1,1
- 1,1
- 1,2-5
- 1,6-8
- 1,9-13
- 1,14-15
- 1,16-21a
- 1,21b-28
- 1,29-31
- 1,32-34
- 1,35-38
- 1,39-45
- 2,1-13
- 2,14
- 2,15-17
- 2,18-22
- 2,23-26
- 2,27-28
- 3,1-7a
- 3,7b-12
- 3,13-19
- 3,20-21
- 3,22-30
- 3,31-35
- 4,1-9
- 4,10-25
- 4,26-32
- 4,33-34
- 4,35-5,1
- 5,2-10
- 5,11-17
- 5,18-20
- 5,21-24a
- 5,24b-34
- 5,35--6,1a
- 6,1b-6
- 6,7-13
- 6,14-16
- 6,17-20
- 6,21-29
- 6,30-33
- 6,34-46
- 6,47-53
- 6,54-56
- 7,1-13
- 7,14-15
- 7,17-23
- 7,24-31
- 7,32-37
- 8,1-9
- 8,10-22a
- 8,22b-26
- Mc 8,27-30
- 8,31-33
- 8,34-9,1
- 9,2-13
- 9,14-27
- 9,28-29
- 9,30-33a
- 9,33b-37
- 9,38-40
- 9,41-49
- 9,50
- 10,1-12
- 10,13-16
- 10,17-22
- 10,23-30
- 10,31
- 10,32-34
- 10,35-41
- 10,42-46a
- 10,46b-52
- 11,1-11
- 11,12-15a
- 11,15b-19
- 11,20-27a
- 11,27b-33
- 12,1-12
- 12,13-17
- 12,18-27
- 12,28-34
- 12,35-37
- 12,38-40
- 12,41-44
- 13,1-2
- 13,3-4
- 13,5-8
- 13,9-13
- 13,14-23
- 13,24-27
- 13,28-31
- 13,32-37
- 14,1-2
- 14,3-9
- 14,10-11
- 14,12-16
- 14,17-21
- 14,22-26
- 14,27-31
- 14,32-42
- 14,43-50
- 14,51-52
- 14,53-54
- 14,55-64
- 14,65
- 14,66-72
- 15,1
- 15,2-15
- 15,16-20
- 15,21
- 15,22-32
- 15,33
- 15,34-41
- 15,42-47
- 16,1-8
- Apéndices-Evangelio de Marcos.
domingo, 30 de junio de 2024
Mc 14,10-11
Mc 14,11b
Y andaba buscando cómo entregarlo y el momento propicio.
Judas se encarga activamente (andaba buscando) de cumplir el propósito de los sumos sacerdotes. Antes, eran los dirigentes judíos lo que "buscaban como" prender a traición a Jesús y darle muerte (14,1); ahora, es Judas quien "busca como" entregarlo. Por su asociación con los sumos sacerdotes, ha hecho suyo el objetivo de los dirigentes. Se ha convertido en instrumento de su traición. Los sumos sacerdotes no tienen que preocuparse ya; su inquietud se la ha apropiado Judas.
Judas busca el momento propicio. También para procurar la muerte de Juan Bautista buscaba Herodías "un día propicio"; la suerte del precursor preludiaba la de Jesús.
Termina el relato con la mención del verbo "entregar", en correspondencia con el principio (v. 10: "para entregárselo"). El propósito de Judas de entregar a Jesús, que se verá realizado con el prendimiento de éste (14,43-46), justifica la denominación, en 3,19, de Judas como "el mismo que lo entregó".
Mc 14,11a
Ellos, al oírlo, se alegraron y le prometieron darle dinero.
Judas hace a los sumos sacerdotes una propuesta: está dispuesto a entregarles a Jesús (v. 10). La alegría de los sumos sacerdotes ante ella (al oírlo) se debe al éxito previsto de sus planes. Han encontrado la manera de prender a Jesús a traición para darle muerte, sin provocar un alboroto popular (14,1-2). Quieren matar al Hijo, el heredero (12,6-7), para apropiarse definitivamente del pueblo (la viña). Se alegran de poder ahogar la buena noticia proclamada por Jesús. Esperan que, con su muerte, toda la expectación que él ha suscitado acabe para siempre.
Los detentadores del poder religioso aceptan en su seno al traidor y, como muestra de ello, le prometen dinero, haciendo a Judas cómplice de su injusticia. No tienen nada que ofrecer al hombre más que dinero, el producto de sus ventas en el templo y de la explotación del pueblo. Judas no se lo ha pedido; se lo prometen espontáneamente como señal de aceptación, para estimularlo y asegurar su colaboración. Los sumos sacerdotes, que en el templo han sustituido a Dios por el dinero, hacen a Judas adepto de ese dios. Lo convierten en un bandido como ellos.
No se mencionará en el evangelio el cumplimiento de la promesa de los sacerdotes a Judas.
Mc 14,10
Judas Iscariote, el que era uno de los Doce, acudió a los sumos sacerdotes para entregárselo.
Judas Iscariote, que en 3,19 cerraba la lista de los Doce, no ha sido nombrado desde entonces. Se le designa ahora por su pertenencia al grupo de los Doce (el que era uno de los Doce), es decir, como un miembro del Israel mesiánico. Se subraya así su responsabilidad en los acontecimientos que llevaron a la muerte de Jesús.
Judas, al darse cuenta de la inevitable suerte de Jesús, que puede repercutir en los discípulos, y de que Jesús la acepta (14,9), busca la seguridad poniéndose del lado del más fuerte, insensible a la injusticia de la institución a la que acude (los sumos sacerdotes). Quiere poner a salvo su vida dando a cambio la de Jesús (8,35).
La frase acudió a los sumos sacerdotes tiene en griego la misma construcción que la de la elección de los Doce: al ser llamados por Jesús, "se acercaron a él" (3,13). Judas ha cambiado una lealtad por otra. El objetivo de la llamada de Jesús era "que estuviesen con él" (3,14); Judas, en cambio, tiene un nuevo objetivo: entregar a Jesús, aliándose con sus enemigos.
En 3,13, el alejamiento incluido en el verbo "acercarse" (gr. apêlthon) se refería a la institución judía, en la que los Doce estaban integrados; tenían que separarse de ella para acercarse a Jesús. Ahora, con el verbo "acudir" (gr. apêlthen) Judas se separa de Jesús y su círculo para acercarse a las autoridades religiosas judías, que buscan matar a Jesús. Son movimientos opuestos. Judas deshace el camino del seguimiento.
Por primera vez se menciona a los sumos sacerdotes como un grupo separado de los demás. Son a ellos (el poder religioso) a quienes acude Judas, y desempeñarán a partir de ahora el papel principal en la condena de Jesús, que ha calificado el templo que ellos administran de "cueva de bandidos" (11,17). Va a ser el poder religioso el principal agente de la muerte de Jesús.
El nombre "Judas", tiene la misma raíz que "judíos" y "Judea". Designa a una persona física, pero representa a todo el judaísmo que va a pedir la muerte de Jesús. La acción de Judas es paradigma de la disposición de la multitud judía, que, aunque ha mostrado su simpatía por Jesús (1118; 12,12.37), nunca ha aceptado sus valores, e incitada por los sumos sacerdotes, pedirá su muerte (15,11s).
Al ver que el triunfo mesiánico que él esperaba no va a resultar con Jesús, y que lo amenaza a una muerte como la de Jesús mismo, Judas (el hombre de la Aldea) se vuelve al sistema injusto. Es, por tanto, el hombre a quien no le importa la injusticia, sino el medro personal, estar a la sombra de un poder que lo beneficie. No busca el dinero, se lo ofrecen después. Mientras Jesús era una esperanza, se arrimó a él; ahora, cuando ve que va a acabar en el fracaso, quiere arrimarse al sol que más calienta. Es un oportunista.
Con el uso del verbo "entregar" (para entregarlo) alude Mc a las predicciones de Jesús sobre la pasión, muerte y resurrección del Hijo del hombre (8,31; 9,31; 10,33-34). Empiezan a realizarse.
