: "siervo de todos"), aunque con diferentes modalidades, en cuanto el servicio pertenece a la decisión de la persona, cae bajo su responsabilidad y ha de llevarse a cabo según el modo personal de cada uno. Común es, pues, la capacitación; individual la realización. Todos participan del Espíritu de Jesús y cada uno es responsable de su actividad. El don de la "autoridad" significa, por tanto, una transferencia de responsabilidad: la acción que Jesús ha llevado a cabo en la tierra ha de ser continuada por los suyos.

También la relación de la "autoridad" con el Espíritu resuelve la aparente falta de lógica narrativa a la que se aludió antes: el don del Espíritu es efecto de la muerte de Jesús (15,37); de ahí que en la analogía se mencione la marcha al extranjero (figura de su muerte) antes que el don de la autoridad a los siervos y el mandato al portero.

LA BIBLIA

Mc 13,33

 <<¡Andaos con cuidado, ahuyentad el sueño, que no sabéis cuándo va a ser el momento!>>

En lo que toca a los discípulos empieza Jesús exhortándolos a evitar un peligro (Andaos con cuidado). Deben prestar atención a sí mismos (cf. 13,9), para "ahuyentar el sueño". La expresión es metafórica. "Dormirse", "estar dormido", "ceder al sueño" significa despreocuparse de las circunstancias y renunciar a la actividad. Ese es el peligro que han de evitar,.. En una sociedad tan insegura, donde el odio está activo (13,13), el desconocimiento del momento de la prueba exige vigilancia. El fin ha de ser acogido con plena consciencia y voluntariedad, como el complemento de la actitud vital.

La ignorancia sobre el cuándo, indica aquí y en el v. 35 ("no sabéis"), no se refiere ya a los sucesos de la destrucción de Jerusalén y del templo, que habían de tener lugar en aquella generación (13,30), sino "al día y a la hora", representados en orden inverso por las expresiones el momento (v. 33) o "la llegada del señor de la casa" (v. 35).

Aparece en este pasaje una serie de términos o frases cuyo sentido hay que precisar, para poder captar enteramente el significado.

El término gr. kairos (aquí "momento") aparece en Mc cinco veces, siempre en singular con artículo. Analizando los diversos pasajes se constatan dos acepciones: una designa un período de tiempo (1,15; 10,30; 11,13); otra señala momentos determinados, entre ellos, el de la sazón del fruto (12,2; 13,33). Ha habido un período productivo para Israel (1,15; 11,13) y comienza otro para la nueva comunidad (10,30: "entre persecuciones"), en el que se inserta "la hora" mencionada en v. 32.

LA BIBLIA

Mc 13,32

 <<En cambio, lo referente al día aquel o a la hora, a nadie compete, ni siquiera a los ángeles del cielo ni al Hijo, únicamente al Padre>>.

El dicho inicial introduce el tema de la competencia sobre el día y la hora, cuyas consecuencias se desarrollan en el resto de la unidad.

El pasaje no habla de un mero saber (gr. oida), sino de un saber que está en función de un actuar (gr. oida peri). Tampoco dice que el día y la hora estén fijados por el Padre. Afirma, en cambio, que sólo al Padre compete el asunto de "aquel día o aquella hora", que a él está reservado el actuar cuando llegue el momento.

La expresión "el día aquel" se encuentra cuatro veces en Mc. En 2,20 (episodio del ayuno) está referido a la muerte de Jesús, que connota su exaltación. En 4,35 (episodio de la tempestad) señala que la misión entre los paganos es consecuencia de esa muerte-exaltación. En 14,25 (la eucaristía) señala un término a partir del cual Jesús, en el reino de Dios, beberá el nuevo producto de la vid. En nuestro pasaje, en cambio, "el día" no se refiere a Jesús, quien, en el discurso, habla desde su estado glorioso acerca de un acontecimiento futuro.

Según esto, en tres de los cuatro casos en que aparece, la fórmula "el día aquel" se refiere a la muerte-exaltación de Jesús, de la que se deriva tanto la misión entre los paganos como la producción del vino nuevo. En el caso restante, el de nuestro texto, la fórmula tiene, sin duda alguna, un significado análogo; ahora bien, si este día, por situarse en el futuro, no se refiere ya a Jesús, ha de referirse a sus seguidores, cuyo destino es semejante al suyo. Significa, por tanto, la muerte-exaltación de los seguidores de Jesús que han llevado a cabo su entrega (13,26). Compartiendo el destino de Jesús, representa, para cada uno de ellos, el desenlace glorioso de su actividad, que cierra el ciclo de la misión encomendada.

La partícula disyuntiva "o" distingue "el día" de "la hora" impidiendo considerar a esta última como una concreción del primero. Lo mismo que "el día aquel", también "aquella hora" tiene relación con la historia de Jesús: es precisamente la entrega que lo lleva a la muerte la que se designa como "la hora" (14,35.41). Coincide este sentido con el de "aquella hora" en la primera parte del discurso (13,11); allí se trataba del momento de la comparecencia de los discípulos ante el tribunal, el de la prueba final, en la que el seguidor de Jesús deberá ser constante hasta el fin (13,13). En nuestro pasaje, "aquella hora" designa, por tanto, el momento en que los seguidores se ven perseguidos, con probabilidad de muerte.

Las expresiones son, pues, complementarias: "aquella hora" connota la pasión/muerte del discípulo; "el día aquel" su reivindicación/vida. Por la constancia hasta el fin (13,13), "la hora" de la prueba culmina en "el día" de la salvación, el de la llegada del Hijo del hombre(13,26).

En este pasaje se menciona primero el aspecto gozoso ("el día aquel"), que es el definitivo; luego, el doloroso ("la hora"), transitorio. La diferente duración denotada por cada término simboliza también su respectivo carácter ("hora", lapso breve; "día" comparativamente mucho más largo). Además, la expresión "el día aquel" parece aludir al texto de Zac 14,6-7, donde se habla de "el día aquel conocido solamente por el Señor". Ahora bien, según el profeta, "ese día será único, sin distinción de noche y día, porque al atardecer seguirá habiendo luz". Se trata, pues, del día que no tiene fin.

Para comprender la razón de que el día y la hora estén bajo la competencia del Padre hay que examinar previamente el uso en este pasaje del apelativo "el Padre",  en lugar de los términos "Dios" o "Señor" que han aparecido anteriormente (13,19.20).

En nuestro pasaje, el término "el Padre" aparece por tercera vez en el evangelio. La primera vez está determinado como el Padre del Hijo del hombre (8,38); la segunda vez, como el Padre de los discípulos (11,25); esta tercera vez, se le llama solamente "el Padre": incluye así ambos términos, al Hijo (v. 32b), que pronuncia el discurso, y a los discípulos, a quienes se dirige. La cuarta vez lo usará Jesús en su oración en Getsemaní (14,36).

