Mientras se alejaba del templo, uno de sus discípulos le dijo: <<Maestro, ¡mira que sillares y qué edificios!>>
Jesús abandona definitivamente el templo, expresando su ruptura total con esa institución, que, como símbolo de la nación, concentraba en sí y representaba todas las instituciones de la nación judía, en primer lugar las religiosas, pero también las políticas.
La salida de Jesús del templo recuerda su entrada en él el día en que de obra y de palabra hizo pública su valoración (11,15ss). Aquel día, tras exponer la función original del templo, casa donde debía habitar DIos (11,17: "mi casa") y el programa que Dios le señalaba, ser lugar de oración para todos los pueblos, punto de encuentro y de contacto de la humanidad entera con el Dios de Israel (cf. Is 56,7), la contrapuso Jesús a su función actual, ser "cueva de bandidos" (cf. Jr 7,11; Os 4,8s; 6,9; Miq 3,11), lugar desde donde éstos actúan y donde acumulan su botín, y el programa que realizan: comprar, vender, cambiar dinero, explotar a los pobres (palomas) (11,15 Lect.), reduciendo el templo a la condición de lugar profano (11,16). Los <<bandidos>>, es decir, los dirigentes, han despojado a Dios de su casa y han hecho fracasar su programa.
El antagonismo de Jesús a la institución judía se ha explicitado en la denuncia antes mencionada (11,17; cf. 11,14-20; 12,9). El hecho de que Jesús entre en el templo (11,15) y salga de él (13,1a) manifiesta que no pertenece a esa institución. Paralelamente la falta de mención de entrada y de correspondiente salida del templo en el caso de los discípulos, quienes, sin embargo, aparecen en él (12,43), indica su pertenencia y adhesión a ella. Cuando Jesús sale del templo, lo hace solo.
De hecho, el discípulo que lo interpela, exponente de los ideales de todos los demás, aunque lo llama Maestro, no tiene en cuenta su enseñanza anterior ni su ejemplo, ni tampoco pide enseñanza ahora; invita a Jesús a mirar hacia atrás, a contemplar lo que él está mirando.
La realidad llamada por el evangelista "el templo" es designada por el discípulo como un conjunto de construcciones, fijándose tanto en los materiales que han servido para edificar ("sillares") como en el resultado de la construcción ("edificios"). Considera el templo en cuanto es obra humana, no en cuanto tiene o no relación con Dios.
Cada aspecto va enfatizado por un "¡Qué!" ponderativo inicial que refleja los rasgos de tamaño, excelencia y admiración que en ellos ve o que siente el discípulo. La mangnificencia de los edificios manifiesta la grandeza de sus constructores. Son obra de hombres que en su construcción han demostrado su riqueza, poder y eficacia. Son la obra y el símbolo de Israel. El discípulo sigue viendo encarnada en el esplendor de los edificios la gloria de la nación judía, con cuyo ideal se identifica. La lección que Jesús acaba de darles con ocasión de la limosna de la viuda pobre (12,44), no ha sido escuchada.
Por la invitación que hace a Jesús (mira) se ve que el discípulo espera que éste comparta su actitud. Supone que la denuncia y condena del templo hechas por Jesús no significaban el rechazo del ideal nacionalista. Aparece aquí el espíritu reformista del discípulo y, con él, el del grupo. Descontentos con la situación en que se encuentra el pueblo y con la jerarquía que lo gobierna, esperan, sin embargo, que el cambio de situación, que ha de ser realizado por Jesús como Mesías, retenga el antiguo universo de valores: nacionalismo, poder y esplendor de Israel. Separa, por tanto, la denuncia del templo, como institución infiel a Dios, de su significado como símbolo de los ideales nacionalistas. Espera que Jesús comparta su entusiasmo.
Es patente la sordera del grupo de discípulos respecto a los dichos de Jesús que afectan al nacionalismo judío. En la parábola de los viñadores (12,1ss) había anunciado Jesús la ruina de Israel como nación y el traspaso de <<la viña / el reinado de Dios>> a otros, además de predecir su muerte (asesinato de <<el Hijo>>). Todo eso ha sido ignorado por ellos.
La introducción al dicho del discípulo (le dijo) está en el texto en presente histórico ("le dice"). Con ello advierte Mc que la actitud manifestada en aquella ocasión sigue reinando en el grupo en la época en que escribe el evangelio.