Mc 14,3-9
Mc 14,3a
Mc 14,9
<<Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame la buena noticia, se mencionará también lo que ha hecho ella, para que sea recordada>>.
Termina el elogio de la mujer con una sentencia solemne (Os aseguro): el relato de lo que ha hecho ella es inseparable de la futura proclamación de la buena noticia en el mundo entero (cf. 13,10). Porque no ha de proclamarse un mensaje teórico, sino una que lleva al compromiso vital. Ella, con su acción, ha expresado su fe en Jesús vivo y la perfecta respuesta al amor de Jesús manifestado en su entrega; por eso su figura es modelo para cualquier seguidor futuro. Para el seguidor de Jesús, el mensaje es inseparable de su traducción a la práctica. Por eso, toda proclamación del evangelio que no incluya la expresión de esta exigencia, suprime un dato esencial. La respuesta al amor de Jesús es parte integrante del mensaje.
La expresión el mundo entero recuerda la de 8,36: "ganar el mundo entero". El mensaje que va a predicarse es lo contrario de esa aspiración; es el que incita a renunciar a toda idea de acaparamiento y dominio. Hay que ganar el mundo entero no para uno mismo, sino para el mensaje de Jesús.
Mc 14,8
<<Lo que recibió, lo ha llevado a la práctica: de antemano ha perfumado mi cuerpo para la sepultura>>.
En su sentido literal ("lo que tuvo, hizo", gr. ho eskhen epoiesen), la frase de Jesús parece enigmática. Su significado, sin embargo, no es oscuro. La mujer tenía algo (referencia al frasco: lit. "teniendo un frasco de perfume", v. 3), que era símbolo del amor que define a su persona, y ha hecho algo (lit. "hizo") de modo definitivo, esto es, ha quebrado el frasco y ha derramado su perfume sobre Jesús. Siendo el amor fiel el perfume que poseía, ha traducido ese amor en obra. En este momento en que la muerte de Jesús está cercana, ha mostrado su fe en la victoria de la vida, su identificación con Jesús y su disposición a dar la vida con él.
Sin embargo, el tiempo verbal (lit. "lo que tuvo", no "lo que tenía") precisa el significado del gerundio (v. 3: "llevando", lit. "teniendo"), pues indica su momento inicial. Lo que llevaba la mujer lo había obtenido o recibido antes. Siendo el amor hasta el fin, ha de tener su origen en la comunicación del Espíritu de Jesús. De ahí la traducción: lo que recibió.
La acción de la mujer no pretendía preparar el cuerpo de Jesús para la sepultura, ni consta que el perfume de nardo se emplease en los ritos funerarios. Sin embargo, Jesús interpreta el hecho en función de su propia muerte (para la sepultura). Esto quiere decir que el homenaje que la mujer le ha tributado, su fe en la resurrección y la entrega de sí misma con un amor hasta el fin, es lo que va a perpetuar su presencia y su actividad (ha perfumado mi cuerpo) en la comunidad y en el mundo. Esto es lo que hace eficaz la entrega de Jesús: que sus seguidores, conscientes de que su muerte no ha sido un final, estén dispuestos a continuar su obra; es el único homenaje digno de su entrega. Esta es la sepultura que él desea, la que va acompañada de la fe en la vida, de la adhesión y el compromiso de los suyos; no quiere más honras fúnebres. Así su muerte no habrá sido en vano.
La mujer se ha adelantado a ofrecer el perfume. Su gesto ha anticipado la actitud que Jesús espera de los suyos en el momento de su sepultura. Afirmar que Jesús vive, mostrarle el amor y la adhesión cuando él no esté, y comprometerse a continuar su obra, serán las pruebas de la fe en su resurrección, anunciada por él en cada predicción de su pasión y muerte (8,31; 9,31; 10,34); ellas darán realidad a su presencia y eficacia a su mensaje.
Mc 14,7
<<...porque a los pobres los tenéis siempre entre vosotros y, cuando queráis, podéis hacerles bien; a mí, en cambio, no me vais a tener siempre>>.
En segundo lugar, Jesús rechaza el modo de proceder que ellos proponen. La ayuda a los pobres no debe ser ocasional, como lo sería distribuir un dinero o dar una limosna, sino continua, porque los pobres están siempre en el ámbito de la comunidad (siempre entre vosotros), debiendo ser objeto continuo de su solicitud. Para los miembros de la comunidad, los pobres son hermanos, no inferiores. Los seguidores de Jesús no hacen el bien sólo con limosnas, sino que están dispuestos a compartir lo que tienen (6,38). La limosna, humilla; el compartir, iguala.
"Hacer el bien" fue el modo como Jesús definió su acción con el hombre del brazo atrofiado de la sinagoga (cf. 3,4), interpretada en la misma pregunta que dirige a los que estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado como "salvar una vida". Respecto a los pobres, la comunidad tiene, por tanto, la misión de salvar su vida, liberándolos de la muerte en que se encuentran. Es decir, ha de restituirles la posibilidad de acción, ayudarles a encontrar la libertad. Y, en esa labor, los seguidores no pueden ser frenados por el miedo a perder la vida, como no sucedió con Jesús (3,6).
Por tanto, la labor principal de la comunidad no consiste en ofrecer una esporádica ayuda económica que sería recibida pasivamente, sino en procurar, desde todo punto de vista, el desarrollo personal. No se trata sólo de eliminar la pobreza material (lo más urgente), sino también y sobre todo la pobreza humana (lo más importante).
La prueba de amor dada por la mujer no se opone en nada al verdadero interés por los pobres. Jesús va a dar su vida en rescate por todos los esclavizados (10,45). La tarea de la comunidad es ayudarles para que recuperen su dignidad humana en la capacidad y libertad de acción.
Lo que Jesús recomienda difiere de Dt 15,11: "Nunca dejará de haber pobres en la tierra. Por eso yo te mando: abre la mano a tu hermano, al pobre, al indigente de tu tierra". Moisés considera el problema a nivel individual: dentro de la comunidad israelita habrá ricos y pobres, diferencia de clases y de posibilidades. Para Jesús, por el contrario, la diferencia ha de ir desapareciendo, gracias a la solidaridad y a la acción con los pobres.
Jesús alude a su muerte (no me vais a tener siempre), que será mencionada a continuación como "la sepultura" (v. 8) que va a acoger su cuero, y, antes de que llegue, espera una respuesta de fe y una muestra de adhesión de parte de los discípulos. Pero éstos, aferrados a sus ideales de triunfo, no se dan cuenta de la circunstancia ni de la gravedad del peligro.
Mc 14,6
Pero Jesús replicó: <<Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una obra excelente ha realizado conmigo...>>
Jesús defiende a la mujer. La orden que da a los que protestan (Dejadla) se corresponde con la que dio a los discípulos acerca de los chiquillos: "Dejad que los chiquillos se acerquen a mí" (10,14). Este paralelo permite deducir la identidad de la mujer. Ésta prolonga la figura de los chiquillos, de los que aceptan el mensaje de Jesús haciéndose últimos de todos y servidores de todos (9,35), de los que acogen el reinado de Dios (10,15). Como los "chiquillos", representa al grupo de seguidores que han roto con el judaísmo o no proceden de él (Lect.).
En aquella ocasión (10,13), los discípulos conminaban a "los chiquillos" para impedirles acercarse a Jesús. Esta mujer ya se ha acercado a él y ha cumplido su gesto de donación. Los que protestan ahora no han podido más que criticar su acción. A la indignación de Jesús contra ellos entonces por su manera de proceder (10,14), se opone ahora la de ellos contra la mujer (v. 4). Se confirma que, aunque no se diga explícitamente, los que ahora riñen a la mujer prolongan la figura de los discípulos, continuando la postura que éstos tuvieron entonces. No quieren a "los chiquillos", en su grupo no encuentran lugar los seguidores que están dispuestos a entregar su vida.