Hay además dos textos donde se connota la paternidad de Dios. En ellos una voz del cielo o de la nube llama a Jesús "su Hijo" (1,11; 9,7). En ambos casos se explicita el amor del Padre al Hijo ("el amado"), amor que tiene su expresión en la bajada del Espíritu sobre Jesús (1,10) o su permanencia en él (9,7). Según esto, al llamar a Dios el Padre de los discípulos, se da por supuesto que también ellos son objeto del amor del Padre y que han recibido el Espíritu (1,8).

La competencia del Padre respecto al día y a la hora connota, por tanto, su amor por los discípulos y su relación paterno-filial con ellos.

Como la llegada misma del Hijo del hombre (13,26), "el día aquel" no es un acontecimiento único sino iterado. El "fin" esperado por los discípulos, el de la salvación sociológica por obra de un Mesías apoyado por Dios, que, ligado a la destrucción de Jerusalén, modificaría portentosamente el rumbo de la historia, se cambia por el "fin" individual, que se va verificando en la historia para cada seguidor, como desenlace de su entrega personal. Así va teniendo lugar la constitución definitiva de la humanidad nueva; ésta se va congregando más allá de la muerte, que desemboca para cada uno en la salvación definitiva. No es importante conocer el momento, sino saber que está en manos del Padre. Han de fiarse de su amor.

Este dicho no está aislado en el evangelio. La exclusiva competencia del Padre respecto a los sucesos del día y de la hora recoge el contenido de la cita del Sal 11/109,1 en la controversia tenida en el templo sobre el papel del Mesías (12,36). En aquella cita incluía Mc una frase, "mientras hago de tus enemigos estrado de tus pies", que no se utilizó en la controversia, pero que sienta la base para la unidad II/B de este discurso (13,24-27), donde, con imágenes cósmicas, se anuncia la caída de los regímenes opresores y la llegada gloriosa del Hijo del hombre.

En el texto del salmo, la derrota de los enemigos del Mesías se atribuye a Dios mismo. En paralelo con esta formulación simbólica está la atribución al Padre de la competencia en "la hora", momento de la persecución y juicio de los discípulos, y en "el día", momento de la caída de los enemigos del Hijo del hombre y de la salvación definitiva de los seguidores de éste.

Aparece así en el discurso la tercera denominación divina: "el Padre". El término "Dios" lo denota como Creador y Dios de la humanidad entera (13,19); "Señor" (= Yahvé) como el Dios de Israel (13,20); "el Padre" lo caracteriza como el Dios de la nueva humanidad, cuyos miembros son "los hijos" (11,25).

Los dos términos que se encuentran contrapuestos al de "Padre" son "los ángeles del cielo" y "el Hijo". La enumeración es climática y el término principal es el segundo.

Los ángeles pertenecen al mundo divino (del cielo), que aparece constituido en este pasaje por el Padre, el Hijo y "los ángeles". Como se ha visto, los ángeles celestes son en Mc una figura para designar a los resucitados (13,27 Lect.).

El término "el Hijo", por estar en correlación con "el Padre", designa al "Hijo de Dios" (1,1.11; 9,7; 15,39); pero, al mismo tiempo, al "Hijo del hombre", de quien se dice explícitamente que Dios es su Padre (8,38).

A nadie compete actuar más que al Padre, con su amor hacia los discípulos, sus hijos (11,25); él desplegará su actividad en esos momentos cruciales. En "la hora", dando a cada uno la ayuda del Espíritu para que esté a la altura de la circunstancia y tenga las palabras adecuadas a la situación (13,11); en "el día aquel", con la llegada del Hijo del hombre, portador de la fuerza de la vida (13,36), ésta superará la muerte, y serán reunidos en la etapa final del Reino. Será el Padre quien reivindique al Hijo y a los suyos ante los perseguidores (cf. 12,36).

LA BIBLIA

viernes, 14 de junio de 2024

Mc 13,28-31

 

Mc 13,28a

Mc 13,31

 <<El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán>>.

Este dicho lapidario confirma la certeza profética de la predicción anterior: la promesa del reinado universal de Dios es más segura que la continuación del universo.

LA BIBLIA

Mc 13,30

 <<Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo eso se cumpla>>.

Este dicho solemne (Os aseguro) es el centro de la unidad. El término generación ha aparecido cuatro veces en Mc, siempre con sentido peyorativo (en 8,,12bis se refiere al grupo fariseo que pide una señal, en cuanto representativo de los de la sociedad judía de su tiempo; en 8,38, la generación es llamada por Jesús "idólatra [lit. "adúltera"] y pecadora", en 9,19, "sin fe"). El cotejo de los diversos pasajes muestra que la generación o sociedad judía descrita en el evangelio está imbuida en su conjunto por la escala de valores sostenida por los fariseos.

En nuestro pasaje, por tanto, esta generación es la que mantiene los ideales de victoria y restauración nacionalista y la esperanza de un mesías triunfador que habría de dar a Israel la hegemonía sobre los pueblos paganos. Es la que va a ser testigo de la ruina de la nación.

Pero, además, esa expresión se usa en el AT en contextos particulares: en Gn 7,1 designa la impía generación del diluvio, de la que sólo se salvó Noé con su familia; en Dt 32,5.20, la generación calificada de "malvada, pervertida, depravada"; fue la primera generación del Éxodo, de la que pocos entraron en la tierra prometida (cf. Sal 95/94,10). En el judaísmo se hablaba de la generación de Henoc, de la del diluvio, de la del Éxodo, de la de la dispersión, siempre asociándolas a la infidelidad.

Atendiendo a los adjetivos que Mc aplica a "esta generación" (8,38; 9,19), se aprecia que sus expresiones tienen como trasfondo las del AT. Es la generación del segundo Éxodo, el del Mesías, que se comporta como la del primero; la que debía haber visto el cumplimiento de las promesas, pero que rechaza la oferta de salvación. Esta generación pasará, como las otras, pero con una diferencia: su infidelidad es definitiva; por ello, Israel deja de ser el pueblo elegido y se condena a la ruina.

La expresión todo eso / todas esas cosas recapitula todo lo dicho sobre la destrucción del templo tanto en la pregunta inicial (13,4: "esas cosas", "eso... todo") como en la primera unidad de cada parte (13,8: "eso es el principio de los dolores"; 13,23: "os lo he predicho todo"; 13,30: "todo eso"). Lo que se va a cumplir dentro de la misma generación incluye tanto la ruina de Jerusalén como la entrada de los paganos en el Reino.

Existe un claro paralelo entre este pasaje y el de 9,1:

13,30: a) "Os aseguro

           b) que no pasará esta generación

           c) antes que todo eso se cumpla".

9,1:     a´) "Os aseguro

           b´) que algunos de los aquí presentes no morirán

           c´) sin haber visto que el reinado de Dios ha llegado ya con fuerza".

En estos dos pasajes, las frases b) y b´) tienen un contenido equivalente.

La identidad de la introducción ("Os aseguro") y la equivalencia de las frases b) b´) llevan a preguntarse si el inciso final, c´) "sin haber visto que el reinado de Dios ha llegado ya con fuerza" no es a su vez equivalente de c) "antes que todo eso se cumpla".