Jesús pregunta por el motivo de sus reproches (¿por qué la molestáis?), indicando que no hay razón ninguna para censurar lo que la mujer ha hecho. Afirma, en primer lugar, que la obra que ha realizado es excelente. De hecho, teniendo en cuenta su significado, no podía haber obra más noble que reconocer en Jesús, que iba a morir, al Rey-Mesías salvador; ver en su muerte, supremo acto de amor, el rescate de la humanidad (10,45), y asociarse por amor a su entrega, para contribuir con él a esa obra de liberación. Con este juicio de valor quita Jesús el fundamento a toda crítica.
Mc 14,5
<<Podía haberse vendido ese perfume por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres>>. Y le regañaban.
Los que se indignan no estiman el perfume por sí mismo, no ven más que su precio. No entienden que dar la vida por otros pueda ser más necesario y eficaz que la limosna. Y, en el caso de Jesús, verían la muerte como el fracaso de su misión, al que no están dispuestos a asociarse.
Para ellos, la obra del amor se limita a la limosna, que en tiempos de Pascua era especialmente practicada por los judíos; quieren presentarse como judíos ejemplares. Cuando el primer reparto de los panes, los discípulos se declaraban incapaces de ayudar a la multitud sin disponer de dinero (6,37: "doscientos denarios"); no pensaron ni siquiera en un acto de solidaridad, expresado en el compartir. Siguen con la misma mentalidad respecto a los pobres: ven ahora la posibilidad de tener dinero par ayudarles (más de trescientos denarios), la que entonces no tuvieron. Para ellos, los pobres son objeto de beneficencia. Mantienen la distancia, no crean igualdad. Están dispuestos a dar cosas, pero no su persona.
En el episodio del rico, Jesús había puesto a éste como condición para seguirlo vender todo lo que tenía y darlo a los pobres (10,21). Los que protestan ahora aplican a este caso aquellas palabras de Jesús: el perfume debía haberse vendido para darlo a los pobres y aliviar su necesidad. Creen que aquel gesto que pedía Jesús debía interpretarse como beneficencia, en lugar de como desprendimiento total. Dar los bienes era, para el rico, condición antes del seguimiento; el seguidor de Jesús se sitúa en otro plano, debe estar dispuesto a darse a sí mismo hasta el fin, como lo ha expresado la mujer.
Aún no han comprendido que la solución que aporta Jesús al problema de los pobres es más radical. Quien está dispuesto a entregarse del todo, a fortiori está dispuesto a compartir lo que tiene. Para ellos, la limosna es un acto ocasional; para Jesús, la actitud de servicio es permanente, y el modelo es él mismo (10,45).
Mientras Jesús regañó al leproso por su idea de un Dios que discrimina en su amor (1,43), éstos, que tampoco conocen el amor universal de Dios, riñen a la mujer, que pone en cuestión, con su actitud, el mesianismo nacionalista que ellos propugnan.
Mc 14,4
Pero algunos, indignados, decían entre ellos: <<¿Para qué ese derroche del perfume?>>
Algunos de los presentes critican la acción de la mujer; no son todos (algunos), pero son los que dan la tónica en la casa. No entienden lo que ha hecho la mujer ni ven su gesto de utilidad y, por eso, reaccionan con indignación, que manifiestan entre ellos. La acción de la mujer ha afirmado la vida de Jesús en su muerte y ha reproducido lo que Jesús mismo va a hacer: dar la vida por amor a los hombres. Al oponerse a la acción de ella, se oponen a Jesús. Los que niegan valor al gesto de la mujer (entregarse como Jesús), lo niegan a la muerte de Jesús: para ellos, dar la vida es sólo una pérdida inútil (derroche). Esa muerte no es más que un fracaso.
Mc no llama "discípulos" a los que protestan, porque ha colocado la escena en el contexto de "la casa de Simón" (v. 3), refiriéndola a la primera época del ministerio de Jesús (1,29), cuando aún sus seguidores no habían sido designados como "discípulos" (la primera vez, en 2,15). Pero no cabe duda de que los que reaccionan negativamente al gesto de la mujer se identifican con ellos.
En Mc 10,44 fue Jesús el que se indignó con sus discípulos, cuando éstos quisieron impedir que "los chiquillos" se acercaran a él. Ahora son los discípulos los que se indignan con la mujer, porque consideran su gesto como un derroche. Por otra parte, en el episodio de la petición de los Zebedeos a Jesús (10,35-41), la indignación del círculo de los Diez (10,41) se debió a la ambición de poder que veían amenazada por la pretensión de los dos hermanos (10,37). Jesús, entonces, les enseñó que en su comunidad el poder queda sustituido por el servicio y la entrega de la vida (10,42-45). Ahora, ellos se indignan contra la mujer, que expresa su identificación con Jesús, dispuesta a dar la vida como él. No han aprendido la lección. No se les pasa por la cabeza que haya que dar la vida con y como Jesús por la liberación de la humanidad. Siguen esperando el triunfo terreno.
La palabra derroche (lit.: "pédida") está en relación con 8,35: "quien pierda su vida por causa mía... la pondrá a salvo". El gesto de la mujer (romper el frasco), que simboliza su disposición a dar la vida, es considerado como un pérdida definitiva. Ellos quieren ponerse a salvo, y corren el riesgo de perderse (8,35a). Están en el nivel de lo terreno (8,36: "ganar el mundo entero").
Mc 14,3b
...llegó una mujer llevando un frasco de perfume de nardo auténtico, de mucho precio; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza.
No hay que perder de vista en la escena que sigue la circunstancia en que tiene lugar. Las predicciones de Jesús sobre su muerte están a punto de verificarse: alrededor de las fiestas de Pascua, va a ser detenido por las autoridades judías, que se proponen quitarle la vida.
La mujer "llega" de fuera, es decir, no pertenece a la casa ni al círculo de Simón. No se la identifica de ninguna manera; no se menciona su nombre, familia ni origen. Aparece, por tanto, como una figura representativa. El único dato que la define es la posesión del frasco de perfume (llevando [lit. "teniendo"] un frasco de perfume).
El perfume es, en primer lugar, símbolo de vida, pues se opone al hedor de la muerte. Al derramarlo sobre Jesús, la mujer interpreta la muerte cercana de éste, indicada por su postura yacente (v. 3a: "recostado"), no como un fracaso, sino como el triunfo de la vida.
Pero, además, en el Cantar de los Cantares, el perfume aparece también, junto con la mirra y otros aromas, como símbolo del amor conyugal. El hecho de llevar el perfume sitúa a la mujer en el papel de esposa. Ésta se acerca a Jesús, que se ha designado a si mismo como "el novio/esposo" (cf. 2,19.20), para ofrecerle su amor ("derramar el perfume sobre él").
El perfume es de nardo, el más preciado entre todos, señal de la calidad del amor que la mujer le ofrece; es auténtico, lo que en el lenguaje figurado equivale a la fidelidad o permanencia de ese amor; de mucho precio, es decir, un amor tan valioso que es difícil de conseguir, son pocos lo que logran alcanzarlo.
A continuación describe Mc la acción de la mujer. No le basta con destapar el frasco para dejar caer algunas gotas de perfume sobre la cabeza de Jesús; le quiebra el cuello (quebró el frasco), para derramarlo todo sin escatimar nada, es decir, para ofrecerte todo su amor. Como el esposo en Cant. 1,3 (LXX): "perfume derramado es tu nombre (= tu persona)", ella misma se hace también perfume derramado, amor ofrecido; el frasco que se rompe es símbolo de la persona que, como Jesús, se entrega por entero.
Derramar el perfume sobre Jesús yacente significa afirmar su vida aun en la muerte. La mujer expresa así su fe en la resurrección, en la victoria de la vida, que se verificará en Jesús.
Por otra parte, derramar todo el perfume-amor simboliza la plenitud de su adhesión y la disposición a la entrega total, al seguimiento hasta el fin (8,34s). Para la mujer, la muerte de Jesús, prefigurada por su postura (recostado), es la expresión máxima de su amor, al que ella responde con un amor semejante. Es decir, la adhesión de la mujer a Jesús consiste en un amor incondicional que la lleva a unirse a él en su entrega por el bien de la humanidad. El frasco queda inservible; a nadie más podrá ofrecerse perfume de él. Señal de que, para la mujer, no existe otro amor que el que ella tributa a Jesús como respuesta al de éste.