Según el significado de los versículos anteriores, la respuesta es afirmativa. Lo que "está cerca, a las puertas" (v. 29) es la entrada de los paganos en el reino de Dios, y este suceso es el que se llama en c) "la llegada del reinado de Dios con fuerza" (9,1 Lect.). La precisión "con fuerza", muestra que, según Mc, el reinado de Dios existe antes de la afluencia de los paganos; de hecho, según la segunda parábola del Reino (4,30-32), se va desarrollando, según la segunda parábola del Reino (4,30-32), se va desarrollando, como la mostaza, a partir de un principio minúsculo.

Por otra parte, "con fuerza" significa "desplegando su potencia de vida" (cf. 13,26 Lect.), y es este hecho el que lo hace perceptible (9,1: "sin haber visto"). Corresponde este momento al descrito en la parábola de la mostaza como "echar ramas grandes" (4,32), a cuya sombra anidan los pájaros, figura de los pueblos paganos.

Las formulaciones contenidas en c) y c´) son equivalentes, pero no idénticas. En 9,1, dicho pronunciado ante un auditorio compuestos por los dos grupos (discípulos y otros seguidores, cf. 8,34), se considera únicamente el aspecto positivo, omitiendo toda alusión a la ruina de la nación judía. En 13,30, en cambio, dirigido exclusivamente al grupo de discípulos, la expresión "todo eso" incluye los dos aspectos, el negativo (ruina) y el positivo (extensión del Reino a los paganos).

LA BIBLIA

Mc 13,29

 <<Así también vosotros: Cuando veáis que esas cosas están sucediendo, sabed que está cerca, a las puertas>>.

En este contexto, la fórmula así también vosotros implica de nuevo la incomprensión de los discípulos (cf. 7,18) y les advierte que han de adquirir el conocimiento que otros ya posee. Los seguidores que no proceden del judaísmo han comprendido ya el aspecto positivo del desastre que se avecina. Del mismo modo deben comprenderlo ellos. En paralelo con la destrucción se sugiere una esperanza, aunque ésta no coincida con la restauración de Israel que los discípulos anhelaban. La ruina de Israel como nación es inevitable, pero, como lo indicaba la parábola de los viñadores, va a llegar la salvación a todos los pueblos. Los discípulos han de pasar de una solidaridad étnica a otra universal.

La construcción cuando veáis conecta esta unidad con 13,14 ("Cuando veáis") e, indirectamente, con la pregunta (13,4: "cuando esto esté...") y con 13,7 ("cuando oigáis estruendo de batallas"). Es decir, lo que va a estar sucediendo son las batallas, terremotos, hambres (13,7), que describían la invasión de Palestina por el ejército romano, invasión que había de culminar con la destrucción del templo; en otras palabras, corresponde a "la gran angustia" (13,14-23). Pero, como acaba de verse, cambia el punto de vista: mientras en 13,14: "cuando veáis" introduce el desastre inminente, aquí anuncia una cosecha próxima.

La expresión está cerca, a las puertas insiste en la inminencia del acontecimiento favorable, que está en relación con el reinado de Dios (cf. 1,15: "el reinado de Dios está cerca").

La señal dada por la higuera y su paralelo en los sucesos futuros constituyen la introducción al dicho central, para referirlo sin ambigüedades a los desastres anunciados en 13,14ss, pero mostrando al mismo tiempo su carácter positivo. De este modo, antes de precisar el momento en que va a suceder la ruina, Jesús pretende ampliar la perspectiva de los discípulos, haciéndoles comprender que el desastre del pueblo judío deja paso a un horizonte de esperanza para la humanidad.

LA BIBLIA

Mc 13,28b

 <<Cuando ya sus ramas se ponen tiernas y echa las hojas, sabéis que el verano está cerca>>.

Se describe en primer lugar un hecho de experiencia: cuando ya sus ramas, etc. En esta constatación aparentemente simple, Mc introduce varios elementos que aluden a otros pasajes del evangelio. Así, el término ramas ha aparecido solamente en la segunda parábola del Reino (4,32: "echa ramas grandes"), hablando de su universalidad, es decir, de la extensión del Reino a los pueblos paganos. En cambio, el término las hojas alude otra vez al episodio de la higuera seca (11,13). El texto establece con insistencia el vínculo entre esta unidad y la destrucción del templo.

Por otra parte, el verano es la estación de la cosecha y, por tanto, de la abundancia y la alegría (Sal 126/125,5: "cosecharán con alegría"; cf. Is 9,2). La mención del verano (gr. theros) alude así a un horizonte gozoso. Más en concreto, ha de relacionarse con la cosecha (gr. therismos) mencionada en la segunda parábola del Reino (4,29: "la cosecha está ahí"), donde "cosecha" es un colectivo que engloba los frutos individuales, imagen de los hombres nuevos, resultado de la potencia de la semilla-mensaje (4,27) y de la fecundidad de la tierra-hombre (4,28 Lect.).

La alegría connotada por "el verano" se refiere, pues, a una cosecha de hombres, que comenzarán a aceptar en gran número el mensaje de Jesús. La alusión del texto a Jl 4,10.13, hace ver que se trata de paganos. La ruina de la nación judía señalará el momento para ello. Se producirá fruto, pero no en ese pueblo, arrastrado por instituciones que no han cumplido su cometido y están destinadas a desaparecer: el reinado de Dios será transferido a otros (12,9).

Aparece así el contenido que encierra esta frase y que da la temática de la entera unidad: la ruina de la nación judía (acontecimiento calamitoso) anuncia la extensión del reinado de Dios a los pueblos paganos (acontecimiento gozoso).

LA BIBLIA

Mc 13,28a

 <<De la higuera, aprended el sentido de la parábola>>.

La frase inicial introduce de nuevo el discurso directo en segunda persona (aprended). Se crea así una ruptura con la unidad anterior (II/B: vv. 24-27) para enlazar con 13,23: "Y vosotros, cuidado: os lo he predicho todo".

El término <<higuera>> se ha encontrado únicamente en 11,13.20.21, al describir el dicho de Jesús al árbol, figura del templo/institución judía, suntuosa pero estéril. Con aquel gesto, Jesús anunciaba su destrucción. De este modo, la mención de la higuera vuelve a situar al lector en la temática de la destrucción del templo y de la ruina de la nación; se conecta así esta unidad con "la gran angustia" descrita en la parte anterior (13,14-23).

Un hecho observable en la higuera debe enseñar algo a los discípulos (aprended) acerca de una parábola. Ahora bien, siempre que en Mc ha aparecido el singular articulado "la parábola" (gr. tên parabolên) se aludía a una parábola expuesta antes. Hay que concluir que también en este pasaje se verifica este hecho: la parábola cuyo sentido han de comprender los discípulos no es el paralelo que sigue entre lo que sucede con la higuera en verano y los acontecimientos futuros, sino una parábola pronunciada anteriormente. La higuera no ofrece la parábola, sino la clave para interpretarla.