El perfume-amor se derrama sobre la cabeza de Jesús. Este gesto recuerda los de los profetas al consagrar un rey. La mujer reconoce y confirma la realeza de Jesús, que va a ser proclamada en la cruz (15,26). Acepta a Jesús muerto y resucitado como a su Rey-Mesías y le rinde homenaje.
La mujer-esposa es así figura de la comunidad ideal de Jesús, fundada en la fe en la resurrección y en la adhesión inquebrantable a él, es decir, en el amor incondicional del seguidor que brota del reconocimiento del amor de Jesús, y en el compromiso hasta el fin de continuar su obra.
sábado, 29 de junio de 2024
Mc 14,3a
Estando él en Betania en la casa de Simón, el leproso, mientras estaba recostado, ...
Para empezar la perícopa, Mc sitúa a Jesús en Betania, aldea que representa al pueblo que está bajo el influjo ideológico de Jerusalén (11,2 Lect., cf. 8,23; 11,11.12) y, por ello, profesa el ideal de un Mesías nacionalista y triunfante. Jesús se encuentra, por tanto, en un ambiente contrario a sus planteamientos.
Mc precisa aún más la localización: dentro de Betania, Jesús está en la casa de Simón, el leproso. El dato es sorprendente, porque el evangelista suele ser bastante impreciso en la utilización de los nombres propios y de lugar, y, para determinar su significado, hay que analizar primero el nombre (Simón) y luego el apelativo (el leproso).
En primer lugar, se habla de este Simón como de un personaje conocido: no dice Mc "en casa de cierto (o de un tal) Simón, es decir, no presenta por primera vez al personaje, sino que da por supuesto que los lectores pueden identificarlo. Se trata, pues, de un Simón del que éstos ya tienen noticia. Hasta ahora, han aparecido en el evangelio tres individuos con este nombre: dos en la lista de los Doce, Simón Pedro (3,16) y Simón el Fanático (3,17); el tercero, uno de los hermanos de Jesús (6,3). La mención de la casa de Simón, determinada, invita a referirlo a Simón Pedro, en cuya casa estuvo Jesús al principio de su actividad (1,29: "fue a la casa de Simón [y Andrés]"). Mc aludiría así a aquel episodio donde Jesús dio la salud a la suegra de Simón, antes de que éste recibiera el sobrenombre de "Pedro" (cf. 3,16). Esto nos situaría al comienzo del ministerio de Jesús e insinuaría que la actitud actual de Simón [Pedro] es la misma de aquellos primeros días, la de un reformismo violento (1,30 Lect.).
Ahora bien, que Simón [Pedro] tenga ahora su casa en Betania, cuando la suya propia estaba en Cafarnaún, fuerza a admitir que el evangelista está usando un lenguaje figurado. "Habitar en Betania" significa participar de una ideología representada por "la aldea", la de un Mesías poderoso, restaurador de la gloria de Israel. Tal es el caso de Simón [Pedro].
Siendo Simón [Pedro] el primero de la lista de los Doce (3,16), puede ser considerado el representante del resto de los discípulos. De hecho, el término griego oikia, "casa", no designa sólo un edificio, sino un hogar, una comunidad humana (cf. 2,15), en este caso, el círculo que rodea a Simón. Esa es la razón por la que Jesús aparece en Betania, no porque este lugar, contrario a su mesianismo, pueda ser residencia suya, sino porque están allí sus discípulos, quienes, como Simón [Pedro], profesan el ideal mesiánico del pueblo. La casa es la de Simón, no la de Jesús, porque es la actitud de este discípulo la que, como sucedió al principio (1,36 Lect.), se impone al resto. A pesar de esta discrepancia, Jesús no los abandona.
El segundo elemento resulta más difícil de explicar: el anfitrión, Simón, es llamado el leproso. Pero es inconcebible que el evangelista presente al lado de Jesús un leproso en sentido literal y que él mismo u otros no le pidan que lo libre de la lepra; además, estaba prohibido a los leprosos tener contacto con los habitantes del lugar. Esta lepra, por tanto, ha de tener necesariamente un sentido figurado.
El primer y único leproso que ha aparecido en el evangelio (1,40-45 Lect.) representaba la marginación extrema dentro de la sociedad judía, que lo consideraba impuro y, por tanto, alejado de Dios. En el caso que nos ocupa, la lepra, en su sentido figurado, tiene que significar que Simón [Pedro] y, con él, el resto de los discípulos/los Doce, por su vinculación a Jesús, no sólo se sienten dolorosamente rechazados por la sociedad judía que los rodea (representada ahora por Betania, donde tienen su morada), sino que, por su concepción mesiánica, común a la de esa sociedad, pero opuesta a la de Jesús, están ellos mismos alejados de Dios.
Ahora bien, aceptar voluntariamente el rechazo de la sociedad hasta el extremo fue la segunda condición que puso Jesús para seguirlo (8,34: "que cargue con su cruz", Lect.). Siendo consciente de la oposición que suscita Jesús, el seguidor no debe extrañarse de este rechazo y ha de asumirlo. El que, como Simón [Pedro] y los que él representa, se siente "leproso", es decir, dolorosamente marginado por la sociedad en la que vive, es el que no ha aceptado de forma voluntaria esta marginación, sino que la soporta a la fuerza.
En realidad, Pedro tampoco ha aceptado la primera condición del seguimiento (8,34: "que reniegue de sí mismo", Lect.), que le exigía renunciar a toda ambición de poder y prestigio social. Él y sus representados siguen ideológicamente vinculados al judaísmo y a sus ideales de gloria nacional y victoria sobre los paganos. Por eso, les es insoportable la marginación que sufren por parte de esa sociedad, con la que tienen tanto en común.
Con estos trazos describe Mc el ambiente que reinaba en el grupo de discípulos cuando las autoridades judías estaban planeando la muerte de Jesús y su detención era inminente (14,1-2). Pedro y los demás discípulos siguen acariciando sus ideales de grandeza para Israel y, si continúan con Jesús, es porque, ignorando las repetidas predicciones de su pasión y muerte, aún esperan que, como Mesías Hijo de David, sea capaz de derrotar a sus enemigos. Al mismo tiempo, se encuentran dolidos por el rechazo social que sufren por su vinculación a Jesús. No se dan cuenta de que con estas actitudes ellos mismos se alejan de Dios (se vuelven "leprosos").
Jesús aparece recostado, solo él, sin estar acompañado por comensales. No hay paralelo, pues, con el banquete en casa de Jesús y de Leví (2,15 Lect.), sino oposición. Jesús no está en "su casa", sino en la de Simón. Su postura, "recostado" o "yacente" (cf. 1,30; 2,4), prefigura su muerte.
domingo, 23 de junio de 2024
Mc 14,1-2
Mc 14,1a
Mc 14,2
pues decían: <<Durante las fiestas, no; no vaya a haber un tumulto en el pueblo>>.
Expone Mc la razón de la estrategia de los sumos sacerdotes y letrados (pues decían): no quieren provocar un tumulto en el pueblo. El pueblo está con Jesús y en contra de los dirigentes, como lo ha demostrado su reacción ante la denuncia de Jesús contra el templo (11,17-18; cf. 12,12). Pero el interés de los dirigentes no es el bien del pueblo; si temen al tumulto es porque la multitud se volvería contra ellos y pondría en peligro su posición y su vida. La objeción que esgrimen (decían...) puede entenderse como hecha por ellos mismos, por otros o por un grupo.
Es precisamente el miedo a la reacción de la gente el que los induce ahora a prenderlo a traición con una estratagema que no tenga repercusión pública. Así evitarán la agitación popular (un tumulto en el pueblo), pues la multitud oía con gusto la enseñanza de Jesús (12,37). Durante las fiestas sería el peor momento, porque la afluencia de peregrinos era grande.