 Para determinar de qué parábola se trata, hay que atender a los indicios que proporciona el contexto. Como se ha notado, la mención de la higuera ha enlazado esta unidad con los episodios del templo y la predicción de su fin. Por tanto, la parábola a la que Mc remite ha de ser la única pronunciada en el templo, la de los viñadores (12,1-9), donde precisamente se anunciaba el fin de la institución judía (12,9a: "Irá a acabar con esos labradores"). Nada tiene de extraño que Mc aluda aquí a esta parábola, cuando su versículo final resume el tema que se desarrolla en este discurso.

Así pues, según la frase inicial, los discípulos tienen que aprender de la higuera algo más acerca de la parábola de los viñadores. Esto significa que la exposición precedente del desastre judío no ha agotado su sentido; de hecho, queda por explicar la última frase: "y dará la viña a otros" (12,9b). Según la parábola, la ruina de la nación judía comporta la transferencia del reinado de Dios a otros pueblos. Esta introducción va a proporcionar, pues, un nuevo punto de vista.

LA BIBLIA

miércoles, 12 de junio de 2024

Mc 13,24-27

 

Mc 13,24a

Mc 13,27

 <<y entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, del confín de la tierra al confín del cielo>>.

La locución temporal y entonces, paralela a la del v. 26, indica simultaneidad con ella o inmediata sucesión. La llegada del Hijo del hombre no presenta rasgo alguno de violencia o castigo. El Hijo del hombre no llega como juez ni su actividad afecta a la humanidad entera. Es más, ni siquiera interviene en la historia humana; la labor en la historia corresponde ahora a los suyos (13,10); su único objetivo es reunir a sus elegidos.

Los testigos de la llegada (los poderes opresores) (v. 26) y los beneficiarios de la reunión (los elegidos) están correlacionados: son los perseguidores y los perseguidos, los que han dado muerte y los que la han sufrido. Los primeros percibirán en su misma ruina el triunfo del Hijo del hombre; los elegidos, la vida de la que es portador. La llegada visible representa la reivindicación de los perseguidos ante los perseguidores; la reunión de los elegidos, la permanencia de la vida y la incorporación de los perseguidos al reino definitivo.

El triunfo es perceptible, pues corresponde a la caída de los poderes; la reunión de los elegidos, en cambio, no lo es y, según eso, no se mencionan espectadores. Hay, pues, manifestación y, al mismo tiempo, actividad oculta, indicando dos planos de realidad.

No hay mención de los ángeles en la escena de la llegada (al contrario en 8,38). Sólo se habla de ellos en la escena de la reunión, donde aparecen de improviso. Nueva muestra del carácter figurado de las escenas descritas.

Ya se ha visto en el evangelio la identificación de ángeles con hombres y la equiparación a "ángeles" de los que han obtenido la resurrección (12,25). Es una manera de designar a los seguidores de Jesús que han llegado a la meta (cf. 8,38 Lect.). El envío de los ángeles está en paralelo con el envío de los discípulos en el cuerpo del evangelio (cf. 3,14; 6,7; 11,1; 14,13). Reunir a los elegidos es, por tanto, la última misión de los seguidores de Jesús: los que le ayudaron a realizar su obra le ayudan a recoger el fruto. Como la llegada del Hijo del hombre, también esta reunión tendrá lugar cada vez que se verifique <<la caída de las estrellas>>.

El verbo "reunir" (gr. episynagô), usado aquí por Mc, es el que el AT emplea, normalmente, para referirse a la reunión de las naciones paganas (cf. Mq 4,11; Hab 2,5; Zac 12,3; 14,2; Dn 3,2 LXX). Aunque Mc no alude a textos particulares del AT no hay duda de que, siguiendo el uso casi constante de los profetas, asocia "reunir" con "las naciones". Traslada, pues, el tema de la reunión de Israel a la reunión de hombres de cualquier procedencia.

Se trata, por tanto, de congregar en el lugar donde se encuentra el Hijo del hombre a los que estaban dispersos. La misión de los "ángeles" es, pues, una obra de integración en la comunidad definitiva, cuyo centro es el Hijo del hombre en su realeza y condición divina.

"Los elegidos" que son reunidos en este pasaje no se identifican con los de 13,20.22. Aquellos eran los elegidos de Yahvé, los que se habían mantenido fieles a la alianza mosaica; habitaban en Judea, y sufrían la invasión romana. Ahora se trata de los elegidos del Hijo del hombre, es decir, de los hombres de cualquier nación que han recibido el evangelio proclamado a todas las naciones (13,10) y han sido fieles al mensaje de Jesús, los que lo han proclamado y a los que lo han aceptado y hecho suyo en cualquier lugar del mundo. Son los que han aceptado "el trago/la copa" (cf. 10,38), es decir, los que han resistido hasta el fin (13,13). Son la nueva humanidad.

Los que han dado la vida la encuentran en la llegada del Hijo del hombre, expresión del amor del Padre y suyo. La reunión de los elegidos es el término de su salvación. Se va constituyendo "el fin" o estado utópico, la fase definitiva del Reino, más allá de la historia.

No se menciona la resurrección de los elegidos antes de su reunión; se habla de ellos, sin embargo, como de hombres vivos. En contexto de mundo pagano, Jesús no utiliza el término "resurrección", perteneciente a la cultura judía; expresa la misma realidad afirmando simplemente la continuidad de la vida.

La expresión de los cuatro vientos (cf. Dt 28.64; 30,4), es decir, de los cuatro puntos cardinales, denota la extensión de la tierra entera. La expresión de Mc se encuentra en Zac 2,10, a propósito de la reunión de Israel que huye de Babilonia. En Mc se aplica a los nuevos elegidos, a los seguidores de todas las naciones. Esta reunión corresponde a los lugares dispersos donde se ha proclamado la buena noticia. Desde todas partes se realiza la reunión hacia el Hombre-Dios, centro de la humanidad salvada.

La expresión de los cuatro vientos está amplificada por otra: desde el confín de la tierra al confín del cielo. Se trata de una expresión compuesta. En el AT se encuentran dos expresiones diferentes: "de confín a confín de la tierra" (Dt 13,8), para designar la extensión que ocupan los pueblos paganos (cf. Dt 28,64). La expresión paralela "de confín a confín del cielo" aparece en Dt 30,4, indicando el lugar hipotético de la dispersión de los israelitas, desde donde Dios los reuniría en "la tierra".

La expresión que utiliza Mc, inexistente en el AT, parece sintetizar los dos aspectos contenidos en los textos citados del Dt: por una parte, los que se encuentran en toda la extensión de la tierra son los pueblos paganos; por otra, los que vienen de todo el horizonte del cielo son los que el Señor reúne en la tierra prometida. Se tiene, pues, aquí una síntesis que indica un nuevo pueblo elegido -dimensión comunitaria- procedente de todas las naciones y que está destinado a la tierra definitiva. Ésta existe donde se encuentra la persona del Hijo del hombre.