Se establece la oposición entre "a traición" (gr. en dolô) y "durante las fiestas" (gr. en tê heortê, en medio de la fiesta). No se atreven a hacer una detención a la vista de todos, asumiendo su responsabilidad de autoridades. Pero no cejan en su propósito; contra la voluntad del pueblo, lograrán su objetivo.
No los mueve para posponer el prendimiento de Jesús el valor religioso de la fiesta ni su significado. Si no fuera por el pueblo, estarían dispuestos a prenderlo en medio de la fiesta para darle muerte. En la fiesta de la liberación se proponen matar al Mesías liberador, el que pretende sacar al pueblo de la opresión en que ellos lo tienen ("cueva de bandidos", cf. 11,17).
"El pueblo" es un término teológico que, por oposición a "las naciones", designa al pueblo elegido (Éx 19,5), formado precisamente gracias a la liberación de Egipto (cf. Dn 4,20; 7,6; 14,2; Is 43,21). "Pueblo" es el término que ellos emplean. Este pueblo, sin embargo, por la doctrina de sus dirigentes, se ha alejado de Dios: lo honra con los labios, pero su corazón está lejos de él (7,6). Por eso, escuchará con gusto las palabras de Jesús (12,27), pero acabará pidiendo su muerte (15,13-14).
Mc 14,1b
Los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando cómo darle muerte prendiéndolo a traición.
Los sumos sacerdotes (poder religioso) y los letrados (poder ideológico), miembros del Sanedrín o Consejo supremo, habían buscado anteriormente la manera de acabar con Jesús por su denuncia del templo, pero habían desistido de su propósito por miedo a él, a quien veían apoyado por la multitud (11,18). En la tercera predicción de la muerte-resurrección (10,33) aparecen estos dos grupos como aquellos a quienes va a ser entregado Jesús (cf. 14,10). Es decir, el poder religioso y la ideología que lo sustenta son los principales responsables de su muerte. Este versículo data, respecto a la Pascua y los Ázimos, el día del rechazo definitivo de Jesús por parte de los dirigentes (cf. 8,31), rechazo que se traduce en la búsqueda de un modo de prenderlo a traición y darle muerte.
En Mc, el verbo "buscar" (gr. zêteô) indica siempre una intención equivocada u hostil respecto a Jesús, que llega a su máximo: buscan eliminar su persona, quitándole la vida. Va a consumarse el propósito largamente meditado por sus adversarios, ya desde Galilea (3,6).
Su intención es prenderlo a traición, con una estratagema. Su único objetivo es desembarazarse de Jesús, para conservar su posición. No se preguntan por qué el pueblo se pone de parte de Jesús; la adhesión de la multitud a él no es para ellos más que un obstáculo a sus intenciones. El plan que meditan los aleja inexorablemente de Dios.
En Éx 21,14 se dice: "Si alguien está reñido con su prójimo y lo asesina a traición (LXX: dolô), a ése lo arrancarás de mi altar y le darás muerte". Son precisamente los ministros del altar, los sumos sacerdotes, los primeros en maquinar contra Jesús. De parte de Dios saben que no les queda refugio alguno; ya, ni el altar puede serlo para ellos.
Mc 14,1a
A los dos días se celebraba la Pascua y los Ázimos.
El último período de la vida de Jesús se abre en Mc con un dato cronológico: A los dos días... La construcción temporal que emplea el evangelista (gr. meta dyo hêmeras) es paralela a la que ha usado en los tres anuncios de la pasión y muerte de Jesús para indicar el momento de la resurrección (8,31; 9,31; 10,34: "a los tres días" [meta treis hêmeras]) y a la que establece el tiempo en que tuvo lugar la transfiguración (9,2: "A los seis días" [meta hêmeras hex]). Con estos paralelos, es posible que Mc pretenda hacer recordar al lector, en el momento en que los dirigentes están tramando la muerte de Jesús, el destino final que aguarda a éste: la resurrección y la glorificación.
Por primera vez en este evangelio se menciona la Pascua, la fiesta de la liberación de Egipto, que, originariamente, era distinta de la fiesta de los Ázimos. El término <<Pascua>> designa en este pasaje el día de la fiesta, pero también la cena pascual (14,16) y el cordero mismo que se comía en ella (14,12bis.14).
La "fiesta de los [panes] Ázimos" o sin levadura se celebraba en recuerdo de la prisa con que los israelitas tuvieron que abandonar Egipto y de la salida de la esclavitud. Propiamente dicho, comenzaba el día siguiente a la Pascua (cf. Josefo, Antiq. III, x,5), pero como la prohibición del pan fermentado empezaba con la Pascua, al atardecer del 14 de Nisán, podían unirse las dos fiestas, que, juntas, duraban siete días, del 15 al 21 del mes de Nisan (2Cr 35,17) y que se llamaban, indistintamente, "fiesta de los Ázimos" (Antiq. IX, XIII, 3) o "Pascua" (Antiq. XVII, IX, 3).
Esta mención de la Pascua domina toda la narración que sigue, hasta la muerte y sepultura de Jesús (cf. 15,42: "Caída ya la tarde" marca las horas finales del día de Pascua). La pasión y muerte de Jesús queda enmarcada así en la fiesta de la liberación de Israel; a la pascua judía, él opondrá su propia Pascua (14,22-24). De hecho, fuera de 14,1, Mc no volverá a mencionar el día de Pascua. Aunque anuncia la proximidad de la pascua judía (14,1), su atención no está centrada en ella, sino en la nueva Pascua de Jesús. La antigua, sustituida por la nueva, ha dejado, para Mc, de existir.
La Pascua, en paralelo con los Ázimos, significa la cena pascual, como aparece en 14,12: "el primer día de los Ázimos", que es el de la comida del cordero.
Mc 13,32-37
Mc 13,32
Mc 13,37
<<Y lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Manteneos despiertos>>.
La exhortación a mantenerse despiertos, última del discurso, se aplica no sólo al grupo de discípulos, procedentes del judaísmo, sino también al resto de los seguidores de Jesús de cualquier origen. Es decir, a todos los suyos, presentes y futuros, Jesús les encarga cumplir su mandamiento, el de la entrega por el bien de la humanidad; éste señala la actitud interior que ha de orientar la vida y la actividad del cristiano, identificándose con la persona de Jesús y ejerciendo una actividad como la suya, con la práctica de un servicio (v. 34: "los siervos") que no retrocede ni ante la amenaza de muerte (8,34s). Ésa es la única manera de alcanzar "el fin", asegurando el éxito de su llegada.
Mc 13,36
... <<no sea que, al llegar de improviso, os encuentre dormidos>>.
Se indica el momento de la llegada anunciada anteriormente (cf. v. 35), pero en este pasaje se le añade un rasgo particular: se verificará de improviso, por sorpresa. No dejará tiempo para cambiar de actitud ni rectificar.
La llegada equivale a "el día aquel" (v. 32) y designa la salvación que constituye el envés de la prueba ("la hora"). El aviso sobre su carácter imprevisto tiene, pues, por objeto prevenir contra la renuncia a la misión (estar dormidos), contra la dejación del seguimiento hasta el final (13,13). Si no hay esa entrega, la llegada para reunir a sus elegidos quedará frustrada.
Hay que poner este pasaje en relación con 8,38, donde la llegada del Hijo del hombre encuentra antiguos seguidores que se han avergonzado de él y de su mensaje ante la sociedad idólatra (lit.: "adúltera") y descreída (lit.: "pecadora"). Estos seguidores han cedido a la presión ideológica de la sociedad y han renunciado a su labor de evangelización. Prácticamente se han pasado al bando de los enemigos de Jesús y, naturalmente, no pueden ser recogidos por él como cosecha final.
Esta última nota sobre el peligro de fracaso acentúa la seriedad del aviso. Sigue aquí en juego la oposición establecida en 8,33: la disposición a la entrega por el bien de la humanidad significa hacer propio el programa de Dios (8,33); el "estar dormidos", es decir, el rechazo de esa entrega debido al deseo de triunfo para Israel, hacer propio "el de los hombres". El esfuerzo de Jesús se centra en hacer pasar al grupo de discípulos de un apego particularista y estrecho a la gloria del propio pueblo a un amor universal de entrega, por el bien de la humanidad entera.