Puede preguntarse por qué no utiliza Mc en este pasaje la expresión "el reino de Dios" para indicar su etapa definitiva, ya que la ha usado para denotar su etapa terrestre. Puede explicarse el hecho teniendo en cuenta la entronización del Hioj del hombre a la derecha de Dios (14,62; cf. 12,36), donde comparte su realeza. Para Mc, el reino definitivo no es ya el reinado de Dios solo, sino el de Dios y del Hombre. La denominación "el reino/reinado de Dios" designa, por tanto, su etapa terrestre. La etapa definitiva es el reinado compartido con el Hijo del hombre y con los que lo sigan hasta el fin.

LA BIBLIA

Mc 13,26

 <<y entonces verán llegar al Hijo del hombre entre nubes, con gran fuerza y gloria>>.

La locución y entonces indica que la llegada del Hijo del hombre se verifica inmediatamente después de la conmoción cósmica. Al significar ésta el eclipse de los falsos dioses y la caída de regímenes opresores, la llegada visible y gloriosa del Hijo del hombre significa su triunfo sobre ellos.

La primera cuestión que se plantea es la del sujeto del verbo verán. Los únicos sujetos mencionados en el texto han sido los astros; de ellos, sólo "las estrellas" y "las fuerzas" revisten carácter humano; hay que pensar, por tanto, que son estas entidades las que perciben la llegada del Hijo del hombre. La cuestión se ilumina comparando 13,26 con 14,62, donde el verbo "veréis al Hijo del hombre... llegar entre las nubes del cielo" tiene por sujeto, al menos en primer término, los miembros del tribunal que juzga a Jesús. En nuestro pasaje, el sentido figurado de las estrellas que caen y de las fuerzas que vacilan permite una aplicación semejante: en paralelo con el poder judío, serán los poderes representados por ellas los que sean testigos, al menos principalmente, de la llegada del Hijo del hombre.

Se mencionan, pues, en Mc dos llegada: La primera (14,62), que corresponde a la caída del poder opresor judío, es la que anunciará Jesús en su juicio ante el sumo sacerdote y será vista por sus jueces (14,62). La segunda (13,26) corresponde a la caída de los poderes opresores paganos y se trata en este pasaje.

Ahora bien, hay que subrayar que, dado que la caída de las estrellas no indica un hecho único, sino sucesivo en la historia, esta segunda llegada del Hijo del hombre tampoco será única, sino iterada: cada caída de un poder opresor pagano será un triunfo del Hombre, percibido por los mismos opresores. El texto no habla, pues, de una llegada final, sino de llegadas sucesivas a lo largo del período histórico que seguirá a la ruina de Jerusalén.

La dignidad del Hijo del hombre (el Hombre en su plenitud, incluyendo la condición divina) va explicada por varios símbolos: entre nubes, marco que rodea su figura, señala su verdadera condición divina, por oposición a la usurpada por los poderes; la llegada equivale a la de Dios mismo y contrasta con la "caída" de las estrellas. Mientras ésta significaba la pérdida de una condición divina usurpada, la "llegada entre nubes" significa lo contrario, la condición divina verdadera. Contrasta la caducidad de los poderes legitimados por los falsos dioses y la permanencia del Hijo del hombre, acreditado por el verdadero Dios.

La fuerza representa la potencia de vida (12,24; 14,62). El Hijo del hombre llega, pues, como dador de vida en grado eximio (con gran fuerza), en contraposición a "las fuerzas que están en los cielos" o fuerzas de muerte divinizadas. Éstas son los poderes perseguidores de los que proclaman el evangelio en el mundo pagano (13,9-10). La gran fuerza de vida del Hijo del hombre va a neutralizar la muerte sufrida por sus seguidores. La pertenencia del Hijo del hombre a la esfera divina (entre nubes) hace que la gran fuerza se identifique con la de Dios, aquella que hace superar la muerte (12,24).

La fuerza va acompañada de la gloria, que aparece en Mc tres veces: En 8,38, la llegada del Hijo del hombre se realiza "con la gloria de su Padre". En 10,37, el término se encuentra en boca de los Zebedeos, cuando piden a Jesús los primeros puestos el día de su "gloria", es decir, de su entronización como rey (10,37 Lect.). En nuestro pasaje representa, pues, la realeza del Hijo del hombre y su condición divina, figuradas en otros pasajes (12,26; 14,62) por la entronización a la derecha de Dios. Se contrapone a la pretensión de las potencias de muerte, que ven contestado su poder y rango de dioses.

El rasgo de "luminosidad" propio de "la gloria/esplendor" contrasta con el oscurecimiento del sol y de la luna. Mientras las divinidades paganas pierden su brillo, su prestigio, se afirma la divinidad del Hijo del hombre.

Es de notar que la llegada no se atribuye "al Mesías" o "al Señor", sino al Hombre en quien se manifiesta la condición divina. La denominación "el Hijo del hombre" incluye la excelencia, pero al mismo tiempo la accesibilidad, por designar una dignidad que no es ajena a la condición humana. Sucede lo contrario que en el caso de "las estrellas". La excelencia significada por esa figura celeste denotaba inaccesibilidad, marcando una distancia infranqueable entre gobernantes y súbditos; excluía así toda posible igualdad y establecía como única relación entre ambos la de dominio. La denominación "el Hijo del hombre", en cambio, abre camino a la igualdad, a través del seguimiento; establece una relación de servicio, excluyendo todo dominio (cf. 10,42-45).

El Hijo del hombre representa, pues, la plenitud de lo humano; él encarna todos los valores del ser de hombre. Con las imágenes expuestas, afirma Mc que, a partir de la caída de Jerusalén, se irá verificando en la historia del mundo un triunfo progresivo de lo humano (el Hijo del hombre) sobre lo inhumano (los regímenes opresores de la humanidad).

LA BIBLIA

martes, 11 de junio de 2024

Mc 13,25

 ... <<las estrellas irán cayendo del cielo y las fuerzas que están en el cielo vacilarán>>.

Puede preguntarse si esta segunda serie de fenómenos es independiente o está simplemente yuxtapuesta a la primera o si, de alguna manera, es consecuencia del oscurecimiento anterior.

En todo caso, las estrellas y las fuerzas no representan simplemente dioses paganos; de lo contrario, su suerte sería la misma que la de los astros mayores, el oscurecimiento. Su caída ha de tener, por tanto, otro sentido.

Un texto del AT que puede iluminar sobre el sentido de "las estrellas" es la sátira contenida en Is 14,12-14 sobre el destino del rey de Babilonia: <<¿Cómo ha caído del cielo el lucero que surgía en la mañana? El que daba órdenes a todas las naciones se ha derrumbado por tierra. Tú decías en tu corazón: "Subiré al cielo, pondré mi trono por encima de los astros del cielo... subiré por encima de las nubes, seré semejante al Altísimo">>. En este texto, el rey de Babilonia es comparado a una estrella, el lucero matutino, y se habla precisamente de su caída. La estrella/lucero representa al rey que, envanecido de su poder, se ha arrogado rango divino.

Un paralelo entre astros y reyes se encuentra en Is 24,21 LXX: "El Señor extenderá su mano sobre el ornato (hebr.: los ejércitos) del cielo y sobre los reyes de la tierra; ... después de muchas generaciones serán visitados (juzgados). Porque el Señor reinará sobre Sión, etc.". El texto puede relacionarse con Dt 4,19, antes citado: los astros han sido divinizados, y esa divinización legitima la realeza en los pueblos paganos.

También Dn 8,10 LXX asocia la realeza pagana con las estrellas: "(el cuerno fuente = Antíoco) se exaltó hasta las estrellas del cielo; y se precipitó sobre la tierra parte de las estrellas y las pisotearon". Se trata, sin duda, de la caída de los reyes rivales de Antíoco, también paganos, comparados a estrellas.

La simbología tradicional autoriza, por tanto, a interpretar "las estrellas que van cayendo del cielo" como reyes o príncipes paganos o los regímenes que representan.

La forma perifrástica irán cayendo del cielo, en lugar del futuro simple "caerán", denota una serie de hechos puntuales sucesivos. Sobre el trasfondo del oscurecimiento de los astros mayores, la caída se describe, por tanto, como un fenómeno que irá teniendo lugar durante toda la época (en aquellos días) que sigue a la gran angustia (la destrucción de la nación judía). Por su paralelo con irán cayendo, también el futuro vacilarán, aplicado a las fuerzas, no describe un suceso único, sino sacudidas iteradas, situaciones repetidas de inestabilidad durante el mismo lapso de tiempo.

El singular "la fuerza", con artículo, aparece tres veces en Mc, siempre con el sentido de "fuerza de vida": 5,30, aplicado a Jesús; 12,24; "la fuerza de Dios", que da vida a los muertos; 14,62, donde Dios mismo es designado como "la Fuerza". Otras tres veces se encuentra el plural "las fuerzas", siempre con sentido peyorativo: 6,2, como fuerzas mágicas atribuidas a Jesús; 6,14 potencias del reino de la muerte que hacen del hombre (Juan Bautista) su instrumento; la tercera vez en nuestro texto. El lugar donde estas últimas se sitúan, las fuerzas que están en los cielos, las contraponen a "vuestro Padre que está en los cielos" (11,15). Dada la unicidad de Dios, la contraposición constituye un antagonismo: son entidades que han usurpado el lugar exclusivo del Padre. Representan fuerzas de muerte (Dios = fuerza de vida), es decir, poderes opresores que se arrogan rango divino y que verán cuestionado su rango y su dominio (vacilarán) a partir de la ruina de Jerusalén.

Es muy posible que, por paralelismo, "las estrellas" y "las fuerzas" sean dos modos de expresar las mismas realidades. La segunda denominación, más vaga, queda precisada por la primera.

Bajo la figura de la conmoción cósmica aparece, pues, el siguiente contenido: Los valores del paganismo se encarnan en los falsos dioses (sol y luna), y éstos fundamentan la divinización del poder (estrellas, fuerzas del cielo). El sistema ideológico-religioso perderá crédito (oscurecimiento de sol y luna), lo que provocará la caída progresiva de los regímenes sustentados por él.

Mc no explicita la causa de estos sucesos, pero la supone. De hecho, el tema del mundo pagano es común a la primera y la segunda parte. En la unidad I/B (13,9-13) está indicado por la predicación del evangelio a todas las naciones (13,10) y la mención de "gobernadores y reyes" (13,9). En la unidad II/B (13,24-27), por los astros-divinidades (v. 24b) y las estrellas/fuerzas-poderes (v. 25). La conexión entre las dos unidades hace ver que el eclipse de las divinidades paganas se debe precisamente a la predicación del mensaje por obra de los seguidores de Jesús. Suscitando el deseo de vida, los valores del evangelio van penetrando en la humanidad, y hacen intolerable la tiranía. La persecución a los propagadores del mensaje constituye una prueba de cargo contra los perseguidores (13,9: "como prueba contra ellos"), que pone de relieve la opresión que ejercen y la injusticia exacerbada de su conducta. Se revelan como enemigos del hombre: esto es lo que va provocando su caída.

Existe así un paralelo entre las dos etapas, la judía (la gran angustia) y la pagana (después de aquella angustia). Lo mismo que la nación e institución judías conocen su ruina por rechazar a Jesús hasta dar muerte al <<Hijo>> (12,6-8), haciendo culminar así su infidelidad a la alianza, también los regímenes paganos opresores caen por rechazar el mensaje de Jesús, predicado ahora por sus seguidores en el mundo entero (13,10), y perseguir y dar muerte a los que lo proclaman. Tanto el régimen judío como los regímenes paganos son represores de la vida y, a medida que los hombres van tomando conciencia de su condición de oprimidos y de la posibilidad de una vida más digna, las estructuras opresoras se hacen cada vez más inestables. Es la actitud de los sistemas hacia los valores propuestos por el mensaje de Jesús en favor del hombre la que va decidiendo el curso de la historia.

En el lenguaje de los profetas, la caída de los opresores, simbolizada por la catástrofe cósmica, se describiría como una intervención de Dios en la historia. Serían juicios de Dios. Sin embargo, al igual que en la unidad anterior (13,14-23), el texto de esta unidad no ofrece ningún apoyo para la idea de un juicio divino. El evangelista atribuía la destrucción de Jerusalén y del templo a la inevitabilidad histórica creada por la infidelidad de Israel; en esta segunda unidad, donde se considera la historia posterior a la gran angustia, atribuye la caída de los regímenes paganos a la puesta en evidencia de su injusticia. Aparece así la continuidad de las dos etapas, judía y pagana, de la acción salvadora en la humanidad, ambas abarcadas por el período "en aquellos días" (13,17.19.24).

Los profetas no describían las catástrofes o juicios de Dios como finales, sino como parciales a lo largo de la historia; resaltaba cada vez la sentencia de Dios contra la injusticia, manifestando de esa forma su designio sobre la humanidad. Tampoco Mc trata en este pasaje de un juicio final ni del fin de la historia, sino de los "dolores" o "angustias" que irán sobreviniendo e irán produciendo la maduración de la humanidad, en la perspectiva del "parto" o "fin". La destrucción de Jerusalén fue el prototipo, por ser la institución judía el paradigma de la infidelidad, al traicionar la alianza y la elección de Israel.

LA BIBLIA

Mc 13,24b

 <<...el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor>>,

El sentido de muchas expresiones de esta unidad no puede comprenderse si no se tienen en cuenta las numerosas alusiones de Mc al AT, cuyo lenguaje figurado utiliza profusamente.

El texto describe en primer lugar una conmoción cósmica, que afecta ante todo al sol y a la luna. Ahora bien, en el AT, los astros aparecen como objeto de culto idolátrico. Precisamente dar culto a Yahvé o a estos dioses establece la distinción entre Israel y los paganos.