Mc 13,35
<<Por tanto, manteneos despiertos, que no sabéis cuándo va a llegar el señor de la casa -si al oscurecer o a medianoche o al canto del gallo de mañana->>
La expresión el señor de la casa está en paralelo con "el señor/dueño de la viña" (12,9). La imagen de la viña/reino de Dios queda sustituida por la de la casa/familia-reino de Dios. El Reino se va construyendo en un plano humano universal (casa-hogar), no étnico ("casa de Israel") ni religioso-institucional (templo).
El pasaje tiene un marcado carácter a la vez personal y comunitario. La imagen de "la casa-familia" señala la unidad del grupo y el vínculo que une a sus miembros. La común capacitación con la "autoridad" de Jesús y la común condición de "siervos" señalan la igualdad que rige dentro del ámbito comunitario (cf. 10,42-45). La "tarea" particularizada (v. 34) muestra la autonomía y la responsabilidad personal en la labor. El "mantenerse despierto", propio de todos, indica la disposición común a la entrega, necesaria para cumplir la misión de la comunidad, la apertura del mensaje a todos los pueblos ("el portero").
La primera frase del segundo miembro (v. 35a: por tanto, manteneos despiertos, que no sabéis cuando) se expresa de un modo paralelo a la frase inicial de la analogía (v. 33: ahuyentad el sueño, que no sabéis cuándo). Sin embargo, el motivo no es exactamente el mismo; allí se refiere al momento/hora; aquí a la llegada del señor de la casa.
El señor de la casa designa a Jesús mismo, el heredero de la viña (12,7). Se pasa aquí de una imagen tomada de la cultura rural (la viña) a otra de la cultura urbana (la casa). En Israel (la viña) Dios era el Señor; en la nueva comunidad de seguidores, Jesús toma el puesto de Dios. Él es el Señor.
La forma verbal va a llegar (gr. erkhetai, presente por futuro cercano) está en clara relación con la llegada del Hijo del hombre (13,26) con su fuerza de vida, para reunir a los suyos que han llevado a cabo su tarea sin dejarse acobardar. Representa, pues, el aspecto de salvación y vida definitiva expresado en v. 32 bajo la figura de "el día aquel". El segundo miembro completa, pues el primero (v. 33), que hace referencia a al "momento/hora".
Sólo se espera la llegada durante el tiempo nocturno. Las cuatro designaciones indican cuatro espacios de la noche, nombrados por la hora en que cada uno comienza o termina: al oscurecer, puesto el sol, abarca las tres primeras horas; a medianoche señala las tres horas siguientes; al canto del gallo, el tiempo hasta el segundo canto del gallo, que anuncia la aurora; de mañana, la madrugada hasta el amanecer. Son los nombres populares de las cuatro vigilias o velas que estaban en uso en el mundo romano, nueva alusión al contexto pagano (cf. 6,48) y a la misión universal (cf. 13,10; 14,9).
Se alude así a la noche mesiánica, la del nuevo Éxodo y la liberación definitiva (cf. Éx 12,42). Se explica esta alusión por ser el grupo de discípulos, seguidores procedentes del judaísmo, el destinatario del discurso. El dicho realiza para ellos una doble rectificación: La llegada del Mesías no tendrá lugar, como ellos esperaban, en el mes de Nisán, en la noche de la pascua judía; la expectativa ahora es continua. Pero, además, como lo indican los nombres de las horas nocturnas, tampoco tendrá lugar en Jerusalén, sino en medio de territorio pagano.
lunes, 17 de junio de 2024
Mc 13,34b
<<y en especial al portero le mandó mantenerse despierto>>.
El portero está presentado como una figura individual, pero la recomendación que se le hace, mantenerse despierto, se extiende inmediatamente al grupo de discípulos (v. 35: "manteneos despiertos") y, más tarde, a todos los seguidores de Jesús (v. 37: "a todos"). Es, pues, la figura representativa de todos "los siervos", en cuanto asigna a todos una función común en medio de la diversidad de tareas. La función común a todos está indicada por la relación del término "portero" con la expresión "a las puertas" en la unidad anterior (13,29); es decir, tiene que ver con la entrada de los paganos en el Reino. Esta finalidad ha de estar presente en la tarea de cada miembro de la comunidad.
El verbo "mandar" (le mandó) ha aparecido en Mc solamente una vez, referido a un mandamiento o precepto dado por Moisés (10,3: "¿Qué os mandó Moisés?"). El sentido del mandamiento está explicitado a continuación (10,5: "os escribió Moisés el mandamiento ese").
En nuestro pasaje, el verbo "mandar", que equivale a "imponer un mandamiento", señala el mandamiento de Jesús, como contradistinto del mandamiento de Moisés (10,3.5) y de los mandamientos de Dios en la antigua alianza (7,8-9; 10,19; 12,28-31). Aparece así Jesús, en la época definitiva, tomando el puesto del legislador humano y del divino: es la figura del Hombre-Dios.
El contenido del mandamiento consiste en mantenerse despierto. El verbo "ahuyentar el sueño", usado antes (v. 33), acentuaba el aspecto de evitar la desidia y la falta de interés por la actividad. "Mantenerse despierto", subraya, en cambio, el aspecto positivo, fomentar un estado de expectativa o espera ("en tensión hacia"), tener en acto la capacidad de acción.
Siendo la única vez que figura Jesús como sujeto del verbo "mandar" en este evangelio, el "mantenerse despierto" constituye, según Mc, su único mandamiento. Es el eje alrededor del cual giran los dos miembros de la analogía (v. 34; vv. 35-36). El mandamiento es el centro de la unidad.
La expresión mantenerse despierto se encuentra seis veces en el evangelio, tres en esta unidad (vv. 34.35a.37), las otras tres en la escena de Getsemaní (14,34.37.38). El cotejo de los dos pasajes da su sentido pleno. Dado que el discurso es pronunciado por Jesús glorioso, es decir, después de la experiencia de su pasión y muerte, el mantenerse despierto aquí incluye el sentido que la expresión tiene en Getsemaní.
Directamente, mantenerse despiertos significa estar continuamente dispuesto a la tarea, cuyo núcleo común es la proclamación del mensaje de Jesús a todas las naciones (13,10). Pero la conexión con Getsemaní subraya la disposición a afrontar la persecución e incluso una muerte sin gloria con tal de cumplir el designio del Padre (14,36). El mandamiento expresa, por tanto, la coherencia en el seguimiento de Jesús hasta el final. No es una formulación seca y austera; supone haber recibido la "autoridad", es decir, la presencia del Espíritu en ellos, la fuerza del amor divino, que los vincula a Jesús. Es de su identificación con él y con su amor a la humanidad de donde nace la disposición a la entrega y el desafío de las dificultades.
El encargo al portero de mantenerse despierto, "mandamiento" que da Jesús a los suyos, orienta, por tanto, su expectativa y el campo de su acción, de modo que su actividad tienda a facilitar la entrada de los paganos en el Reino, sin echarse atrás ante la persecución ni incluso la muerte (cf. 13,9-13). Por mucho que cueste, todos han de estar dispuestos a abrir el mensaje de Jesús y las puertas de la nueva comunidad a los paganos (cf. 13,29: "a las puertas").
domingo, 16 de junio de 2024
Mc 13,34a
<<Es como un hombre que se marchó de su país: dejó su casa, dio a los siervos su autoridad -a cada uno su tarea->>...
Jesús comienza una analogía: Es como un hombre que se marchó de su país, que tiene conexiones en el evangelio. Es claro el nexo de este texto con la parábola de los viñadores (12,1-9): mención de un hombre (12,1); correspondencia de se marchó de su país con 12,1: la mención del momento (12,2: "a su tiempo"), la de los siervos (12,2.4) y la relación de el Señor de la casa con "el dueño/señor de la viña" (12,8). Además, los malos tratos a los "siervos" en la parábola enlazan con el contexto de persecución, implícito en el término "momento/hora".