Dt 4,19s LXX: "Al levantar los ojos al cielo y ver el sol, la luna, las estrellas y todo el ornato (hebr.; "el ejército") del cielo, no te extravíes prosternándote ante ellos para darles culto. El Señor tu Dios lo ha asignado a todos los pueblos bajo el cielo; a vosotros, en cambio, etc."). Este texto no es único. Se encuentra con frecuencia la mención del culto a los astros como propio de los paganos y como tentación del pueblo judío (cf. Dt 17,3; 2Re 17,16; 21,3; 23,5; Jr 8,2; Ez 8,16).

De este modo, tras la unidad anterior, donde el contexto era exclusivamente judío (13,20: [el] Señor = Yahvé) y se trataba de la invasión de Palestina con la consiguiente ruina de la nación, la mención de los astros, que representan aquí a los falsos dioses, muestra que la conmoción cósmica afecta al mundo pagano.

Por otra parte, era un recurso literario frecuentemente utilizado por los profetas describir la caída de un imperio o nación opresora, concebida como un juicio divino o una intervención de Dios en la historia, incorporando imágenes cósmicas. He aquí los pasajes principales:

Is 13 contiene un oráculo que anuncia la ruina de Babilonia por obra del ejército medo, descrita como la ejecución de una sentencia divina contra la capital del imperio. Los materiales históricos se transfiguran en elementos universales y cósmicos. El día de la ruina es llamado "el día del Señor" (v. 9) se oscurecen los astros (v. 10: "las estrellas del cielo y las constelaciones no destellan su luz; se entenebrece el sol al salir; la luna no irradia su luz"). No se trata de un juicio final ni del fin del mundo; la historia seguirá su curso (cf. v. 19), pero el mundo habrá cambiado de aspecto. 

Is 34 parece asociar la ruina de Edom a la del universo entero (v. 4 LXX: "Se derretirá todo el ejército del cielo, el cielo se enrollará como un pliego y caerán todos los astros como pámpanos de vid, como caen las hojas de la higuera"). El antiguo reino se convierte en morada de fieras.

Jr 4,23-24, ante el desastre que amenaza a Judea y Jerusalén, exclama: "Miré a la tierra, un caos; al cielo, le faltan sus lumbreras; miré a los montes, estaban temblando, y todas las colinas se agitaban".

En Ez 32,7s, la muerte del faraón, que se atribuye a la acción de Dios, da comienzo a un período de tinieblas: "Cubriré el cielo el día que te extingas y entenebreceré sus astros; al sol lo velaré con una nube y la luna no irradiará su resplandor".

En Jl 2,10, a propósito de la invasión de la langosta: "Sol y luna se oscurecen, los astros retiran su resplandor". Cf. 3,4; 4,15; Am 8,9.

Cada una de estas descripciones indica un viraje decisivo en la historia, pero no el final de la historia misma. En ellas, la destrucción se concibe como un juicio de Dios, pero no como un juicio final; de hecho, la vida continúa.

Teniendo en cuenta los textos proféticos, la catástrofe cósmica descrita en este pasaje de Mc no ha de ser tomada en sentido literal, sino figurado; como en aquéllos, no indica el fin del mundo y de la historia.

Pero las imágenes que usa Mc no coinciden exactamente con la de los textos veterotestamentarios. En éstos se trata ordinariamente del oscurecimiento de los astros, en un solo caso se menciona su caída (Is 34,4 LXX), pero nunca se mezclan las dos imágenes. En Mc, por el contrario, hay dos planos concomitantes: uno estático, el oscurecimiento del sol y a la luna; el otro dinámico, el de la caída de las estrellas y la sacudida de las fuerzas celestes.

Hay otra diferencia importante. En los profetas el oscurecimiento de los astros está siempre relacionado con algo que sucede en la tierra: invasión, desastre, derrota; es el reflejo o la expresión a nivel cósmico de una gran desgracia humana. En Mc, en cambio, no se conecta con ningún otro suceso. Es decir, a diferencia de los profetas, que usaban la imagen de la conmoción cósmica para subrayar la gravedad de los acontecimientos que afectaban a la humanidad, en Mc los fenómenos cósmicos no aparecen como un reflejo de lo que sucede en el mundo humano; se describen sin haber mencionado a éste.

De hecho, en los vv. 24b-25 no hay calamidades que afecten a la tierra ni siquiera sujetos que experimenten terror ante el eclipse de los astros. La catástrofe sucede exclusivamente en el universo celeste; no amenaza al mundo humano, deshace un sistema cósmico. Esto excluye el sentido de juicio contra la humanidad o contra determinados pueblos común en las imágenes proféticas. En consecuencia, el significado del oscurecimiento ha de buscarse en el de los astros mismos. Ahora bien, como se ha visto, el sol y la luna representan a las divinidades paganas; el texto indica, por tanto, que la religión pagana pierde su brillo o su prestigio, que la idolatría entra en crisis.

Por otra parte, aun excluyendo el sentido de juicio o catástrofe para la humanidad, el rasgo de visibilidad que lleva en sí el concepto "luz", hace que el paso de luminosidad a oscurecimiento sea un fenómeno perceptible por los hombres. Los falsos dioses sufren un eclipse. Se describe así en términos figurados el rechazo de esos dioses por sus mismos partidarios. Lo que se consideraba verdadero se descubre como falso; los valores representados por la religión pagana se juzgan ahora inaceptables. Las descripciones de los profetas están teñidas de dolor y desgracia, mientras que en Mc la figura del sistema cósmico que se deshace y que a primera vista puede permanecer amenazante, es signo de liberación.

No se menciona en Mc el agente del oscurecimiento. En los profetas, raramente se atribuye directamente a Dios (cf. Ez 32,7s), de ordinario aparece como proyección cósmica de lo que ocurre en la tierra (Is 13,9s, etc.). En Mc se señalan sólo sucesos, no causas ni agente.

LA BIBLIA

domingo, 9 de junio de 2024

Mc 13,24a

 <<Ahora bien, en aquellos días, después de aquella angustia>>,

La frase que abre la unidad contiene una doble indicación temporal, con la que establece al mismo tiempo la homogeneidad y la distinción entre este período de tiempo y el de la angustia precedente. La homogeneidad se indica con la expresión "en aquellos días", común a esta unidad y a la anterior (cf. 13,17), que coloca a ambas en un período histórico de la misma calidad. La distinción está señalada por a adición: después de aquella angustia; aun perteneciendo al mismo período que la angustia que precede, el tiempo en que se sitúa este pasaje es posterior a ella.

Es decir: el discurso se pronuncia antes de la destrucción de Jerusalén. En la perspectiva de futuro, dentro de la época llamada en aquellos días se distinguen dos etapas: la primera, la gran angustia, la ruina del templo y de la nación judía, el principio de los dolores, que ha quedado cerrada por el "acortamiento" de los días (13,20); la segunda comenzará después de aquélla, y en ella seguirán existiendo los dolores de parto, o sea, sucederán otras "angustias" (13,19), aunque de menor gravedad que la de del pueblo judío.

Si la gran "angustia" va a consistir sobre todo en la caída y desaparición de la institución judía, que Mc describe como opresora del pueblo (11,15-17), el carácter de homogeneidad con ella que presenta el tiempo sucesivo hace pensar que también las angustias o dolores que en él sucedan llevarán consigo la caída de instituciones opresoras, pero en pueblos distintos del judío.

En resumen: Dentro del mismo período, la frase introductoria marca una nueva época, con las mismas características que el tiempo de "la angustia" (en aquellos días. cf. 13,17.18), pero que no se identifica con ella (después de aquella angustia). Continúan "los dolores" del parto (13,7) de la humanidad nueva, el proceso liberador en la historia iniciado con la caída de Jerusalén. El entero período histórico está orientado hacia el "parto" o "fin", por lo que puede llamarse escatológico o último.

LA BIBLIA

Mc 13,14-23

 

Mc 13,14a

Mc 13,23

 <<¡Y vosotros, cuidado!, os lo he predicho todo>>.

La unidad termina con nuevo aviso de Jesús a los discípulos (¡cuidado!), que supone un posible peligro. Enlaza con las dos exhortaciones anteriores (14b: "entonces"; 21: "y entonces"), es decir, el peligro consiste en que no emprendan la huida o en que se dejen engañar por los impostores. 

La última frase es trágica (os lo he predicho todo): la predicción ha sido completa, esto y nada más que esto es lo que va a suceder: no habrá señal salvadora, como ellos esperaban, solamente ruina. Pero el desastre no es un castigo divino, su causa es la infidelidad de Israel, que desencadena un proceso histórico irreversible.

LA BIBLIA

Mc 13,21-22

 <<Y entonces, si alguien os dice: "Mira, aquí está el Mesías. Míralo allí", no lo creáis; porque surgirán mesías falsos y profetas falsos y ofrecerán señales y prodigios que desviarían, si fuera posible, a los elegidos>>.

La segunda exhortación mira a la misma circunstancia que la primera, es decir, al momento en que se percibe la presencia del devastador. Su fundamento es igualmente la definitividad de la destrucción y la consiguiente ausencia de señal salvadora. Pero los destinatarios, ahora, son solamente los discípulos.

De hecho, Jesús les anuncia la posibilidad de que en aquel momento futuro oigan afirmar la presencia del Mesías. Esta denominación, con artículo, remite al Mesías cultural, al victorioso restaurador de Israel, según la concepción de los letrados (12,35.37: "el hijo de David") y del pueblo (11,10: "el reinado de nuestro padre David"). La presencia de este Mesías equivale a la de la señal: anunciaría la ayuda divina para dar la victoria a Israel contra el invasor. La existencia de varias figuras mesiánicas (aquí, allí) demostrará, por un lado la falsedad de la pretensión y, por otro, la intensa expectación e incerteza en que va a encontrarse el pueblo. En cualquier parte aparece un mesías y hay quienes se enrolan bajo su bandera. Los informadores suponen que todo judío responderá inmediatamente a la noticia.

La exhortación a los discípulos a no dar fe a las voces que corren sobre los mesías muestra que la ideología nacionalista está aún fuertemente arraigada en ellos y que tales anuncios encontrarían un eco en sus aspiraciones íntimas. Esto concuerda con el tenor de la pregunta inicial (13,4) y la exhortación a "no entusiasmarse" (13,7). Jesús pretende eliminar toda ilusión que, alimentando vanas esperanzas, pudiera impedir o retrasar la huida (vv. 14b-16).

Surgirán no sólo mesías sino también profetas, pero unos y otros son calificados de "falsos" o "engañosos" es decir, su pretensión no corresponde a la realidad. Los impostores se presentan como la respuesta divina al peligro que amenaza al pueblo. Sin embargo, ni los mesías son liberadores enviados por Dios (su mera pluralidad demuestra su falsedad) ni los profetas proponen mensajes inspirados por Dios. El binomio "señales y prodigios" alude a los del Éxodo (cf. Mc 8,11s). Los falsos mesías prometen una liberación como la efectuada por Moisés, contando con el auxilio portentoso de Dios para derrotar al poderoso enemigo (cf. Dt 20,1-4).

En 13,6, dentro de la comunidad creyente, falsos profetas atribuían a Jesús el papel de mesías nacionalista. Ahora, en cambio, la tentación de los discípulos no se encarnaría en un Jesús falseado, sino en otros individuos que se arrogasen el papel de mesías. Según el texto, pues, el nacionalismo judío prevalece en los discípulos sobre la adhesión a Jesús. Jesús los previene contra las falsas esperanzas de salvación, que podría tentarlos y provocar su separación de él.

Tanto los mesías falsos como los profetas falsos se presentarán como la respuesta divina al peligro que amenaza a la nación (la señal salvadora). Los falsos profetas prometerán liberación y pretenderán legitimar a los falsos mesías. Pero todo eso será ilusorio; las prometidas señales y portentos en los que se expresaría la ayuda divina no se realizarán. La mención de profetas falsos alude a los que en tiempo de Jeremías predecía la victoria sobre el invasor; Jeremías, en cambio, preconizaba la no resistencia como única posibilidad de salvación (Jr 33,7.8.11.16; 35,36).

El propósito de los impostores será ganar adeptos a su causa, es decir, persuadir a otros a alistarse en sus filas para combatir al invasor. En e caso de "los elegidos", sin embargo, fracasarán. La fidelidad a Dios llevará a éstos a la no resistencia, como en tiempo de Jeremías. Será, sin duda, el mensaje de este profeta, su denuncia de los sacerdotes y profetas falsos y su amenaza al templo y a la nación (caps. 7 y 33/26), la que les hará tomar esa actitud. Percibirán que la situación es análoga: como en tiempo de Jeremías, los falsos profetas engañan al pueblo y Dios no va a apoyar la causa de los impostores. Para ellos, los fieles, en cambio, la fidelidad divina los afianzará en su postura (si fuera posible); así otros comprenderán y la resistencia durará menos tiempo.

Se enfrentan las dos interpretaciones de la situación señaladas con ocasión de la predicción inicial (13,2):

a) La de los falsos profetas, que coincide con la expresada por los discípulos en su pregunta (13,4), considera a Israel una nación injustamente oprimida, a la que Dios ha de liberar como en otro tiempo; el programa que nace de esa concepción es la resistencia armada.

b) La de Jesús, para quien la extrema situación de los judíos es una consecuencia de su infidelidad a la alianza, por lo que la ruina es inevitable. Israel no es tanto un pueblo oprimido cuanto una sociedad donde se practica la opresión y la injusticia en nombre de Dios mismo (Mc 11,15-17). Su liberación del dominio extranjero no es independiente de su fidelidad a Dios.

LA BIBLIA

Mc 13,34b

  <<y en especial al portero le mandó mantenerse despierto>>. El portero está presentado como una figura individual, pero la rec...