Aparecen igualmente ciertas conexiones con la primera parábola del Reino (4,26-29), donde, en primer lugar, se habla también de "un hombre"; en segundo lugar, la expresión de la parábola "sin que él sepa cómo" (4,17), recuerda el "no sabéis cuándo va a ser el momento" (v. 33); por último, el momento (que será el de la sazón del fruto) está en relación con "el fruto que se entrega" de la parábola (4,29).
Puede decirse, por tanto, que, por estas relaciones, en la analogía de vv. 34-36 se trata del reinado de Dios: por la conexión con 4,26-29, en cuanto ese reinado, a nivel individual, significa la entrega de la persona (4,29), y, por la conexión con la parábola de los viñadores, en cuanto, a nivel social, va a ser transferido a los paganos (12,9).
... dejó su casa. El término casa/hogar (gr. oikia) denota en Mc un ambiente de relación personal; añade el simple "casa/local" (gr. oikos) el rasgo de vinculación entre sus moradores, dominando así el sentido de hogar/familia. La casa/hogar de Jesús (cf. 2,15; 9,33b; 10,10) representa la nueva comunidad, compuesta por los dos grupos de seguidores, los discípulos, que proceden del judaísmo, y los otros, que no proceden de él. Esta mención de su casa tendrá un paralelo en la denominación "el señor de la casa" (v. 35a).
En cuanto nueva familia (3,35) la casa/hogar de Jesús, comunidad universal, trasciende y sustituye a "la casa de Israel", comunidad étnica; en cuanto lugar de la presencia de Jesús, sustituye al templo (cf. 11,17).
La sucesión de formas verbales crea en este pasaje una incongruencia narrativa. En efecto, respecto al verbo dejó (gr. participio apheis), las formas dio (gr. participio dous) y mandó (v. 34b) están en relación de posterioridad inmediata, y esto produce una aparente falta de lógica, pues la acción de "marcharse" (dejó su casa) debería seguir a las de "dar" y "mandar". Como de ordinario, este "obstáculo" en la narración es un recurso del autor para señalar el sentido teológico del pasaje.
De hecho, dado el sentido figurado de "la casa", que representa a la comunidad, "dejar su casa" significa "separarse de los suyos". El pasaje expone, pues, el aspecto voluntario de la muerte de Jesús, en sentido complementario al expuesto en 2,20: "llegará un día en que les arrebaten al esposo". La metáfora usada, "marcharse de su país", es muy apta para figurar la muerte. La separación local connota la invisibilidad y la ausencia de acción directa, como se explicita a continuación: la actividad queda confiada a los "siervos". Jesús se separa de los suyos y les deja la responsabilidad de la misión futura.
El término siervo (gr. doulos) ha aparecido una vez aplicado a los miembros de la comunidad de Jesús: "el que quiera entre vosotros ser primero, ha de ser siervo de todos" (10,44). Se encuentra en oposición a "los que figuran como jefes de las naciones" y "a sus grandes" (10,42). En este contexto de pueblos paganos, designa a los seguidores de Jesús como a los que se ponen voluntariamente junto a los que sufren la opresión de los poderosos, renunciando a toda clase de dominio; su misión será rescatar a todos los tiranizados por los gobernadores de cualquier país (cf. 10,44.45).
Teniendo en cuenta este dato, hay que concluir que en nuestro pasaje, "los siervos" no lo son de Jesús, representado por el hombre que deja su casa, sino, como en 10,44, "de todos". Por lo demás, en la lógica de Mc, el texto de 10,45: "no he venido para ser servido", que se refiere a los miembros de su comunidad, excluye que pueda hablarse de "sus siervos". Son los enviados de Jesús (cf. 12,2-5: enviados de Dios) a todas las naciones.
La analogía continúa, pues, en forma figurada, el tema de la misión universal. El término "siervos" introduce por su parte, un nuevo concepto, el de "servicio", que será desarrollado a continuación.
La autoridad o "capacidad" (gr. exousia) que Jesús comunica a los siervos es la suya propia, la del Hijo del hombre. En 2,10 (el paralítico) concierne ante todo a la liberación de un pasado de injusticia (el perdón de los pecados); pero, al mismo tiempo, la ejerce Jesús para comunicar vida, para abrir un futuro (2,11-12). Por otra parte, el término aparece cuatro veces en 11,28-33m denotando la autoridad de Jesús para denunciar públicamente la corrupción del templo y sus dirigentes. Los terrenos en que se ejerce la autoridad de Jesús son, pues, el perdón de los pecados, comunicando vida al que tiene fe (2,5.10.12), y la actividad de denuncia (11,28ss). Confiere además autoridad a los discípulos sobre los espíritus inmundo (6,7), es decir, sobre los fanatismos ocultos que impiden la aceptación del mensaje.
El texto de 2,10 hace ver que la "autoridad" compete a Jesús en cuanto es "el Hijo del hombre", es decir, el portador del Espíritu (1,11), la fuerza del amor del Padre. Dar a "los siervos" su propia autoridad significa comunicarles el Espíritu que él posee (cf. 1,8). Es una capacitación, análoga a la suya, para realizar la actividad propia de cada uno (a cada uno su tarea).
Esta tarea personal ha de seguir la línea de la "autoridad" de Jesús, es decir, liberar al ser humano de su pasado de injusticia y comunicarle vida. Ésa es la tarea propia de la condición de "siervos" y en ella ha de consistir su servicio universal (10,44: "siervo de todos"), aunque con diferentes modalidades, en cuanto el servicio pertenece a la decisión de la persona, cae bajo su responsabilidad y ha de llevarse a cabo según el modo personal de cada uno. Común es, pues, la capacitación; individual la realización. Todos participan del Espíritu de Jesús y cada uno es responsable de su actividad. El don de la "autoridad" significa, por tanto, una transferencia de responsabilidad: la acción que Jesús ha llevado a cabo en la tierra ha de ser continuada por los suyos.
También la relación de la "autoridad" con el Espíritu resuelve la aparente falta de lógica narrativa a la que se aludió antes: el don del Espíritu es efecto de la muerte de Jesús (15,37); de ahí que en la analogía se mencione la marcha al extranjero (figura de su muerte) antes que el don de la autoridad a los siervos y el mandato al portero.
Mc 13,33
<<¡Andaos con cuidado, ahuyentad el sueño, que no sabéis cuándo va a ser el momento!>>
En lo que toca a los discípulos empieza Jesús exhortándolos a evitar un peligro (Andaos con cuidado). Deben prestar atención a sí mismos (cf. 13,9), para "ahuyentar el sueño". La expresión es metafórica. "Dormirse", "estar dormido", "ceder al sueño" significa despreocuparse de las circunstancias y renunciar a la actividad. Ese es el peligro que han de evitar,.. En una sociedad tan insegura, donde el odio está activo (13,13), el desconocimiento del momento de la prueba exige vigilancia. El fin ha de ser acogido con plena consciencia y voluntariedad, como el complemento de la actitud vital.
La ignorancia sobre el cuándo, indica aquí y en el v. 35 ("no sabéis"), no se refiere ya a los sucesos de la destrucción de Jerusalén y del templo, que habían de tener lugar en aquella generación (13,30), sino "al día y a la hora", representados en orden inverso por las expresiones el momento (v. 33) o "la llegada del señor de la casa" (v. 35).
Aparece en este pasaje una serie de términos o frases cuyo sentido hay que precisar, para poder captar enteramente el significado.
El término gr. kairos (aquí "momento") aparece en Mc cinco veces, siempre en singular con artículo. Analizando los diversos pasajes se constatan dos acepciones: una designa un período de tiempo (1,15; 10,30; 11,13); otra señala momentos determinados, entre ellos, el de la sazón del fruto (12,2; 13,33). Ha habido un período productivo para Israel (1,15; 11,13) y comienza otro para la nueva comunidad (10,30: "entre persecuciones"), en el que se inserta "la hora" mencionada en v. 32.
Mc 13,32
<<En cambio, lo referente al día aquel o a la hora, a nadie compete, ni siquiera a los ángeles del cielo ni al Hijo, únicamente al Padre>>.
El dicho inicial introduce el tema de la competencia sobre el día y la hora, cuyas consecuencias se desarrollan en el resto de la unidad.
El pasaje no habla de un mero saber (gr. oida), sino de un saber que está en función de un actuar (gr. oida peri). Tampoco dice que el día y la hora estén fijados por el Padre. Afirma, en cambio, que sólo al Padre compete el asunto de "aquel día o aquella hora", que a él está reservado el actuar cuando llegue el momento.
La expresión "el día aquel" se encuentra cuatro veces en Mc. En 2,20 (episodio del ayuno) está referido a la muerte de Jesús, que connota su exaltación. En 4,35 (episodio de la tempestad) señala que la misión entre los paganos es consecuencia de esa muerte-exaltación. En 14,25 (la eucaristía) señala un término a partir del cual Jesús, en el reino de Dios, beberá el nuevo producto de la vid. En nuestro pasaje, en cambio, "el día" no se refiere a Jesús, quien, en el discurso, habla desde su estado glorioso acerca de un acontecimiento futuro.
Según esto, en tres de los cuatro casos en que aparece, la fórmula "el día aquel" se refiere a la muerte-exaltación de Jesús, de la que se deriva tanto la misión entre los paganos como la producción del vino nuevo. En el caso restante, el de nuestro texto, la fórmula tiene, sin duda alguna, un significado análogo; ahora bien, si este día, por situarse en el futuro, no se refiere ya a Jesús, ha de referirse a sus seguidores, cuyo destino es semejante al suyo. Significa, por tanto, la muerte-exaltación de los seguidores de Jesús que han llevado a cabo su entrega (13,26). Compartiendo el destino de Jesús, representa, para cada uno de ellos, el desenlace glorioso de su actividad, que cierra el ciclo de la misión encomendada.
La partícula disyuntiva "o" distingue "el día" de "la hora" impidiendo considerar a esta última como una concreción del primero. Lo mismo que "el día aquel", también "aquella hora" tiene relación con la historia de Jesús: es precisamente la entrega que lo lleva a la muerte la que se designa como "la hora" (14,35.41). Coincide este sentido con el de "aquella hora" en la primera parte del discurso (13,11); allí se trataba del momento de la comparecencia de los discípulos ante el tribunal, el de la prueba final, en la que el seguidor de Jesús deberá ser constante hasta el fin (13,13). En nuestro pasaje, "aquella hora" designa, por tanto, el momento en que los seguidores se ven perseguidos, con probabilidad de muerte.
Las expresiones son, pues, complementarias: "aquella hora" connota la pasión/muerte del discípulo; "el día aquel" su reivindicación/vida. Por la constancia hasta el fin (13,13), "la hora" de la prueba culmina en "el día" de la salvación, el de la llegada del Hijo del hombre(13,26).
En este pasaje se menciona primero el aspecto gozoso ("el día aquel"), que es el definitivo; luego, el doloroso ("la hora"), transitorio. La diferente duración denotada por cada término simboliza también su respectivo carácter ("hora", lapso breve; "día" comparativamente mucho más largo). Además, la expresión "el día aquel" parece aludir al texto de Zac 14,6-7, donde se habla de "el día aquel conocido solamente por el Señor". Ahora bien, según el profeta, "ese día será único, sin distinción de noche y día, porque al atardecer seguirá habiendo luz". Se trata, pues, del día que no tiene fin.
Para comprender la razón de que el día y la hora estén bajo la competencia del Padre hay que examinar previamente el uso en este pasaje del apelativo "el Padre", en lugar de los términos "Dios" o "Señor" que han aparecido anteriormente (13,19.20).
En nuestro pasaje, el término "el Padre" aparece por tercera vez en el evangelio. La primera vez está determinado como el Padre del Hijo del hombre (8,38); la segunda vez, como el Padre de los discípulos (11,25); esta tercera vez, se le llama solamente "el Padre": incluye así ambos términos, al Hijo (v. 32b), que pronuncia el discurso, y a los discípulos, a quienes se dirige. La cuarta vez lo usará Jesús en su oración en Getsemaní (14,36).
Hay además dos textos donde se connota la paternidad de Dios. En ellos una voz del cielo o de la nube llama a Jesús "su Hijo" (1,11; 9,7). En ambos casos se explicita el amor del Padre al Hijo ("el amado"), amor que tiene su expresión en la bajada del Espíritu sobre Jesús (1,10) o su permanencia en él (9,7). Según esto, al llamar a Dios el Padre de los discípulos, se da por supuesto que también ellos son objeto del amor del Padre y que han recibido el Espíritu (1,8).
La competencia del Padre respecto al día y a la hora connota, por tanto, su amor por los discípulos y su relación paterno-filial con ellos.
Como la llegada misma del Hijo del hombre (13,26), "el día aquel" no es un acontecimiento único sino iterado. El "fin" esperado por los discípulos, el de la salvación sociológica por obra de un Mesías apoyado por Dios, que, ligado a la destrucción de Jerusalén, modificaría portentosamente el rumbo de la historia, se cambia por el "fin" individual, que se va verificando en la historia para cada seguidor, como desenlace de su entrega personal. Así va teniendo lugar la constitución definitiva de la humanidad nueva; ésta se va congregando más allá de la muerte, que desemboca para cada uno en la salvación definitiva. No es importante conocer el momento, sino saber que está en manos del Padre. Han de fiarse de su amor.
Este dicho no está aislado en el evangelio. La exclusiva competencia del Padre respecto a los sucesos del día y de la hora recoge el contenido de la cita del Sal 11/109,1 en la controversia tenida en el templo sobre el papel del Mesías (12,36). En aquella cita incluía Mc una frase, "mientras hago de tus enemigos estrado de tus pies", que no se utilizó en la controversia, pero que sienta la base para la unidad II/B de este discurso (13,24-27), donde, con imágenes cósmicas, se anuncia la caída de los regímenes opresores y la llegada gloriosa del Hijo del hombre.
En el texto del salmo, la derrota de los enemigos del Mesías se atribuye a Dios mismo. En paralelo con esta formulación simbólica está la atribución al Padre de la competencia en "la hora", momento de la persecución y juicio de los discípulos, y en "el día", momento de la caída de los enemigos del Hijo del hombre y de la salvación definitiva de los seguidores de éste.
Aparece así en el discurso la tercera denominación divina: "el Padre". El término "Dios" lo denota como Creador y Dios de la humanidad entera (13,19); "Señor" (= Yahvé) como el Dios de Israel (13,20); "el Padre" lo caracteriza como el Dios de la nueva humanidad, cuyos miembros son "los hijos" (11,25).
Los dos términos que se encuentran contrapuestos al de "Padre" son "los ángeles del cielo" y "el Hijo". La enumeración es climática y el término principal es el segundo.
Los ángeles pertenecen al mundo divino (del cielo), que aparece constituido en este pasaje por el Padre, el Hijo y "los ángeles". Como se ha visto, los ángeles celestes son en Mc una figura para designar a los resucitados (13,27 Lect.).
El término "el Hijo", por estar en correlación con "el Padre", designa al "Hijo de Dios" (1,1.11; 9,7; 15,39); pero, al mismo tiempo, al "Hijo del hombre", de quien se dice explícitamente que Dios es su Padre (8,38).
A nadie compete actuar más que al Padre, con su amor hacia los discípulos, sus hijos (11,25); él desplegará su actividad en esos momentos cruciales. En "la hora", dando a cada uno la ayuda del Espíritu para que esté a la altura de la circunstancia y tenga las palabras adecuadas a la situación (13,11); en "el día aquel", con la llegada del Hijo del hombre, portador de la fuerza de la vida (13,36), ésta superará la muerte, y serán reunidos en la etapa final del Reino. Será el Padre quien reivindique al Hijo y a los suyos ante los perseguidores (cf. 12,36).
APÉNDICES - MARCOS
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